viernes, febrero 21, 2025

La Gestión del Riesgo en escenarios de conflicto armado

 Nota introductoria de Febrero 21 de 2025:

Subo hoy este artículo escrito en 2008, no sin lamentar que casi dos décadas después no solamente sigan vigentes las reflexiones que aquí se comparten, sino que las codiciones generadas por desastres de origen natural -particularmente las relacionadas con la crisis climática- trenzadas estrechamente en muchos casos, con el conflicto armado, sean hoy mucho peores que las que existían cuando el artículo se escribió.

De acuerdo con un artículo publicado en El Espectador el pasado 17 de Febrero, "La crisis humanitaria en Catatumbo refleja la problemática que azota otras regiones como Chocó, Cauca, sur de Bolívar y Nariño. Más de 55.000 personas han sido desplazadas en lo que va del 2025." 

Y así como esa cifra de desplazamientos sigue creciendo todos los días, también lo son las estadísticas que hacen referencia a los asesinatos de líderes y liderezas; reclutamiento forzado de menores de edad por parte de los grupos armados ilegales; emergencias humanitarias por acciones de gruos armados ilegales y otros flagelos productos de la guerra.

Mientras tanto, como ya se dijo, aumentan también los desastres desatados por extremos climáticos.

Ese panorama desolador implica entender que el continuum Gestión Ambiental - Gestión del Riesgo de Desastres - Gestión Climática no constituye solamente un desafío académico ni una cuestión tecnocrática, sino un requisito ineludible para la habitabilidad del territorio colombiano y para que los ecosistemas y los seres humanos que formamos parte de él podamos ejercer efectivamente el Derecho a la Vida con calidad y dignidad.

* * *

La Gestión del Riesgo en escenarios de conflicto armado

Resulta obvio que además de las dificultades propias de la gestión participativa del riesgo [1] en condiciones “normales” (tales como el predominio de un modelo de desarrollo generador de riesgos, la ausencia de voluntad política por parte de las autoridades y en general de los encargados de tomar decisiones, la falta de motivación, de organización y de participación de los actores de la sociedad civil, la ausencia o baja jerarquía del tema en las agendas gubernamentales, políticas y sociales, la insuficiencia de recursos, etc), en condiciones de conflicto armado se incrementan el número y la complejidad de esas dificultades.

El objetivo de este documento es invitar a la reflexión sobre las posibilidades y las limitaciones para gestión participativa del riesgo en escenarios caracterizados por la violencia y particularmente por el enfrentamiento entre actores armados, en medio de los cuales queda atrapada la población civil; al igual que en escenarios y territorios que, en los hechos, se encuentran bajo el control de actores armados por fuera de la ley.

Así mismo se invita a explorar, así sea de manera superficial, las posibilidades que eventualmente podría ofrecer la gestión participativa del riesgo (entendida como una expresión de la gestión ambiental participativa) como un tema de encuentro entre sectores sociales e institucionales enfrentados, y en consecuencia como un “germen de futuro” para la construcción de la paz.

Pese a lo anterior, tanto en la Dirección General para la Prevención y Atención de Desastres de Colombia DGPAD (hoy en 2025 UNGRD: Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres), como en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD [2], existe claridad en el sentido de que el manejo del orden público en el país tiene unos responsables claros en la estructura del Estado. En consecuencia, no se trata de que a través de la gestión participativa del riesgo se pretendan asumir responsabilidades que corresponden a otros actores.

La gestión del riesgo

Para efectos de este documento vamos a entender la gestión del riesgo, de manera general, como una expresión (e incluso como un sinónimo) de la gestión ambiental para el desarrollo sostenible, es decir, como el conjunto de decisiones y de acciones que una sociedad debe tomar para evitar que la dinámica de la naturaleza se convierta en una amenaza contra las comunidades humanas, y que la dinámica de las comunidades humanas se convierta en una amenaza contra los ecosistemas.

