De la Gestión del Riesgo a la Adaptación al Cambio Climático
La Alcaldía de Bogotá y el Concejo Distrital tomaron la decisión de transformar el FOPAE (Fondo para la Prevención y Atención de Emergencias), en el INSTITUTO DISTRITAL DE GESTIÓN DE RIESGOS Y CAMBIO CLIMÁTICO
IDIGER y de crear el SISTEMA DISTRITAL encargado del tema.
IDIGER y de crear el SISTEMA DISTRITAL encargado del tema.
Gestión del riesgo, gestión ambiental, administración del desarrollo sostenible, seguridad humana, seguridad territorial, adaptación al cambio climático… Seguramente podrían escribirse –o se han escrito ya- miles de tomos para explicar en qué consiste cada uno de esos conceptos y de las “disciplinas” que los aplican, y por qué se usan nombres distintos para cada una de ellas.
Sin embargo, en el fondo y
en la práctica, todas apuntan o deberían apuntar a lo mismo: buscar la manera
de que las actividades humanas puedan coexistir armónicamente con las dinámicas
de los ecosistemas, sin que las primeras se conviertan en amenazas contra las
segundas, ni las segundas contra las primeras.
De alguna manera, la palabra
que engloba mejor ese propósito es ADAPTACIÓN, ligada estrechamente a la Teoría
de la Evolución propuesta por Charles Darwin en el siglo XIX, de acuerdo con la
cual los seres vivos se transforman de generación en generación como una
respuesta necesaria a las exigencias del ambiente en que les toca vivir. Esa
adaptación incluye tanto transformaciones estructurales, de los organismos
mismos, como transformaciones de comportamiento y capacidad para desarrollar y
apropiarse de nuevas maneras de actuar.
No sobreviven ni dejan
descendencia los más fuertes, sino los más aptos. O sea, los mejor adaptados
para existir en un territorio en particular. Los más flexibles y capaces de
adaptarse a los nuevos cambios que se produzcan en el ambiente.
La palabra “adaptación”, sin
embargo, tiene un problema: se parece mucho a “resignación”.
Pero no: mientras
“resignación” es un concepto pasivo (como cuando se refiere a la mujer que se resigna a los malos tratos del marido
porque se cree impotente para sobrevivir por sí sola), “adaptación” es
dinámico, es activo y, en el caso de los seres humanos, es el resultado de la
voluntad, de la decisión y de la capacidad (la mujer que no se resigna más a
los malos tratos del marido sino que lo manda al diablo y reconoce y echa mano
de sus capacidades para seguir adelante sin él).
De todas maneras hay una
palabra que me gusta más que adaptación: es COEVOLUCIÓN.
Tiene sus raíces también en
Darwin y en quienes continuaron trabajando en el campo de la evolución, pero
avanza mucho más allá. Reconoce que los seres vivos nos transformamos como
respuesta a los cambios del ambiente, pero al hacerlo generamos nuevos cambios
en ese mismo ambiente, a los cuales debemos responder con otros cambios en
nuestras estructuras y en nuestros comportamientos, que a su vez producen más cambios
ambientales… y así.
La COEVOLUCIÓN reconoce la
existencia de una sucesión permanente de transformaciones mutuas entre los
seres vivos y su ambiente. Que también, hay que decirlo de manera expresa, es
un ser vivo. EL AMBIENTE ES UN SER VIVO.
Nosotros los seres humanos y
nuestras comunidades somos seres vivos que formamos parte de ecosistemas y que
interactuamos con ecosistemas y dependemos de ecosistemas, que a su vez
interactúan entre sí para formar ese ser vivo complejo y maravilloso que es el
planeta Tierra.
La llamada gestión del
riesgo comprende el conjunto de saberes, de decisiones y de actividades que
realizamos los seres humanos para reducir los riesgos a que estamos expuestos,
con el objeto de evitar que se conviertan en desastres. Y para que, si a pesar
de nuestros esfuerzos, hay desastres que no logramos evitar, podamos
recuperarnos de los mismos de manera oportuna y adecuada… y ojalá tomando las
medidas necesarias para que el desastre no se vuelva a repetir o para que no
generemos nuevos y más graves desastres.
