Y SIN EMBARGO... NO SE MUEVEN
El tema del CAMBIO CLIMÁTICO resulta fascinante, no solamente porque día a día, en “tiempo real”, en nuestro vecindario inmediato o en lugares remotos, se producen fenómenos que confirman que la manera como los seres humanos hemos entendido y llevamos a cabo el desarrollo, está alterando las condiciones que permiten la existencia de la vida -o por lo menos de la vida humana con calidad- en el planeta Tierra.
Pero sobre todo, porque el debate alrededor del cambio climático, y particularmente la polémica sobre el verdadero impacto de las actividades humanas en el calentamiento global del planeta, ha alcanzado un grado tal de politización y de conflicto (en los mejores sentidos de ambas palabras), que sólo se me ocurre comparable con las implicaciones del debate sobre la posición de la Tierra en el Sistema Solar, en la primera mitad del siglo XVII.
Los efectos tangibles del cambio climático, que entre otras cosas están determinando que fenómenos propios de la dinámica de la naturaleza, como El Niño o los huracanes, dejen de ser considerados exclusivamente naturales y pasen a engrosar la categoría de los socio-naturales (aquellos que se expresan en la naturaleza pero que directa o indirectamente son influenciados por las actividades humanas), ponen a tambalear la racionalidad del modelo de desarrollo dominante, con todo lo que ese modelo implica a nivel económico, ecológico, social, institucional, político e ideológico, de la misma manera que los descubrimientos de Galileo Galilei pusieron a tambalear en su momento la racionalidad aristotélica-tomista y la autoridad de la Iglesia.
Con la gran diferencia de que las teorías heliocéntricas no llevaban implícita la identificación de responsabilidades en la generación de eventos destructivos, mientras que el del calentamiento global sí demuestra que muchos desastres no tienen a la naturaleza como única responsable.
A los osos polares ya no les queda otra opción que treparse... ¡a las palmeras del trópico!... al menos en la decoración navideña de este centro comercial de Bogotá.
Y a propósito de Bogotá, así amaneció la atmósfera al día siguiente del "día sin carro" (sin carro particular).
Atardecer el 3 de febrero en Bogotá
Pero sobre todo, porque el debate alrededor del cambio climático, y particularmente la polémica sobre el verdadero impacto de las actividades humanas en el calentamiento global del planeta, ha alcanzado un grado tal de politización y de conflicto (en los mejores sentidos de ambas palabras), que sólo se me ocurre comparable con las implicaciones del debate sobre la posición de la Tierra en el Sistema Solar, en la primera mitad del siglo XVII.
Los efectos tangibles del cambio climático, que entre otras cosas están determinando que fenómenos propios de la dinámica de la naturaleza, como El Niño o los huracanes, dejen de ser considerados exclusivamente naturales y pasen a engrosar la categoría de los socio-naturales (aquellos que se expresan en la naturaleza pero que directa o indirectamente son influenciados por las actividades humanas), ponen a tambalear la racionalidad del modelo de desarrollo dominante, con todo lo que ese modelo implica a nivel económico, ecológico, social, institucional, político e ideológico, de la misma manera que los descubrimientos de Galileo Galilei pusieron a tambalear en su momento la racionalidad aristotélica-tomista y la autoridad de la Iglesia.
Con la gran diferencia de que las teorías heliocéntricas no llevaban implícita la identificación de responsabilidades en la generación de eventos destructivos, mientras que el del calentamiento global sí demuestra que muchos desastres no tienen a la naturaleza como única responsable.
A los osos polares ya no les queda otra opción que treparse... ¡a las palmeras del trópico!... al menos en la decoración navideña de este centro comercial de Bogotá.
Y a propósito de Bogotá, así amaneció la atmósfera al día siguiente del "día sin carro" (sin carro particular).
Atardecer el 3 de febrero en Bogotá
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