viernes, junio 05, 2015

Lecciones de sostenibilidad desde los territorios locales

Palabras en la entrega del Premio PLANETA AZUL - Edición 2015
Fotos: La Mojana (Junio 4 y 5, en los vuelos Bogotá-Barranquilla-Bogotá)

Por allá a finales de los años 60 o principios de los 70 del siglo pasado inauguraron el nuevo edificio del Banco de la República en Popayán y a mi abuelo lo invitaron a la correspondiente misa y bendición. Cuando a la hora del Padrenuestro el cura dijo “perdona nuestras ofensas”, un señor que no frecuentaba mucho los sacramentos, le preguntó a mi abuelo (que tampoco):

-       ¿Cómo así que perdona nuestras ofensas? ¿No era perdónanos nuestras deudas?

Y mi abuelo le explicó:

-       Es que eso no se puede rezar en un banco.
* * *
El pasado 22 de Abril del programa radial BLU Verde tuvieron la gentileza de solicitarme algunas palabras con motivo del Día de la Tierra:

Estos son algunos renglones de lo que escribí:
         desde que con el Padre Sol y la Hermana Agua          crearon al primer ser humano
Santificado sea tu nombre
Permítenos ayudarte a conservar tu reino
Hágase tu voluntad, pero ojalá sea por las buenas, aunque entendemos que debes estar muy molesta por nuestras ofensas
[…]
Perdónanos nuestros errores a los seres humanos

Y danos “una segunda oportunidad sobre la Tierra”
En el amanecer del 5 de Junio el Sol surge del río Magdalena
Este año me han hecho nuevamente el honor de invitarme a ser jurado del Premio Planeta Azul que anualmente viene otorgando el Banco de Occidente desde cuando realizó la primera convocatoria en 1993. Y los demás integrantes del Jurado han corrido el riesgo de proponerme que lleve hoy la palabra en su nombre.

Una de las valiosas oportunidades que ofrece este honor, es que nos permite recargar la batería de la esperanza, cuando confirmamos que de un extremo a otro de Colombia abundan ejemplos de lo que hacen muchos hombres y mujeres para resarcir las ofensas que los seres humanos le hemos infligido a la Tierra, y para contribuir a consolidar el reino de la Vida y del Agua a pesar de las adversidades y de las tendencias hacia la destrucción.

Seres humanos colombianos que con procesos concretos y resultados tangibles, están recuperando la legitimidad de nuestra especie para reclamar “una segunda oportunidad sobre la Tierra”.
Pero ese honor de ser jurado también posee una cara ingrata: la obligación de seleccionar unas pocas de entre las decenas de experiencias valiosas que se presentan, tarea necesaria por supuesto y sin la cual el Premio dejaría de ser tal.

Puede sonar a lugar común, pero es que desde el padre de familia que ha diseñado un dispositivo para ahorrar agua en su casa y que ha comprometido con esa misión a todos los integrantes de su hogar, o el campesino solitario que ha asumido como propósito de vida liberar a una ciénaga del buchón, o la región cuyos actores se han organizado para defender la vocación ecológica de la cuenca de uno de sus ríos principales, hasta la ciudad que se transforma con el objetivo de armonizar sus relaciones con el suelo, con el agua, con el aire y con su entorno rural, todos y cada uno de esos esfuerzos aportan puntos en respuesta al desafío de salvarse que tiene hoy la humanidad.

Porque, digámonos una vez más, el desafío no es salvar a la Tierra, que se está salvando sola y que para tal fin ha activado todos sus sistemas de resiliencia y auto-organización, sino generar las transformaciones necesarias para que nuestra especie pueda continuar existiendo en este planeta, en condiciones en que, junto a todos los demás seres vivos, humanos o no, podamos ejercer el Derecho a la Vida con calidad y dignidad.

Ese conjunto de fenómenos y procesos que hoy englobamos bajo el nombre de cambio climático, es a los ecosistemas lo que el “Movimiento de los Indignados” es a las comunidades: la advertencia explícita de que si queremos sobrevivir, estamos en la obligación de cambiar. Necesitamos transformar la manera como venimos entendiendo y llevando a cabo el desarrollo, particularmente desde que se impuso en el mundo la “revolución industrial”.