Todos los seres vivos, de
manera intuitiva, han hecho gestión del riesgo, gracias a lo cual la Vida ha
podido evolucionar. El miedo, por ejemplo, es una “virtud adaptativa” que les/nos
permite a los animales reconocer el peligro y escapar de él. En los ecosistemas
donde la humedad es escasa, las plantas han desarrollado estrategias para
“ordenarse en el territorio” de manera que no compitan innecesariamente por la
poca agua que hay.
Ah: esa es otra lección
importante del post-darwinismo (las escuelas de pensamiento que tienen sus
raíces en Darwin pero que han avanzado mucho más allá). El motor de la
evolución –de la coevolución- no es necesariamente ni en todos los casos la
competencia que aniquila a los demás, sino la cooperación.
Nuestros propios organismos
son el resultado de la cooperación en el territorio de nuestros cuerpos, de
millones de microorganismos que viven en nuestro interior y encima de nuestra
piel, de cuyas interacciones con nuestros órganos y entre sí, depende eso que
llamamos “salud”.
Volvamos
a la gestión del riesgo: de un par de décadas hacia acá, hemos
incrementado nuestra comprensión sobre por qué se generan los riesgos y por qué
algunas veces se convierten en desastres.
Hemos entendido que un
riesgo es el resultado de la confluencia de dos factores en un mismo tiempo y
en un mismo lugar.
El primer factor es un
PELIGRO o AMENAZA (A): la posibilidad de que ocurra algún evento o de que avance
algún proceso que nos pueda causar cualquier tipo de mal.
El segundo factor es la
VULNERABILIDAD (V): nuestra exposición a esa amenaza y nuestra incapacidad para
aguantar sus efectos si llega a convertirse en realidad.
El RIESGO (R) es la respuesta a
la pregunta: ¿Qué nos puede pasar si llegara a materializarse una amenaza que
produzca unos efectos a los cuales somos incapaces de resistir?
R = A x V
El DESASTRE es cuando ese
riesgo deja de ser una posibilidad y se convierte en una realidad.
Mediante la gestión del
riesgo intervenimos sobre los factores generadores de riesgo sobre los cuales
nos queda posible intervenir. No podemos evitar, por ejemplo, que caiga un
aguacero (amenaza) pero sí podemos andar con un paraguas y con una chaqueta impermeable
para reducir nuestra vulnerabilidad… o podemos, algunas veces, simplemente
tomar la decisión de ese día no salir.
En otros casos sí podemos y
debemos intervenir sobre la amenaza. El mejor ejemplo hoy, son las medidas que
se han tomado en todo el país para evitar que la gente maneje algún vehículo
bajo los efectos del alcohol. La decisión de que no haya conductores borrachos
es pura gestión del riesgo enfocada hacia la prevención. (Antes la sociedad y
sus autoridades dirigían sus mayores esfuerzos a mejorar la capacidad para
responder a las emergencias cuando ya habían ocurrido. Hoy, al menos
teóricamente y muchas veces en la práctica, están igualmente enfocadas hacia la
prevención.)
¿Y
qué tiene que ver esto con la adaptación al cambio climático?
Dijimos arriba que el
planeta es un ser vivo compuesto por todos los sistemas y los ecosistemas que
interactúan entre sí.
Esas que antes llamábamos
erróneamente “capas de la Tierra” (como si el planeta fuera una milhoja), son realmente sistemas
interconectados o concatenados (encadenados entre sí), que se meten unos dentro
de otros y que determinan que cada cambio que experimenta alguno, tendrá
influencia sobre todos los demás.
En su condición de ser vivo,
la Tierra posee una capacidad de homeostasis
o de auto-regulación, que tiene la misma
función que, por ejemplo, tiene el sistema inmunológico en todos los demás
seres vivos, incluidos nosotros los humanos: garantizar que podamos responder oportuna
y adecuadamente a la presencia de una amenaza. O mejor, de cualquier alteración
interna o externa que pueda representar un peligro para nuestra integridad.
