BREAK DANCE
Escribí este artículo en 2005, cuando era asesor de la entonces DPAE (hoy FOPAE). Lo transcribo aquí y ahora, porque así como los actos de vandalismo que azotaron a Bogotá con el pretexto del Paro Agrario mostraron lo que podría ocurrir en la ciudad en caso de un terremoto en términos de pérdida de gobernabilidad, lo que pasó en el llamado "Club privado y deportivo" muestran lo que podría suceder en una gran cantidad de establecimientos públicos cuando sus ocupantes intentaran evacuar.
ESCENARIO 1
Acaba
de bailar un bolero y regresa a su mesa. Su pareja sale para el baño.
¡Temblor!
Parpadea la leve luz que medio ilumina el local, hasta que queda en completa oscuridad.
De
pronto se siente mareado. “Me dieron burundanga”, alcanza a pensar. “¿Pero
quién? ¿Dónde?”
Cuando
se va a sentar, vasos y botellas comienzan a tintinear. Se oye un rugido
fuerte, como un trueno cercano o un jet. Todo salta a su alrededor. Alguien
grita:
¡Temblor!
Parpadea
la leve luz que medio ilumina el local, hasta que queda en completa oscuridad.
Parpadea la leve luz que medio ilumina el local, hasta que queda en completa oscuridad.
Suenan
vidrios que se rompen y objetos que caen. Y varios “¡Socorros¡” y “¡Ayes!”
Usted
trata de recordar hacia dónde está la salida, al tiempo que llama a su pareja.
Es difícil saber si ella es una de las muchas personas que gritan, corren o se
empujan a su alrededor.
Trata
de moverse, pero la mesa, o unos asientos, o algo que usted no distingue bien,
no lo deja mover. De pronto otro sacudón (¿o el mismo?), más gritos, un golpe
en la cabeza. Un empujón.
“Ojalá
esta vaina no se nos caiga encima”, alcanza a pensar. Pero no dice nada. No hay
a quién.
Comienza
a oler a quemado. La luz que despiden las llamas le permiten ver por primera
vez las sombras que se empujan, que buscan una puerta, que intentan salir. Con
alivio reconoce a su pareja, que no está lejos de usted.
Se
toman de la mano e intentan ubicar la puerta, alejándose del lugar de donde
salen las llamas, que cada vez brillan y crepitan más. Distinguen a un mesero
que intenta activar –sin éxito-un extinguidor. Las llamas le agarran la
chaqueta y el hombre empieza a gritar. Una sombra lo envuelve con un saco y lo
arroja al suelo. Otras sombras, seguramente con sacos, intentan sofocar las
llamas. Lo logran. Otra vez, total oscuridad.
Algunos
minutos (que parecen horas) después, las sirenas comienzan a sonar. Usted y su
pareja ya han logrado salir a tientas del lugar, y se encuentran sentados,
mudos, aterrados en el andén.
Luces
de carros que pasan erráticos en todas direcciones iluminan fugazmente las
calles. Hay mucha gente. Es imposible saber si ha habido o no ha habido
destrucción.
Usted
y su pareja –de hecho, todo el mundo a su alrededor- intentan llamar por
celular. Nadie logra comunicarse. Algunos maldicen. Un hombre desesperado,
llorando, estrella el aparato contra el andén.
“Debe
haber sido un temblor”, le dice su pareja, como susurrando. “Un terremoto”, le
contesta usted.
En
medio de los pitos, las sirenas y las sombras, comienzan a caminar. De memoria,
porque casi no se ve nada.
Las anteriores son escenas
que nadie quisiera vivir, pero que no es imposible que ocurran, porque en
cualquier momento –dentro de una semana o dentro de 50 años- un terremoto puede
golpear a Bogotá. Los sismólogos tienen certeza de que eso va a suceder, pero
el estado actual de la ciencia no permite pronosticar cuándo será.
No podemos evitar que se
presente un terremoto, pero las escenas anteriores sí pueden ser distintas.
Entre todos y todas, gobierno y comunidades, las podemos cambiar.