Sembramos las semillas de la crisis muchos siglos atrás, cuando nos auto-convencimos de que todo cuanto existe en la Tierra había sido creado con el fin exclusivo de que los seres humanos lo podamos dominar y explotar de manera ilimitada. Lo que sucede es que solamente a partir de la “revolución industrial” tuvimos en las manos el poder efectivo para poner en práctica esa grave equivocación.
En la mayoría de esta gran cantidad de experiencias presentadas al Premio Planeta Azul existen señales que nos indican el camino que se debe seguir para avanzar en eso que se llama “desarrollo sostenible”, “gestión ambiental”, “gestión del riesgo de desastres” y hoy “adaptación al cambio climático”, como también “mitigación”, siempre y cuando esta contribuya de manera muy clara a la adaptación.

La adaptación no es una invención de los expertos en cambio climático, como tampoco es un sinónimo de resignación. Adaptación es la estrategia de supervivencia en armonía con la Tierra que hemos utilizado los seres vivos desde que existimos desde hace casi cuatro mil millones de años en este hoy todavía planeta azul. Adaptación es coevolución conjunta entre la Vida y el ambiente, que forma tanta parte de nosotros, como nosotros formamos parte de él.

Cada una de estas experiencias a las que me refiero, empezando por supuesto con las ganadoras, es un ejemplo concreto y colombiano de coevolución.

¿Cómo lograr que estos aprendizajes obtenidos a través de múltiples formas de alianzas entre comunidades de base y sus organizaciones, ONGs, entidades estatales, autoridades locales, escuelas, universidades, institutos de investigación, empresas privadas y muchas veces agencias internacionales, dejen de considerarse experiencias exitosas pero meramente anecdóticas, para convertirse en políticas públicas?

¿Cómo hacer que las “lecciones aprendidas” por las empresas de los sectores privado y público que están haciendo un buen trabajo en el campo social y ambiental, no se queden como ejemplos aislados que dependan de la sensibilidad de una junta directiva o de un gerente, sino que se conviertan en mínimos obligatorios tanto en las exigencias estatales como en las políticas de Responsabilidad Social Empresarial?

¿Cómo lograr que decisiones que determinan las rutas del desarrollo no solamente no desconozcan todos estos aprendizajes sino que no los aplasten de manera implacable, entre otras formas a través de la destrucción de los contextos ecológicos y culturales de los cuales nacen y que los hacen valiosos y viables?
Más allá de sentirnos muy orgullosos de labios para afuera por la sabiduría con que los zenúes se relacionaban con sus territorios y con las inundaciones antes de la llegada de nuestros antepasados españoles ¿qué se necesita para que esos mismos criterios orienten el desarrollo en las regiones de Colombia en las cuales manda el agua, que de acuerdo con datos recientes del Instituto Humboldt representan por lo menos una tercera parte del territorio nacional?

¿Cómo incorporar los principios en que se basan las culturas anfibias a la planificación del desarrollo del Bajo Sinú, de La Mojana, de todo el río Magdalena desde su nacimiento en el Macizo hasta esta Barranquilla en la que hoy nos encontramos, de los Llanos Orientales, de toda la región Caribe, de la Costa pacífica, de Bogotá y la Sabana, de la Amazonia, de nuestros territorios insulares y marinos y de todos los demás territorios urbanos y rurales del agua?

Si alguna política pública ha tenido legitimidad y aplicación en Colombia, esa es la política de Educación Ambiental, adoptada conjuntamente por los Ministerios de Ambiente y de Educación en 2002. Y ha sido así, porque se basó en recoger, validar y elevar a política pública lo que la gente ya estaba haciendo muy bien en las distintas regiones del país.

Debo decir que en su momento apoyé la decisión de unificar los Ministerios de Ambiente y de Desarrollo, porque supuse que por fin se había entendido que no existe un desarrollo sostenible y otro que no lleve ese apellido, sino que cualquier medida de desarrollo que no cumpla con los requisitos de la sostenibilidad simplemente no es verdadero desarrollo, así como cualquier educación que no nos prepare para convivir con el ambiente, sencillamente no es educación de calidad. Pensé que gracias a esa medida los principios del ambientalismo iban a permear todo el desarrollo nacional.

Pero cuando meses después de haberse realizado esa fusión me preguntaron mi opinión, tuve que limitarme a contar la historia del campesino a quien el veterinario le aconsejó darle un purgante extra-fuerte a su burro que estaba al borde de una oclusión intestinal.

La manera de administrarle la pastilla al burro, le indicó el veterinario, era ponerla dentro de un tubo de PVC, introducirle el tubo hasta la garganta y soplar. Tiempo después el veterinario se encontró con el campesino, que estaba pálido, flaco y demacrado.

