BIODIVERSIDAD ES LO QUE SOMOS
Hoy la palabra
“biodiversidad” es un poco más conocida que hace dos décadas cuando, por
ejemplo, términos como “biogeográfico” (el apellido que ostenta la región
chocoana que se extiende a todo lo largo de la costa pacífica entre Panamá y el
norte del Ecuador), constituían un trabalenguas para la mayoría de los
mortales.
Sin embargo, en nuestra vida
cotidiana, los habitantes de Colombia no siempre nos damos cuenta de la
biodiversidad que nos rodea, precisamente porque nacimos, crecimos y vivimos en
medio de ella. Somos parte integral de esa biodiversidad.
Como sucede en otros campos,
sólo somos conscientes de nuestra biodiversidad cuando nos hace falta. A veces
porque viajamos a países de latitudes templadas en donde encontramos bellos
paisajes, pero de una uniformidad, de un “juicio” y de una formalidad que nos
sorprenden: grandes extensiones cubiertas de bosques formados por dos o tres
especies de árboles, cuando no de una sola especie. La explosión de color de la
primavera o los paisajes otoñales o de invierno que evocan las postales de
navidad. Hermosos sí, pero los sentimos ajenos, como por allá.
Otras veces, en nuestros
propios territorios, nos damos cuenta de la biodiversidad perdida, cuando
sobrevolamos en avión o recorremos por tierra enormes territorios cubiertos con
el color y la textura uniforme de esos monocultivos característicos de la
agricultura industrializada, de la hoy en auge industria de los
agrocombustibles o de la industria forestal.
Nosotros somos todo lo
contrario: paisajes ariscos, vegetación aparentemente “desordenada” (que se
rige por el orden propio de la naturaleza, no por el orden humano), texturas
que reflejan y muchas veces marcan nuestra manera de ser. No vamos a caer en
“determinismos geográficos”, pero tampoco a negar que cada cual ha sido amasado con el barro de donde nació.
Nuestra caprichosa
topografía y nuestra condición de país tropical (más precisamente: de país
ecuatorial o equinoccial), nos permite pasar en corto tiempo de un ecosistema
de alta montaña (como un bosque de niebla, un páramo y a veces un paisaje
nevado) a un ecosistema de valle interandino de clima caliente, con todo lo que
ello implica en términos de temperatura, de humedad, de gente, de fauna y de
vegetación.
O descender desde la Sabana de Bogotá hasta los
Llanos Orientales. O, sin salir de Nariño, pasar de la gélida planicie de
Guachucal hasta el andén del Pacífico y el puerto de Tumaco. Los vecinos de la Sierra Nevada de
Santa Marta pueden abarcar con una sola mirada los picos –cada vez menos- nevados
y los bosques de mangle a la orilla del mar. O la vegetación de clima seco de la Guajira y el Valle de
Upar.
Incluso nuestras zonas
urbanas están rodeadas de biodiversidad. En los Cerros Orientales que le sirven
de cabecera a Bogotá, comienza el páramo más grande del mundo: el de Sumapaz
(claro que páramos solamente existen en Colombia y en algunas partes de
Venezuela, del Ecuador y del norte del Perú). En medio de la ciudad existen
algunos cientos de hectáreas de humedales que lograron escapar al buldócer de
la urbanización. Y a pocos minutos de los límites de la ciudad, hacia cualquier
punto cardinal, paisajes diferentes, otras temperaturas, nuevos olores, nuevas
sensaciones y colores.
La ciudad de Armenia estácruzada por cañadas de exuberante vegetación. El Jardín Botánico de Pereira es
una selva de guadua y otras especies en medio de la ciudad. Manizales crece en
territorio que todavía conserva parte de sus bosques de niebla y toda la
dinámica de la “lluvia horizontal”. Cali no se concibe sin los Farallones, ni
Bucaramanga sin el Cañón del Chicamocha, ni Medellín ni los paisas sin sus
cerros tutelares. Esto para poner solamente algunos ejemplos de ciudades
andinas.
Porque en las ciudades del
Caribe, o de la Orinoquia
y la Amazonia ,
el mar y los ríos y la selva forman parte integral de las zonas urbanas de la
respectiva región.
Ni que decir de las ciudades
y pueblos de la costa del Pacífico, donde a pesar de tantas décadas de
deterioro ambiental, siguen mandando la
parada los ríos y los aguaceros y la selva, cuando no los temblores y el mismísimo
mar.
Y uno ahí: alimentándose de
lo que produce en abundancia su región, preparado a la manera como se viene
haciendo desde muchas generaciones atrás. Porque la biodiversidad también se
come. La gastronomía también es expresión de la biodiversidad.
Y uno ahí: hablando y oyendo
hablar con el acento específico de cada lugar. Porque la biodiversidad también
se narra. (Biodiversidad se escribe con “B” de Ballenato y se canta con “V” de
Vallenato).
Y en las zonas de Colombia en
donde se materializa la razón por la cual la Constitución dice que
somos una nación pluriétnica y multicultural, uno crece y vive (o debería
crecer y vivir) con la convicción de que la “igualdad” es el derecho
inalienable que le asiste a cada persona y a cada cultura para ser diferente de
las demás.
En el colegio nos enseñaban
que una de las “causas” de la
Independencia había sido la Expedición Botánica
que dirigió José Celestino Mutis a partir de 1783. Esa “causa” la repetíamos de
memoria, junto a “la influencia de la Revolución Francesa ”,
“la traducción de los Derechos del Hombre”, “el despotismo de los españoles” y
no recuerdo qué otra más. Sin embargo hoy entiendo que la Expedición Botánica
no solamente nos mostró por primera vez que (nosotros y nuestra naturaleza)
éramos “distintos” de los europeos sino, sobre todo, que esa diferencia no era
motivo de vergüenza sino nuestro máximo valor.
En el 2010 coincide la
celebración del “Bicentenario de la Independencia ” (palabra más fácil de pronunciar
que “biogeográfico” pero más difícil de entender) con el “Año Internacional de la Biodiversidad ”.
Feliz coincidencia que me da
la oportunidad de proponer que más bien hagamos de este año una permanente CELEBRACIÓN
DE LA
INTERDEPENDENCIA entre nosotros y nuestra biodiversidad.
Entre la especie humana y nuestro planeta Tierra, el lugar más biodiverso del
Universo conocido.
Cuando descubramos otros
lugares “vivos” en el cosmos, seguramente ya no hablaremos del Universo sino
del Biodiverso.
Pero mientras tanto no.
Gustavo Wilches-Chaux
Escrito para el Instituto Humboldt en el año 2009
”
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