Lecciones de sostenibilidad desde los territorios locales
Palabras en la entrega del Premio PLANETA AZUL - Edición 2015
Fotos: La Mojana (Junio 4 y 5, en los vuelos Bogotá-Barranquilla-Bogotá)
Por
allá a finales de los años 60 o principios de los 70 del siglo pasado
inauguraron el nuevo edificio del Banco de la República en Popayán y a mi
abuelo lo invitaron a la correspondiente misa y bendición. Cuando a la hora del
Padrenuestro el cura dijo “perdona
nuestras ofensas”, un señor que no frecuentaba mucho los sacramentos, le
preguntó a mi abuelo (que tampoco):
- ¿Cómo así que perdona nuestras ofensas?
¿No era perdónanos nuestras deudas?
Y
mi abuelo le explicó:
-
Es que
eso no se puede rezar en un banco.
* * *
El
pasado 22 de Abril del programa radial BLU Verde tuvieron la gentileza de solicitarme
algunas palabras con motivo del Día de la Tierra:
Estos son algunos renglones de
lo que escribí:
desde
que con el Padre Sol y la Hermana Agua crearon al primer ser humano
Santificado sea tu nombre
Permítenos ayudarte a conservar tu reino
Hágase tu voluntad, pero ojalá sea por las
buenas, aunque entendemos que debes estar muy molesta por nuestras ofensas
[…]
Perdónanos nuestros errores a los seres
humanos
Y danos “una segunda oportunidad sobre la
Tierra”
En el amanecer del 5 de Junio el Sol surge del río Magdalena
Este
año me han hecho nuevamente el honor de invitarme a ser jurado del Premio
Planeta Azul que anualmente viene otorgando el Banco de Occidente desde cuando
realizó la primera convocatoria en 1993. Y los demás integrantes del Jurado han
corrido el riesgo de proponerme que lleve hoy la palabra en su nombre.
Una
de las valiosas oportunidades que ofrece este honor, es que nos permite recargar
la batería de la esperanza, cuando confirmamos que de un extremo a otro de
Colombia abundan ejemplos de lo que hacen muchos hombres y mujeres para
resarcir las ofensas que los seres humanos le hemos infligido a la Tierra, y
para contribuir a consolidar el reino de la Vida y del Agua a pesar de las
adversidades y de las tendencias hacia la destrucción.
Seres
humanos colombianos que con procesos concretos y resultados tangibles, están
recuperando la legitimidad de nuestra especie para reclamar “una segunda
oportunidad sobre la Tierra”.
Pero
ese honor de ser jurado también posee una cara ingrata: la obligación de seleccionar
unas pocas de entre las decenas de experiencias valiosas que se presentan,
tarea necesaria por supuesto y sin la cual el Premio dejaría de ser tal.
Puede
sonar a lugar común, pero es que desde el padre de familia que ha diseñado un
dispositivo para ahorrar agua en su casa y que ha comprometido con esa misión a
todos los integrantes de su hogar, o el campesino solitario que ha asumido como
propósito de vida liberar a una ciénaga del buchón, o la región cuyos actores
se han organizado para defender la vocación ecológica de la cuenca de uno de
sus ríos principales, hasta la ciudad que se transforma con el objetivo de
armonizar sus relaciones con el suelo, con el agua, con el aire y con su entorno
rural, todos y cada uno de esos esfuerzos aportan puntos en respuesta al
desafío de salvarse que tiene hoy la humanidad.
Porque, digámonos una vez más, el desafío no es salvar a la Tierra, que se está
salvando sola y que para tal fin ha activado todos sus sistemas de resiliencia
y auto-organización, sino generar las transformaciones necesarias para que
nuestra especie pueda continuar existiendo en este planeta, en condiciones en
que, junto a todos los demás seres vivos, humanos o no, podamos ejercer el
Derecho a la Vida con calidad y dignidad.
Ese
conjunto de fenómenos y procesos que hoy englobamos bajo el nombre de cambio
climático, es a los ecosistemas lo que el “Movimiento de los Indignados” es a
las comunidades: la advertencia explícita de que si queremos sobrevivir,
estamos en la obligación de cambiar. Necesitamos transformar la manera como
venimos entendiendo y llevando a cabo el desarrollo, particularmente desde que
se impuso en el mundo la “revolución industrial”.
Sembramos
las semillas de la crisis muchos siglos atrás, cuando nos auto-convencimos de
que todo cuanto existe en la Tierra había sido creado con el fin exclusivo de
que los seres humanos lo podamos dominar y explotar de manera ilimitada. Lo que
sucede es que solamente a partir de la “revolución industrial” tuvimos en las
manos el poder efectivo para poner en práctica esa grave equivocación.
