domingo, abril 24, 2016

Los Desastres Evitados: un Indicador de verdadero desarrollo

Este artículo se publicó en el especial "25 veces Colombia" de la Revista Semana (Abril 2016)

Vuelvo y repito: la Gestión Ambiental y la Gestión del Riesgo tienen el mismo problema que el trabajo de la mamá en la casa: cuando funcionan bien, no se notan. Solamente hacen noticia cuando fallan y no logran evitar la ocurrencia de una emergencia o un desastre.

Como tampoco hacen noticia los cerca de 100 mil vuelos que diariamente despegan y aterrizan normalmente en distintos aeropuertos del mundo, lo cual no se debe a que las aeronaves, las tripulaciones y los pasajeros simplemente estén de buenas, sino a la confluencia de una cantidad enorme de actores y factores que evitan que los aviones se estrellen, se caigan, desaparezcan o estallen.


Yo no soy de los que aplauden explícitamente cuando un avión aterriza, pero creo que a partir de estas reflexiones voy a unirme a ese conjunto (un poco embarazoso) de pasajeros que, al aplaudir, de manera consciente o inconsciente reconocen que el logro de llegar a salvo a sus destinos puede ser de todo, menos obvio.

Ese aplauso es una felicitación que abarca desde Newton y Bernoulli, que expusieron los principios que permiten que vuele una aeronave, hasta los mecánicos anónimos que diariamente ajustan hasta el más mínimo tornillo que de quedar flojo o demasiado apretado, podrían ser la causa de que el aparato volador se caiga. Pasando, claro, por la tripulación, los equipos de tierra y, por supuesto, los controladores de vuelo: esos policías de tráfico del aire, responsables del milagro diario de evitar que dos de esos miles de aviones ocupen al mismo tiempo un mismo lugar en el espacio aéreo.

Desembocadura del río Tunjuelito en el río Bogotá

Durante la temporada de lluvias 2010-2011 exacerbada por La Niña, muchas mañanas felicite por Twitter al río Tunjuelito cuando, al despertarme, no veía en las noticias que se hubiera desbordado. Lo cual tampoco era ni “normal” ni obvio, porque antes, cada vez que la pluviosidad excedía una cantidad determinada, el río manifestaba, desbordándose, su inconformidad por los derechos que le estaban siendo vulnerados. Era evidente que a través de algunas obras de infraestructura -como el embalse Cantarrana- y de una gestión ambiental adecuada, se le comenzaron a devolver sus derechos al río, evitando así que tuviera que protestar por las malas.

Desembocadura del río Fucha en el río Bogotá

Solamente muy avanzada esa temporada, la cantidad de lluvias superó la resiliencia del río y este se salió de madre, como antes lo hacía ante cualquier aguacero.

Así mismo felicito a una ciudad que resiste sin colapsar o solamente con daños menores, la sacudida de un terremoto; y al territorio que logra salir airoso de una temporada climática extrema, ya sea por exceso o por defecto de agua.


Por todo esto considero que una buena manera de medir el verdadero avance hacia la sostenibilidad del desarrollo, es el “Indicador de Desastres Evitados”: una forma de hacer evidente que, frente a las mismas dinámicas que antes generaban emergencias o desastres en ese mismo territorio, o que los generan en otros, ese determinado territorio ha logrado absorber sin consecuencias negativas los efectos de esas dinámicas.

También es una manera de que las comunidades y quienes toman las decisiones del desarrollo, sean conscientes de los múltiples factores, de distinta índole, que deben ser protegidos para evitar que se produzcan desastres.


En el mundo en general -y Colombia no es la excepción- cada vez somos mejores en rescatar a los náufragos, pero cada vez generamos más condiciones para que haya naufragios.

El territorio colombiano urbano y rural, por supuesto, es vulnerable a múltiples dinámicas de origen natural o antrópico, pero también posee una gran cantidad de ventajas que nos han permitido aguantar, muchas veces, sacudones que, de no existir esas condiciones, habrían generado desastres.

Pero como el no-desastre no es noticia, en aras del llamado desarrollo estamos sacrificando diariamente muchas de esas ventajas.

Tanto desde la academia como desde las comunidades mismas que viven en estrecho contacto con las dinámicas naturales de sus territorios, y cuya supervivencia depende de entenderlas y bailar armónicamente con ellas, se han generado explicaciones a por qué La Niña 2010-2011 y ahora El Niño 2015-2016, están generando grandes desastres.

No porque los desastres sean “naturales”, sino porque “la cultura”, en el más amplio sentido de la palabra, se ha venido alejando cada vez más de su función primordial de enseñarnos a convivir con la Tierra. Y nos ha convertido en arrogantes gerentes de procesos que están obligando al planeta a rebotarse.

Los “Desastres Evitados” son también, entonces, la certificación que nos otorga la Tierra, cada vez que asumimos, con humildad y eficacia, el desafío de reaprender a convivir armónicamente con ella.

Gustavo Wilches-Chaux 
Bogotá, Marzo 29 de 2016