viernes, mayo 10, 2013

PACTOS ENTRE NOSOTROS Y PACTOS CON LA TIERRA

Capítulo 3 del texto "La gestión del riesgo: una aproximación alternativa" - G. Wilches-Chaux (Bogotá, Enero 2010)

En la esquina norte de América del Sur (Colombia, Ecuador y parte de Venezuela) y en algunas alturas peruanas, existen los páramos, extensas formaciones que en algunas cordilleras colombianas pueden iniciarse entre los 3.000 y los 3.600 metros sobre el nivel del mar, que se acercan al borde inferior del cada vez más amenazado territorio de las nieves y que cumplen una importantísima función en términos de regulación de agua debido, entre otros factores, a las características de las plantas que predominan en ellos cuando se encuentran en un estado de conservación adecuado.
Algunas de esas plantas -particularmente los musgos que tapizan gran parte de las superficies de estos ecosistemas- pueden acumular varias veces su propio peso en agua, lo que los convierte en esponjas que absorben el líquido en épocas de lluvia y lo van liberando gradualmente durante periodos secos. Las plantas y los demás componentes del páramo, como la niebla o “lluvia horizontal”, son inseparables entre sí y en conjunto determinan la calidad de ese organismo privilegiado que es el páramo.
La oferta de agua para la región andina colombiana depende en gran medida de los páramos, al contrario de lo que ocurre en otros países andinos, en donde depende especialmente de los deshielos de las altas montañas.
En condiciones “normales”, pero todavía más aún en condiciones de cambio climático, los páramos constituyen ecosistemas estratégicos para los territorios que dependen de ellos para el suministro de agua, lo cual a su vez depende de la calidad de vida de los páramos y de las especies animales y vegetales que los conforman. Y por supuesto, de la calidad de vida de las familias que habitan en los páramos o en sus cercanías, a lo cual nos referiremos con detalle más adelante.
Es decir, que los páramos constituyen un factor de primera importancia en la capacidad de resiliencia de muchos territorios andinos; del sistema inmunológico que les permitirá adaptarse dinámicamente para enfrentar los retos del cambio climático (función que hoy cumplen frente a la variabilidad climática).
Un porcentaje muy importante de los páramos colombianos se encuentran claramente deteriorados o amenazados por actividades actuales y potenciales, como la minería, la agricultura legal (particularmente el avance de los cultivos de papa), la ganadería y los cultivos de uso ilícito (amapola).
Permitir la destrucción de los páramos equivale, en el territorio, a permitir el deterioro del sistema inmunológico de un ser humano, lo cual lo deja expuesto ante cualquier amenaza. En el caso de los territorios, a las amenazas procedentes de la variabilidad y del cambio climático.
Desde un punto de vista meramente eco-ético, entendido desde la “ecología profunda”, el mero hecho de existir y de constituir ecosistemas únicos en el planeta, son argumentos suficientes para justificar la conservación de los páramos, es decir, su derecho a existir como lo que son y a evolucionar de acuerdo con su propia naturaleza y sus propias dinámicas.
Ese punto de vista “profundo” no choca en este caso con la ética antropocéntrica, que justifica la conservación de los páramos como necesaria para garantizar la existencia con calidad y dignidad de los seres humanos en territorios más amplios.
En la práctica, sin embargo, la conservación de la estructura ecológica y de la función de los páramos, sí choca con los intereses -a veces de lucro, a veces de mera supervivencia- de quienes habitan en ellos o en sus vecindades inmediatas.
De hecho, muchas comunidades indígenas y campesinas consideran la preocupación por los páramos como una amenaza directa contra sus derechos y contra su propia existencia.
¿Cómo hacer compatibles los intereses de esos grupos humanos con los de los territorios que requieren del agua y con los intereses de los páramos mismos?
Esa es una pregunta concreta para la gestión ambiental y para la gestión del riesgo. Aquí es donde adquiere una importancia práctica una redefinición de lo que somos los seres humanos frente a los retos de un territorio concreto y los conflictos que genera una situación determinada.
En Colombia se han venido construyendo, desde hace muchos años, por parte de la sociedad civil en conjunto con el Estado, experiencias exitosas de conservación de zonas protegidas “con la gente”, no con exclusión de ella. Las lecciones aprendidas en esas experiencias resultan aplicables para hacer viable un futuro “sostenible” de los páramos, incluyendo aquellas que tienen que ver con la transformación de los conflictos, lo cual se vuelve de principal importancia para un país que lleva más de 50 años en guerra.
Normalmente los seres humanos nos asentamos o nos relacionamos con un ecosistema –o en términos más amplios: con un territorio- cuando éste nos ofrece una serie de recursos y/o de servicios que requerimos para sacar adelante nuestro concepto de desarrollo. Y para obtener esos recursos y/o servicios, les imponemos nuestro orden. Lo cual, la mayoría de las veces y en términos prácticos, quiere decir que los estamos llenando de entropía: los enfermamos.