En
la mayoría de esta gran cantidad de experiencias presentadas al Premio Planeta
Azul existen señales que nos indican el camino que se debe seguir para avanzar
en eso que se llama “desarrollo sostenible”, “gestión ambiental”, “gestión del
riesgo de desastres” y hoy “adaptación al cambio climático”, como también
“mitigación”, siempre y cuando esta contribuya de manera muy clara a la
adaptación.
La
adaptación no es una invención de los expertos en cambio climático, como
tampoco es un sinónimo de resignación. Adaptación es la estrategia de
supervivencia en armonía con la Tierra que hemos utilizado los seres vivos
desde que existimos desde hace casi cuatro mil millones de años en este hoy todavía
planeta azul. Adaptación es coevolución conjunta entre la Vida y el ambiente, que
forma tanta parte de nosotros, como nosotros formamos parte de él.
Cada
una de estas experiencias a las que me refiero, empezando por supuesto con las
ganadoras, es un ejemplo concreto y colombiano de coevolución.
¿Cómo
lograr que estos aprendizajes obtenidos a través de múltiples formas de alianzas
entre comunidades de base y sus organizaciones, ONGs, entidades estatales, autoridades
locales, escuelas, universidades, institutos de investigación, empresas
privadas y muchas veces agencias internacionales, dejen de considerarse
experiencias exitosas pero meramente anecdóticas, para convertirse en políticas
públicas?
¿Cómo
hacer que las “lecciones aprendidas” por las empresas de los sectores privado y
público que están haciendo un buen trabajo en el campo social y ambiental, no
se queden como ejemplos aislados que dependan de la sensibilidad de una junta directiva
o de un gerente, sino que se conviertan en mínimos obligatorios tanto en las
exigencias estatales como en las políticas de Responsabilidad Social Empresarial?
¿Cómo
lograr que decisiones que determinan las rutas del desarrollo no solamente no
desconozcan todos estos aprendizajes sino que no los aplasten de manera
implacable, entre otras formas a través de la destrucción de los contextos
ecológicos y culturales de los cuales nacen y que los hacen valiosos y viables?
Más
allá de sentirnos muy orgullosos de labios para afuera por la sabiduría con que
los zenúes se relacionaban con sus territorios y con las inundaciones antes de
la llegada de nuestros antepasados españoles ¿qué se necesita para que esos
mismos criterios orienten el desarrollo en las regiones de Colombia en las
cuales manda el agua, que de acuerdo con datos recientes del Instituto Humboldt
representan por lo menos una tercera parte del territorio nacional?
¿Cómo
incorporar los principios en que se basan las culturas anfibias a la
planificación del desarrollo del Bajo Sinú, de La Mojana, de todo el río Magdalena
desde su nacimiento en el Macizo hasta esta Barranquilla en la que hoy nos
encontramos, de los Llanos Orientales, de toda la región Caribe, de la Costa
pacífica, de Bogotá y la Sabana, de la Amazonia, de nuestros territorios
insulares y marinos y de todos los demás territorios urbanos y rurales del
agua?
Si
alguna política pública ha tenido legitimidad y aplicación en Colombia, esa es
la política de Educación Ambiental, adoptada conjuntamente por los Ministerios
de Ambiente y de Educación en 2002. Y ha sido así, porque se basó en recoger, validar
y elevar a política pública lo que la gente ya estaba haciendo muy bien en las
distintas regiones del país.
Debo
decir que en su momento apoyé la decisión de unificar los Ministerios de
Ambiente y de Desarrollo, porque supuse que por fin se había entendido que no
existe un desarrollo sostenible y otro que no lleve ese apellido, sino que
cualquier medida de desarrollo que no cumpla con los requisitos de la
sostenibilidad simplemente no es verdadero desarrollo, así como cualquier
educación que no nos prepare para convivir con el ambiente, sencillamente no es
educación de calidad. Pensé que gracias a esa medida los principios del
ambientalismo iban a permear todo el desarrollo nacional.
Pero
cuando meses después de haberse realizado esa fusión me preguntaron mi opinión,
tuve que limitarme a contar la historia del campesino a quien el veterinario le
aconsejó darle un purgante extra-fuerte a su burro que estaba al borde de una
oclusión intestinal.
La
manera de administrarle la pastilla al burro, le indicó el veterinario, era
ponerla dentro de un tubo de PVC, introducirle el tubo hasta la garganta y
soplar. Tiempo después el veterinario se encontró con el campesino, que estaba
pálido, flaco y demacrado.