En términos más específicos, se considera la gestión del riesgo como el conjunto de actividades organizadas que realizamos con el fin de reducir o eliminar los riesgos o hacer frente a una situación de emergencia en caso de que esta se presente.

La gestión del riesgo comprende distintas dimensiones (y actividades), desde la planificación del desarrollo de manera que incorpore como un elemento intrínseco del mismo la prevención, reducción o, de ser posible, eliminación de las amenazas existentes en el entorno, y la reducción de los factores de vulnerabilidad de los ecosistemas y las comunidades frente a esas amenazas, hasta la preparación para responder mejor a las emergencias, la respuesta misma cuando estas se presentan, y las actividades de mediano y largo plazo posteriores a la ocurrencia de un desastre, tales como la recuperación, la reubicación de comunidades, la restauración de ecosistemas afectados, la reconstrucción de la infraestructura y de la “normalidad” perdidas, la planificación y “ejecución” del desarrollo sostenible, etc., etc.

Uno de los propósitos que perseguimos con este documento, es reflexionar sobre si verdaderamente es posible llevar a cabo una verdadera gestión integral y participativa del riesgo, que incluya las actividades de prevención de amenazas, mitigación de factores de vulnerabilidad, preparación para la respuesta, reconstrucción y planificación del desarrollo sostenible; o si en el mejor de los casos a lo más que podemos aspirar es a una adecuada preparación y respuesta en caso de emergencias o desastres.

Esto, sin lugar a dudas, nos haría retroceder a la concepción estrecha según la cual la gestión del riesgo se limitaría a lograr una adecuada respuesta en caso de emergencias o desastres (es decir: que la limita a una adecuada planificación y actuación en el terreno logístico), dejando de lado todos aquellos aspectos que tienen que ver con la reducción de la “vulnerabilidad global” de las comunidades en situaciones de riesgo.

Sin embargo, en términos realistas, no le podemos pedir a la gestión del riesgo que en los escenarios de conflicto armado se haga cargo de una serie de problemas, la mayoría de los cuales son estructurales, cuya solución depende de la acción concertada de una serie de actores institucionales y sociales, y de una serie de decisiones de política nacional (y muchas veces internacional) que, si bien son posibles y algún día tendrán que tomarse para que verdaderamente podamos acceder a la paz, escapan al ámbito limitado de nuestro objetivo.

La gestión del riesgo como gestión ambiental para el desarrollo sostenible

En su dimensión ideal, la gestión del riesgo (al igual que la gestión ambiental para el desarrollo sostenible) debe intentar eliminar o reducir las amenazas cuando ello sea posible (y lo es cuando en la generación de las mismas intervienen de manera decisoria las actividades humanas), al igual que intentar reducir o eliminar los factores de vulnerabilidad, de manera tal que se fortalezca la capacidad del tejido social para “aguantar un balonazo”, ya se trate de la ocurrencia de un fenómeno natural (como un terremoto o una erupción volcánica), de un fenómeno socio-natural (como una inundación o un deslizamiento causado por el manejo inadecuado de una cuenca hidrográfica o de una ladera), o por un fenómeno de origen claramente antrópico, como un ataque armado o una crisis económica por el derrumbe de los precios de un determinado producto en los mercados o por la quiebra en cadena de las instituciones financieras.

Las complejas interconexiones entre los distintos factores de vulnerabilidad/sostenibilidad (ver gráfica número 1) constituyen una “telaraña” que entendemos como sinónimo de “tejido social”. Como ya dijimos, la resistencia del mismo para “aguantar el balonazo” (resistencia) o para recuperarse después de ocurrido (resiliencia), constituyen la sostenibilidad del sistema comunidad/naturaleza.