A veces la capacidad natural de resiliencia del ecosistema –su sistema inmunológico- produce una respuesta directa, que en el corto, mediano o largo plazo puede generar un desastre. Tal es el caso de la inundación o del deslizamiento que tiene como causa el manejo inapropiado de una cuenca hidrográfica, la deforestación de sus laderas, la ocupación de las zonas que el río tiene reservadas para su expansión en temporada de lluvias.
Otras veces esa respuesta solamente se produce de manera indirecta y como resultado de la “acumulación de entropías” en distintos territorios. Este es el caso de los desastres producidos por manifestaciones de la variabilidad climática (como las relacionadas con ENOS) o del cambio climático.
Volvamos al ejemplo de los páramos colombianos y a la prioridad de conservarlos “con la gente”. El ideal es que la gente que ya habita en los páramos o en las zonas aledañas que también cumplen una función importante para la conservación de los mismos, no tengan que reubicarse en otros lugares. En otras palabras, es necesario que salga la actividad generadora de entropía, no necesariamente quien hoy la ejecuta.
Pero la posición de quien ocupa y explota un ecosistema estratégico y que utiliza ese ecosistema como recurso, debe transformarse totalmente de acuerdo con la siguiente premisa: “Yo puedo permanecer en este ecosistema en la medida en que yo y las actividades que yo llevo a cabo, nos convirtamos en recursos y servicios para el ecosistemas, no viceversa”.
Esto quiere decir: en recursos y servicios que le faciliten al ecosistema ser lo que es, cumplir la función para la cual, a lo largo de millones de años de evolución, lo “diseñó” la naturaleza.
Esto nos obliga a las sociedades humanas a descubrir y a poner en marcha una gama muy amplia de actividades que, de manera simultánea, nos permitan a los seres humanos ponernos al servicio de los ecosistemas y al mismo tiempo generar calidad integral de vida para nosotros mismos y para nuestras familias y comunidades.
Mal se les puede exigir a unos grupos humanos que se sacrifiquen, que sacrifiquen su calidad de vida y su acceso a las oportunidades, a cambio de que otros grupos puedan seguir disfrutando y muchas veces malgastando los recursos y servicios que ofrecen los ecosistemas en donde habitan los primeros.
Como muy seguramente no todas las personas que hoy habitan en los páramos van a poder transformar las actividades productivas que hoy llevan a cabo, debido a lo cual tendrán que reubicarse, será necesario crear las condiciones para que esas personas puedan trasladarse, junto con sus actividades y familias, a territorios en donde el ejercicio de las mismas no afecte de manera grave su capacidad de resiliencia… o donde no la active dando lugar a que ocurran desastres. Esto es, a tierras de vocación agrícola, ganadera o minera.
Y para que eso sea posible, será necesario establecer una serie de pactos entre actores y sectores sociales que, teniendo como marco orientador los intereses de la Tierra (aquí es donde la visión de la “ecología profunda” adquiere especial importancia), le permitan a cada grupo humano “alinearse” o “asociarse” con la capacidad de resiliencia del planeta, en lugar de convertirse en su blanco.Recordemos esos rompecabezas planos, de 15 fichas que se mueven en un marco de 16 casillas, y que una a una van cambiando de lugar hasta ordenar los números dibujados en las fichas o formar una figura predeterminada.
De la misma manera, la forma como está organizada la tenencia de la tierra deberá transformarse, de manera que quienes tradicionalmente han llevado a cabo, en ecosistemas estratégicos, actividades no compatibles con la integridad y diversidad de los mismos, puedan acceder a tierras de vocación productiva. Y que quienes deban ceder espacios para que esa movilización social y económica resulte posible, puedan encontrar sus propios nichos en actividades y lugares desde donde también contribuyan a la reorganización de nuestro papel en el planeta (a partir de la reorganización en cada territorio concreto).

Eso tiene un nombre conocido: reforma agraria. En este caso se trata de una reforma agraria exigida no solamente por los sectores económicamente menos favorecidos de las sociedades humanas, sino además por la Tierra. Debe convertirse en un propósito colectivo por el derecho a la tierra y por los Derechos de la Tierra.
Es muy importante construir discursos compartidos que permitan que quien “se mueva” un espacio en el marco de ese complejo rompecabezas, no considere ese movimiento como un sacrificio o como una renuncia, sino como una inversión de Vida en beneficio de los nuevos pactos entre nuestra especie y el planeta. Pactos sin los cuales resulta poco probable nuestra supervivencia en la Tierra.
La ventaja frente a lo que ocurría en el pasado, es que esta vez la Tierra, claramente, ha dejado de ser o de parecer un escenario pasivo sobre el cual se representaban las comedias y las tragedias humanas, para convertirse en un actor activo, que cada vez habla de manera más contundente y más clara, y que tiene claras intenciones de asumir la Dirección de la obra.