Los Desastres Evitados: un Indicador de verdadero desarrollo
Este artículo se publicó en el especial "25 veces Colombia" de la Revista Semana (Abril 2016)
Vuelvo
y repito: la Gestión Ambiental y la Gestión del Riesgo tienen el mismo problema
que el trabajo de la mamá en la casa: cuando funcionan bien, no se notan.
Solamente hacen noticia cuando fallan
y no logran evitar la ocurrencia de una emergencia o un desastre.
Como
tampoco hacen noticia los cerca de 100 mil vuelos que diariamente despegan y aterrizan normalmente en distintos aeropuertos del mundo, lo cual no se debe a que
las aeronaves, las tripulaciones y los pasajeros simplemente estén de buenas, sino a la confluencia
de una cantidad enorme de actores y factores que evitan que los aviones se
estrellen, se caigan, desaparezcan o estallen.
Yo
no soy de los que aplauden explícitamente cuando un avión aterriza, pero creo
que a partir de estas reflexiones voy a unirme a ese conjunto (un poco
embarazoso) de pasajeros que, al aplaudir, de manera consciente o inconsciente
reconocen que el logro de llegar a salvo a sus destinos puede ser de todo,
menos obvio.
Ese
aplauso es una felicitación que abarca desde Newton y Bernoulli, que expusieron
los principios que permiten que vuele una aeronave, hasta los mecánicos
anónimos que diariamente ajustan hasta el más mínimo tornillo que de quedar
flojo o demasiado apretado, podrían ser la causa de que el aparato volador se
caiga. Pasando, claro, por la tripulación, los equipos de tierra y, por
supuesto, los controladores de vuelo: esos policías de tráfico del aire,
responsables del milagro diario de evitar que dos de esos miles de aviones ocupen al mismo tiempo un mismo lugar en el espacio aéreo.
Durante
la temporada de lluvias 2010-2011 exacerbada por La Niña, muchas mañanas
felicite por Twitter al río Tunjuelito cuando, al despertarme, no veía en las
noticias que se hubiera desbordado. Lo cual tampoco era ni “normal” ni obvio,
porque antes, cada vez que la pluviosidad excedía una cantidad determinada, el
río manifestaba, desbordándose, su inconformidad por los derechos que le estaban
siendo vulnerados. Era evidente que a través de algunas obras de
infraestructura -como el embalse Cantarrana- y de una gestión ambiental
adecuada, se le comenzaron a devolver sus derechos al río, evitando así que tuviera
que protestar por las malas.
Solamente
muy avanzada esa temporada, la cantidad de lluvias superó la resiliencia del río y este se salió de
madre, como antes lo hacía ante cualquier aguacero.
Así
mismo felicito a una ciudad que resiste sin colapsar o solamente con daños
menores, la sacudida de un terremoto; y al territorio que logra salir airoso de
una temporada climática extrema, ya sea por exceso o por defecto de agua.
Por
todo esto considero que una buena manera de medir el verdadero avance hacia la sostenibilidad del desarrollo, es el
“Indicador de Desastres Evitados”: una forma de hacer evidente que, frente a
las mismas dinámicas que antes generaban emergencias o desastres en ese mismo
territorio, o que los generan en otros, ese determinado territorio ha logrado
absorber sin consecuencias negativas los efectos de esas dinámicas.
También
es una manera de que las comunidades y quienes toman las decisiones del
desarrollo, sean conscientes de los múltiples factores, de distinta índole, que
deben ser protegidos para evitar que se produzcan desastres.
En
el mundo en general -y Colombia no es la excepción- cada vez somos mejores en rescatar a los náufragos, pero cada vez
generamos más condiciones para que haya naufragios.
El
territorio colombiano urbano y rural, por supuesto, es vulnerable a múltiples
dinámicas de origen natural o antrópico, pero también posee una gran cantidad de ventajas que nos han permitido aguantar, muchas veces, sacudones que, de no existir esas condiciones, habrían generado desastres.
Pero como el no-desastre no es
noticia, en aras del llamado desarrollo estamos sacrificando diariamente muchas
de esas ventajas.
Tanto
desde la academia como desde las comunidades mismas que viven en estrecho
contacto con las dinámicas naturales de sus territorios, y cuya supervivencia
depende de entenderlas y bailar armónicamente
con ellas, se han generado explicaciones a por qué La Niña 2010-2011 y
ahora El Niño 2015-2016, están generando grandes desastres.
No
porque los desastres sean “naturales”, sino porque “la cultura”, en el más
amplio sentido de la palabra, se ha venido alejando cada vez más de su función
primordial de enseñarnos a convivir con la Tierra. Y nos ha convertido en
arrogantes gerentes de procesos que están obligando al planeta a rebotarse.
Los
“Desastres Evitados” son también, entonces, la certificación que nos otorga la
Tierra, cada vez que asumimos, con humildad y eficacia, el desafío de
reaprender a convivir armónicamente con ella.
Gustavo Wilches-Chaux
Bogotá, Marzo 29 de 2016
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