Gráfica # 1
 
El caso particular de la violencia

Sin lugar a duda alguna, la amenaza que más desastres provoca en Colombia (en términos de pérdida de vidas y oportunidades, y en muchos casos en términos de pérdidas económicas y de infraestructura), es la violencia y en particular el conflicto armado, especialmente cuando este se expresa en ataques a poblaciones civiles desarmadas, en el secuestro como forma de presión política o como fuente de ingresos, o en enfrentamientos en medio de los cuales quedan atrapadas la población civil, su hábitat y sus medios de producción y subsistencia. O cuando conduce a esa forma de pérdida de la “seguridad territorial” de una comunidad que es el desplazamiento forzado.

En este caso particular no funciona el esquema según el cual para que una amenaza se convierta en riesgo es necesario que confluya con una situación de vulnerabilidad (AMENAZA X VULNERABILIDAD = RIESGO), ni la definición según la cual el “desastre es igual a un riesgo no manejado”, pues la violencia constituye de por sí -y de manera simultánea- una amenaza, una vulnerabilidad, un riesgo y un desastre.

El principal factor de insostenibilidad de una comunidad es la guerra y en consecuencia el principal objetivo de largo plazo de la gestión del riesgo y de la gestión para el desarrollo sostenible, debe ser la obtención de una paz cimentada sobre bases objetivas y subjetivas reales y duraderas.

Sin embargo, como dijimos antes, y para no caer en el círculo inmovilizador según el cual mientras no exista paz no podemos hablar de desarrollo sostenible y mientras no cambie el modelo de desarrollo no podemos hablar de paz, es necesario explorar qué campo de acción está disponible –o se le puede abrir- a la gestión del riesgo, y de que manera, desde ese “germen de futuro” se puede contribuir al direccionamiento y fortalecimiento de procesos de más largo plazo con miras a la construcción de paz y sostenibilidad.

Lo anterior sin olvidar lo que se dijo de manera expresa al principio de este documento, en el sentido de que las acciones militares tendientes al control del “orden público”, tienen unos responsables propios en la estructura del Estado.

Las posibles contribuciones de la gestión del riesgo a la “seguridad ciudadana” se pueden encontrar en los “mapas” siguientes.

Gráfica # 2

Gráfica # 3

La participación en la gestión ambiental tiene la posibilidad de contribuir a la que se ha denominado "desbarbarización de la sociedad", a través de la cual "pueda hacerse visible la potencialidad de la concertación como estrategia a través de la cual todos podríamos ganar, con la condición de que los distintos y distantes se reconozcan en sus derechos e intereses y estén en disposición de ceder parte de sus demandas inmediatas en aras de acuerdos estratégicos e intereses comunes de largo plazo (...) La participación dentro de este marco sería sinónimo de integración e inclusión de todos en la construcción de una sociedad viable para todos." [3]



No se debe perder de vista el “mapa general” de la gestión del riesgo, de manera tal que toda decisión que se tome y toda acción que se ejecute, constituyan en lo posible, escalones por los cuales se pueda avanzar hacia una gestión del riesgo más integral, es decir, hacia la construcción futura de unas condiciones que verdaderamente contribuyan a la sostenibilidad de las relaciones entre grupos humanos y entre estos y los ecosistemas de los cuales forman parte.

 ¿Qué hacer?

En vista del panorama descrito y de la imposibilidad de que desde la gestión del riesgo (en sentido restringido) se puedan llevar a cabo los cambios que requiere el modelo de desarrollo para tender hacia la sostenibilidad, debemos concluir que muy posiblemente sea necesario limitarnos por ahora a establecer los “principios orientadores” y las estrategias necesarias para garantizar que, ante un desastre inminente en zonas de conflicto armado, se puedan proteger en lo posible los derechos fundamentales de los pobladores de esas zonas (empezando por el derecho a una vida con calidad y dignidad), al igual que sus propiedades y sus medios de producción.[4]

Lo anterior sin perder de vista el “mapa general” de la gestión del riesgo, de manera tal que toda decisión que se tome y toda acción que se ejecute, constituyan en lo posible, escalones por los cuales se pueda avanzar hacia una gestión del riesgo más integral, es decir, hacia la construcción futura de unas condiciones que verdaderamente contribuyan a la sostenibilidad de las relaciones entre grupos humanos y entre estos y los ecosistemas de los cuales forman parte.