ESCENARIO 2
Acaba de bailar un bolero y regresa a su mesa. Su pareja sale para el baño.
De pronto se siente mareado. “Me dieron burundanga”, alcanza a pensar.“¿Pero quién? ¿Dónde?”
Cuando
se va a sentar, vasos y botellas comienzan a tintinear. Se oye un rugido
fuerte, como un trueno cercano o un jet. Todo salta a su alrededor. Alguien
grita:
¡Temblor!
Parpadea
la leve luz que medio ilumina el local, hasta que queda en completa oscuridad,
con excepción de las luces rojas que indican en dónde están las salidas de
emergencia y la puerta principal. Una fracción de segundo después se encienden
dos lámparas de baterías que iluminan totalmente el local.
Suenan
vidrios que se rompen y objetos que caen. Y varios “¡Socorros¡” y “¡Ayes!”,
pero la gente mantiene la calma y se dirige a las salidas más cercanas. Meseros
y bouncers ayudan a controlar la situación.
Su
pareja, tan asustada como usted, sale del baño. Usted se tranquiliza al ver que
ella está bien, y ambos se dirigen hacia la puerta principal.
Hay
asientos y mesas caídas, y algunos vidrios rotos y vasos regados, pero ustedes
los evitan con facilidad.
En
medio del susto, ustedes están relativamente frescos porque saben que si la
discoteca tiene licencia, es porque las autoridades han comprobado la sismo-resistencia
del local donde funciona.
Mientras
salen, ven a un mesero sofocando un conato de incendio con un extinguidor.
Otros dos meseros, también con extinguidores, se preparan a apoyarlo en caso de
que no lo pueda controlar solo.
Afuera
de la discoteca reina la oscuridad. Usted saca una pequeña linterna del
bolsillo. Su pareja también. Recuerdan, sin comentarlo, que hace meses, cuando
las compraron, en la oficina se burlaron de ustedes, hasta esa vez cuando se
fue la luz y se quedaron encerrados con varios compañeros y compañeras en el
ascensor. Después de ese día, todo el mundo en la oficina carga su propia
linterna.
Algunos
segundos (que parecen horas) después, las sirenas comienzan a sonar. Usted y su
pareja se encuentran asustados, sentados en el andén.
Usted
saca de otro bolsillo un pequeño radio y se coloca el audífono en el oído. Las
emisoras informan que se ha producido un fuerte temblor, pero que hasta ese momento
no existen reportes de daños. Se les acercan algunas personas y usted y su
pareja les transmiten esa información.
Se
acerca un carro con un megáfono, desde el cual avisan que son del Comité de
Emergencias de la localidad. Preguntan si hay alguna persona herida, pero por
lo menos en esa cuadra parece que no. Junto al carro van unos socorristas de la
Defensa Civi y la Cruz Roja.
Usted
y su pareja –de hecho, todo el mundo a su alrededor-intentan llamar por
celular. Nadie logra comunicarse. Algunos maldicen. Un hombre desesperado,
llorando, estrella el aparato contra el andén.
Los
del megáfono tranquilizan a la gente y le piden que no hagan uso de teléfonos y
celulares porque las líneas están sobrecargadas. Que tres cuadras adelante hay
un puesto de información del Comité Local de Emergencias, en donde también hay
una emisora a través de la cual pueden informarles a sus familiares que están
bien.
En
medio de los pitos, las sirenas y las sombras, usted y su pareja comienzan a
caminar hacia allá, alumbrándose con sus linternas. Van relativamente
tranquilos, porque saben que en sus respectivas casas estarán pendientes del
radio para escuchar información sobre el temblor.
¿Quién puede lograr la
diferencia entre el primer y el segundo escenario?
Usted y su pareja. Todos y
todas. Nuestra voluntad. Nuestra decisión de prepararnos para manejar los
riegos, afrontar las emergencias y evitar que se vuelvan desastres.
ILUSTRACIONES TOMADAS DE INTERNET
1 Comments:
Excelente y simple lección sobre estar preparados y no estarlo. La diferencia entre un desastre y una posible emergencia la hacemos todos. Felicidades desde México maestro. @AntropOrdaz
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