Aunque el sistema
inmunológico en sentido estricto, es solamente uno de muchos actores de nuestra
capacidad de auto-regulación. Rechazamos un virus o cualquier otro agente
patógeno gracias a nuestro sistema inmunológico, sí. Pero en ese desafío
intervienen todos nuestros demás sistemas concatenados: el circulatorio, el
digestivo, el nervioso, el óseo… Y por supuesto, nuestro sistema afectivo,
emocional y cultural. Y nuestro entorno familiar y social.
Cuando con la manera como
los seres humanos hemos entendido el desarrollo, comenzamos a alterar la
composición de la atmósfera terrestre
mediante el aporte excesivo de los llamados “gases de efecto
invernadero”, y al mismo tiempo avanzamos en la destrucción de los bosques y en
la contaminación de los mares (unas de cuyas funciones es la regulación del gas
carbónico o CO2 atmosférico), el sistema de auto-regulación de la
Tierra se activó.
Y como ese sistema, producto
de cerca de 4.500 años de evolución y coevolución, funciona muy bien, comenzó a
generar una gran cantidad de transformaciones planetarias, cuya expresión más
evidente es el incremento de la temperatura promedio de la Tierra. Algo que
podríamos comparar con lo que sucede en nuestro organismo cuando produce fiebre
para liberarse de un virus.
Al conjunto de esas
transformaciones planetarias y a los cambios que se derivan de cada una de
ellas, le damos el nombre de CAMBIO CLIMÁTICO.
Y como no se limitan solamente
al clima, sino que generan efectos directos e indirectos en todas las
actividades que llevamos a cabo los 7.300 millones de seres humanos que hoy
formamos parte de la Tierra, preferimos darles el nombre de CAMBIO GLOBAL.
Los seres humanos nos
encontramos hoy, como individuos y como sociedades, ante el desafío de
coevolucionar como única posibilidad para que podamos adaptarnos y sobrevivir a
los efectos del cambio global.
Al tiempo que tenemos que
actuar frente a las amenazas que nos afectan (como por ejemplo las sequías
prolongadas, los aguaceros extremos o el incremento del nivel del mar), tenemos
que hacerlo frente a las actividades humanas que generan amenazas contra
ecosistemas específicos o contra la Tierra en general, y que los obligan a
actuar.
Y tenemos que cambiar la
manera como, en el campo y en las ciudades, nos relacionamos con el agua, con
el suelo, con el aire, e inclusive entre nosotros mismos. Solamente de esa
manera podremos reducir nuestra debilidad frente a los efectos de los cambios.
Es decir, nuestra vulnerabilidad.
Por esas y otras razones la GESTIÓN DEL RIESGO y la ADAPTACIÓN AL CAMBIO CLIMÁTICO constituyen dimensiones y retos inseparables.
Bogotá desde la Estación Espacial Internacional (Foto: NASA)
La Alcaldía de Bogotá y el
Concejo Distrital tomaron la decisión de transformar el FOPAE (Fondo para la
Prevención y Atención de Emergencias), en el INSTITUTO
DISTRITAL DE GESTIÓN DE RIESGOS Y CAMBIO CLIMÁTICO – IDIGER.
Y por eso
está preparando el decreto mediante el cual se estructura el “Sistema Distrital de Gestión de Riesgos y
Adaptación al Cambio Climático”, del cual deben formar parte todas las
instancias e instituciones del Distrito.
Y de una u
otra manera tendrán que entrar a formar parte las comunidades y sus
organizaciones, el sector privado y los medios de comunicación.
Para que de la mano de las
instituciones y en armonía con las nuevas dinámicas del planeta en general y de
Bogotá en particular, seamos capaces de tomar todos los días las decisiones y
de ejecutar las acciones, que nos permitan COEVOLUCIONAR.
SI NO NOS CONVERTIMOS EN ACTORES PROACTIVOS DEL
CAMBIO GLOBAL, SUS EFECTOS NOS ACABARÁN POR ECHAR
EL CAMBIO CLIMÁTICO ES UN HECHO, LA ADAPTACIÓN ES UN DERECHO
EL CAMBIO CLIMÁTICO ES UN HECHO, LA ADAPTACIÓN ES UN DERECHO
Gustavo Wilches-Chaux, Enero 2014
(Material para formación - FOPAE/IDIGER)
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