- ¿Y a usted qué le pasó?, preguntó
sorprendido el veterinario al ver en ese estado al propietario de su paciente
orejón.
-
Pues
que el burro sopló primero, le contestó.
Hace
unos días, mientras esto escribía, llegaban dos noticias a través de los medios
de comunicación: una, que ya pasan de dos mil los muertos en la India por la
sequía y la ola de calor. Y la otra, que el Presidente Obama ha declarado la
situación de “desastre mayor” en el Estado de Texas afectado por una enorme
inundación.
Esa
misma distribución inequitativa de la lluvia y del calor ha ocurrido ya muchas
veces en el territorio colombiano, ocurre hoy y va a ocurrir más a medida que
avancen los efectos del cambio climático, lo cual nos obliga a reconocer al
agua como la principal autoridad ambiental y al clima como actor decisorio que
hay que consultar.
Ciénaga vecina a Barranquilla. al fondo el Canal del Dique
Si
entre seres humanos nos echamos cuentos y fingimos que nos los creemos con el
objeto de evitar conflictos, a la Naturaleza y sus dinámicas no las podemos
engañar. A la biosfera y los ecosistemas que la conforman no les importa a
nombre de qué ideología o de qué “interés superior” se tala la selva, se
destruye el páramo, se contamina el río o se deseca el humedal.
Solamente
las transformaciones concretas en nuestra manera de actuar (interrelacionadas
necesariamente con cambios reales en nuestras maneras de ser y de pensar),
lograrán que el sistema inmunológico de la Tierra nos considere sus aliados en
lugar de activarse para sacarnos del planeta. Y esas transformaciones pueden
venir desde las comunidades, desde el Estado, desde el sector privado o desde
el ambientalismo radical, al cual me honro en pertenecer.
Desde
ese radicalismo me reafirmo en esa convicción muy bien expresada por Borges cuando
dice que “poco importa que la verdad
salga de uno o de boca de otro […] Lo importante es llegar a una conclusión, y
de qué lado de la mesa llegue eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué
nombre, es lo de menos.”
Cuentan
que una vez Jesús envió a sus discípulos a recorrer el territorio y a averiguar
qué cosas estaban pasando por ahí. Al regreso le informaron que se habían
encontrado con un ciego al que le devolvieron la vista y a un leproso al que
curaron en nombre de Jesús.
“Y también nos encontramos a unos que
estaban haciendo milagros”, reportó uno de los apóstoles. “Pero como no los hacían en tu nombre, les
prohibimos seguir”.
“No sean pendejos”, les
dijo Jesús. “Si están haciendo milagros,
son de los nuestros”.
Necesitamos
cada vez más milagros para que la Tierra perdone nuestras ofensas y nos permita
continuar aquí.
Hacer
la paz con la Naturaleza también es un requisito indispensable –sine qua non- para que podamos alcanzar
la paz entre los seres humanos. Solamente en un país con agua limpia y
suficiente, con ecosistemas sanos y con almas tranquilas, podrá germinar la
semilla de la paz.
Como
ya dije atrás, en estas experiencias que hoy premiamos –al igual que en muchas que
en esta ocasión no fueron premiadas- están las claves para saber cómo se hacen
esos milagros de coevolución y reconciliación.
Felicitaciones
al Banco de Occidente por sostener este premio durante más de 20 años y por
mantenerlo durante muchos años más. Felicitaciones a Lina Mosquera por su
excelente trabajo de organización. Y felicitaciones al Banco por los libros que
publica anualmente y que se están convirtiendo en una de las bibliotecas
científicas más bellas y completas que existen sobre la riqueza ecológica del
país. Cualquier decisión sobre el desarrollo, cualquier obra de
infraestructura, puerto, carretera, proyecto urbanístico o de cualquier otro
tipo, debe diseñarse y llevarse a cabo con el absoluto compromiso de no poner
en peligro ese patrimonio natural colectivo que constituye la visa al futuro de
quienes hoy estamos vivos y de las generaciones por venir.
Y claro,
felicitaciones a Colombia por todas estas alianzas con la Vida y por la Vida de
las que también es capaz y que están muy bien representadas en estos premios
que otorgamos hoy. Quienes protagonizan las experiencias premiadas son un
ejemplo de esa infinita voluntad de vida que, en últimas, terminará triunfando
sobre la violencia y la mezquindad.
Muchas
gracias
Barranquilla, 4 de Junio de 2015
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