LA NECESIDAD INEVITABLE DE UNA RECESIÓN PLANIFICADA
La crisis climática, como se sabe, se agudiza (no se genera, pues, entre
las causas de la crisis climática se pueden citar muchas más) debido al
incremento de las emisiones de los llamados gases de efecto invernadero (GEI),
como consecuencia del consumo excesivo de combustibles fósiles como el petróleo
y el carbón, del auge de la agricultura y de la ganadería “industrial”, del aumento
y la acumulación de desechos que en su descomposición producen metano y otros
GEI, y de otras actividades humanas ligadas todas a la manera como hemos
entendido y llevamos a cabo el desarrollo.
De todos estos procesos que contribuyen al agravamiento de la crisis
climática, depende el crecimiento –es decir: la salud– de la economía nacional
y mundial.
Aun en sistemas ‘alternativos’ de medición de la calidad de vida, como
es el Índice de Desarrollo Humano (IDH) que desde hace varios años utiliza el
Sistema de Naciones Unidas, el ingreso económico constituye un factor esencial.
Mientras mayor sea el ingreso de una persona, una familia, una comunidad o un
país, mayor será su capacidad para consumir más recursos y más energía y, se
supone entonces, mayores serán sus posibilidades para acceder a una vida “con
calidad”.
Desde cualquier punto de vista, sería absurdo entender como ‘saludable’
la reducción de los ingresos económicos de una gran mayoría de la población que
hoy debe realizar milagros diarios para sobrevivir. Cuando esto se publique,
estarán todavía en plena vigencia las reacciones por el nuevo salario mínimo y
su insuficiencia para satisfacer las necesidades de supervivencia mínima de una
familia colombiana.
Mientras más recursos y energía podamos consumir, mayor será nuestra “huella ecológica”, es decir, nuestro “peso” sobre el planeta, medido en términos de presión sobre los recursos naturales, generación de basuras y producción de gases que producen el cambio climático. En otras palabras, mientras más ‘saludable’ sea la economía, más ‘enfermo’ estará el planeta al cual pertenecemos y de cuya ‘salud’ dependemos para existir. Ya hay en la economía tentativas de ‘castigar’ los indicadores de desarrollo económico, incorporándoles la dimensión de su impacto ambiental, pero lo cierto es que, en términos prácticos, hoy por hoy más desarrollo quiere decir mayor capacidad para devorar los recursos del planeta, contaminar la biosfera y contribuir al calentamiento global.
Doña Juana: En primer plano, el relleno. Al fondo: Bogotá. Al relleno Doña Juana de Bogotá llegan diariamente más de seis mil toneladas de desechos, un indicador de la ‘dinámica’ de la economía de la ciudad. |
Y la única manera de lograrlo es que seamos capaces de separar nuestra concepción y nuestras metas de calidad de vida, de nuestra capacidad de depredación. A lo mejor hacia eso apunta el concepto de “vivir bien” que ya quedó consagrado en las Constituciones Nacionales de Bolivia y del Ecuador, aunque en la práctica tampoco está muy claro cómo se puede lograr.
Esa recesión económica –ojalá planificada y concertada, pero, si no,
también– deberá volver los ojos a la Cultura (con mayúsculas), pues es allí
donde la humanidad cuenta con los recursos necesarios para entender que
renunciar al consumo innecesario de energía y de recursos no es sinónimo de
empobrecimiento sino una inversión de vida a favor de la supervivencia de
nuestra especie en la Tierra.
El reto, por supuesto, no es sencillo y los grandes sistemas económicos
del mundo están dispuestos a acudir a lo que consideren necesario con tal no
solamente de sobrevivir sino además de continuar creciendo de manera indefinida
y autista, haciendo caso omiso de los límites que les impone el planeta. Una de
las fórmulas para conjurar la recesión y evitar la depresión, que ya en el
pasado se ha ensayado con éxito, es la guerra.
Creo en la tesis de que la llamada “guerra fría” no ha terminado sino
que se están diversificando sus actores, están cambiando sus pretextos y sus
expresiones, y se están buscando nuevos escenarios para calentarla (incluso con
combustible nuclear). Uno de esos escenarios es nuestra América del Sur. Más
allá de cualquier pretexto coyuntural, lo que hay detrás es el afán de mantener
el crecimiento del sistema económico global. Por eso, los mismos ‘países
civilizados’ que promueven la paz les venden a unos los tanques y los aviones
de guerra, y a los otros armas especializadas en destruir esos tanques y esos
aviones. Con tal de mantenerse vivos, el capitalismo neoliberal y el
capitalismo de Estado acuden incluso a devorarse a sí mismos; a su propia
destrucción.
La Tierra, mientras tanto, toma nota cuidadosa de la estupidez humana y
activa el sistema inmunológico que le va a permitir deshacerse de nosotros en
caso de que no seamos capaces de entrar en razón.
Bogotá, enero de 2010
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