Es decir, que nos encontramos ante el reto de otorgarle sentido global y de largo plazo a las actividades puntuales, sin que por ello, necesariamente, tengamos que pedirles que produzcan efectos globales.

Los “equilibrios precarios” en las zonas de conflicto armado

En las zonas de conflicto armado las comunidades lograr sobrevivir con base en una serie de “equilibrios precarios” con los agentes armados por fuera de la ley, al igual que con las fuerzas militares y de policía pertenecientes al Estado.

Las comunidades sólidamente organizadas (como las comunidades indígenas, varias comunidades campesinas y algunas urbanas), logran “mantener a raya” a los actores armados, entre otras formas, evitando alinearse con cualquiera de ellos y haciendo valer su autonomía. Pese a lo anterior, no existe comunidad alguna que, a pesar de haberse autodeclarado como “comunidad de paz” o similar, se encuentre libre del conflicto o que no haya pagado esa decisión de autonomía con la vida de muchos de sus líderes.

Un primer “principio orientador” que proponemos, es que la gestión del riesgo en zonas de conflicto armado debe evitar, en lo posible y de manera conciente, que se alteren esos “equilibrios precarios” como consecuencia de la intervención de agentes externos en la zona de conflicto, ya sea antes o después de la ocurrencia de un evento capaz de desencadenar un desastre. [5]

La gestión del riesgo en cualquiera de sus expresiones, debe tener como objetivo fortalecer la autonomía de las comunidades y en general de los actores locales, no entendida esa autonomía de manera teórica o genérica, sino en las condiciones reales y concretas de cada comunidad específica frente a los actores armados. La DGPAD ha establecido protocolos que buscan evitar que las intervenciones externas en un escenario de desastre, en lugar de fortalecer a los actores locales los debiliten o suplanten. En el caso de las intervenciones en zonas de conflicto armado esos protocolos y los principios que los inspiran, adquieren especial importancia.

Como un corolario de lo anterior, encontramos otro “principio orientador”, consistente en que si la gestión del riesgo no logra solucionar o reducir los conflictos existentes en la zona, por lo menos debe intentar no profundizarlos. Un ejemplo de esto fue la política adoptada por la Corporación NASA KIWE después del terremoto del Páez, en el sentido de no comprar para las comunidades que necesitaban reubicación, tierras que estuvieran siendo solicitadas por otras comunidades indígenas o campesinas de la región, aún cuando el INCORA no tuviera la compra de esas tierras dentro de sus planes. Aunque en este caso no se trataba de un escenario de conflicto armado, sí se han dado casos en el Cauca de enfrentamientos sangrientos entre comunidades indígenas, cuando el gobierno adquiere para una comunidad un predio que venía siendo solicitado por otra.

Ver: Estrategias institucionales y comunitarias para responder al desastre de Páez en 1994 - YouTube

La gestión del riesgo como acción humanitaria

Una de las razones por las cuales resulta especialmente útil e interesante la iniciativa de la Dirección General para la Prevención y Atención de Desastres DGPAD y el PNUD consistente en explorar estrategias para la gestión del riesgo en zonas de conflicto armado, radica en que hasta donde el autor de estas líneas esté enterado, no existen normas internacionales que establezcan específicamente los principios que las partes en conflicto deben observar para garantizar la protección de la población civil y del patrimonio cultural de una comunidad, en caso de que ocurra un desastre o de que se presente como inminente una amenaza de origen natural o socionatural en una zona de guerra.