-       ¿Y a usted qué le pasó?, preguntó sorprendido el veterinario al ver en ese estado al propietario de su paciente orejón.

-       Pues que el burro sopló primero, le contestó.
Hace unos días, mientras esto escribía, llegaban dos noticias a través de los medios de comunicación: una, que ya pasan de dos mil los muertos en la India por la sequía y la ola de calor. Y la otra, que el Presidente Obama ha declarado la situación de “desastre mayor” en el Estado de Texas afectado por una enorme inundación.

Esa misma distribución inequitativa de la lluvia y del calor ha ocurrido ya muchas veces en el territorio colombiano, ocurre hoy y va a ocurrir más a medida que avancen los efectos del cambio climático, lo cual nos obliga a reconocer al agua como la principal autoridad ambiental y al clima como actor decisorio que hay que consultar.
Ciénaga vecina a Barranquilla. al fondo el Canal del Dique
Si entre seres humanos nos echamos cuentos y fingimos que nos los creemos con el objeto de evitar conflictos, a la Naturaleza y sus dinámicas no las podemos engañar. A la biosfera y los ecosistemas que la conforman no les importa a nombre de qué ideología o de qué “interés superior” se tala la selva, se destruye el páramo, se contamina el río o se deseca el humedal.

Solamente las transformaciones concretas en nuestra manera de actuar (interrelacionadas necesariamente con cambios reales en nuestras maneras de ser y de pensar), lograrán que el sistema inmunológico de la Tierra nos considere sus aliados en lugar de activarse para sacarnos del planeta. Y esas transformaciones pueden venir desde las comunidades, desde el Estado, desde el sector privado o desde el ambientalismo radical, al cual me honro en pertenecer.

Desde ese radicalismo me reafirmo en esa convicción muy bien expresada por Borges cuando dice que “poco importa que la verdad salga de uno o de boca de otro […] Lo importante es llegar a una conclusión, y de qué lado de la mesa llegue eso, o de qué boca, o de qué rostro, o desde qué nombre, es lo de menos.”

Cuentan que una vez Jesús envió a sus discípulos a recorrer el territorio y a averiguar qué cosas estaban pasando por ahí. Al regreso le informaron que se habían encontrado con un ciego al que le devolvieron la vista y a un leproso al que curaron en nombre de Jesús.

“Y también nos encontramos a unos que estaban haciendo milagros”, reportó uno de los apóstoles. “Pero como no los hacían en tu nombre, les prohibimos seguir”.

“No sean pendejos”, les dijo Jesús. “Si están haciendo milagros, son de los nuestros”.

Necesitamos cada vez más milagros para que la Tierra perdone nuestras ofensas y nos permita continuar aquí.

Hacer la paz con la Naturaleza también es un requisito indispensable –sine qua non- para que podamos alcanzar la paz entre los seres humanos. Solamente en un país con agua limpia y suficiente, con ecosistemas sanos y con almas tranquilas, podrá germinar la semilla de la paz.

Como ya dije atrás, en estas experiencias que hoy premiamos –al igual que en muchas que en esta ocasión no fueron premiadas- están las claves para saber cómo se hacen esos milagros de coevolución y reconciliación.
Felicitaciones al Banco de Occidente por sostener este premio durante más de 20 años y por mantenerlo durante muchos años más. Felicitaciones a Lina Mosquera por su excelente trabajo de organización. Y felicitaciones al Banco por los libros que publica anualmente y que se están convirtiendo en una de las bibliotecas científicas más bellas y completas que existen sobre la riqueza ecológica del país. Cualquier decisión sobre el desarrollo, cualquier obra de infraestructura, puerto, carretera, proyecto urbanístico o de cualquier otro tipo, debe diseñarse y llevarse a cabo con el absoluto compromiso de no poner en peligro ese patrimonio natural colectivo que constituye la visa al futuro de quienes hoy estamos vivos y de las generaciones por venir.

Y claro, felicitaciones a Colombia por todas estas alianzas con la Vida y por la Vida de las que también es capaz y que están muy bien representadas en estos premios que otorgamos hoy. Quienes protagonizan las experiencias premiadas son un ejemplo de esa infinita voluntad de vida que, en últimas, terminará triunfando sobre la violencia y la mezquindad.
Muchas gracias
Barranquilla, 4 de Junio de 2015