Debido a lo anterior, es necesario aplicar por extensión los principios contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en los distintos instrumentos internacionales que contienen y desarrollan el Derecho Internacional Humanitario (DIH), el cual se fundamenta en la convicción de que “los principios humanitarios deben prevalecer incluso en épocas de conflicto armado”. [6]

De acuerdo con lo anterior, consideramos que ponerle obstáculos a la protección de la población civil que pueda resultar o que de hecho resulte afectada por un desastre, equivale a una infracción al Derecho Internacional Humanitario, equivalente a infringir cualesquiera de las prohibiciones que el DIH les establece a los actores armados con respecto a la población civil. [7]

 Artículo 13. Protección de la población civil:

1. La población civil y las personas civiles gozarán de protección general contra los peligros procedentes de operaciones militares. Para hacer efectiva esta protección, se observarán en todas las circunstancias las normas siguientes.

2. No serán objeto de ataque la población civil como tal, ni las personas civiles. Quedan prohibidos los actos o amenazas de violencia cuya finalidad principal sea aterrorizar a la población civil.

3. Las personas civiles gozarán de la protección que confiere este Título, salvo si participan directamente en las hostilidades y mientras dure tal participación.

Artículo 14. Protección de los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil

Queda prohibido, como método de combate, hacer padecer hambre a las personas civiles. En consecuencia, se prohibe atacar, destruir, sustraer o inutilizar con ese fin los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como los artículos alimenticios y las zonas agrícolas que los producen, las cosechas, el ganado, las instalaciones y reservas de agua potable y las obras de riego.

Artículo 15. Protección de las obras e instalaciones que contienen fuerzas peligrosas

Las obras o instalaciones que contienen fuerzas peligrosas, a saber las presas, los diques y las centrales nucleares de energía eléctrica, no serán objeto de ataques, aunque sean objetivos militares, cuando tales ataques puedan producir la liberación de aquellas fuerzas y causar, en consecuencia, pérdidas importantes en la población civil.

Artículo 16. Protección de los bienes culturales y de los lugares de culto

Sin perjuicio de las disposiciones de la Convención de La Haya del 14 de mayo de 1954 para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado, queda prohibido cometer actos de hostilidad dirigidos contra los monumentos históricos, las obras de arte o los lugares de culto que constituyen el patrimonio cultural o espiritual de los pueblos, y utilizarlos en apoyo del esfuerzo militar.

Artículo 17. Prohibición de los desplazamientos forzados

1. No se podrá ordenar el desplazamiento de la población civil por razones relacionadas con el conflicto, a no ser que así lo exijan la seguridad de las personas civiles o razones militares imperiosas. Si tal desplazamiento tuviera que efectuarse, se tomarán todas las medidas posibles para que la población civil sea acogida en condiciones satisfactorias de alojamiento, salubridad, higiene, seguridad y alimentación.

2. No se podrá forzar a las personas civiles a abandonar su propio territorio por razones relacionadas con el conflicto.

¿Qué sucede si, por ejemplo, un actor armado obstaculiza el suministro de ayuda humanitaria a la comunidad afectada por un desastre o impide las acciones que adelanta el Estado para poner a salvo a quienes se encuentran en condiciones de vulnerabilidad frente a una amenaza determinada?

¿Qué sucede si un actor armado obstaculiza acciones de mantenimiento necesarias para garantizar la estabilidad de una determinada obra de infraestructura (como una presa para generación hidroeléctrica), cuyas fallas pueden constituir una fuente de amenazas?

¿Qué “cuidados” especiales requiere la decisión de evacuar una comunidad de una zona de riesgo, cuando entre las causas del conflicto armado está el interés de uno de los bandos de apoderarse de ese mismo territorio? [8]

Por otra parte, los actores armados de la guerra en Colombia deberán acoger y observar la “Convención sobre prohibición de usos militares y de uso hostil de cualquier técnica de modificación ambiental” (ENMOD) [9], así como los “protocolos adicionales” de la Convención de Ginebra, en virtud de los cuales se prohibe la utilización de medios de guerra dirigidos a causar daños severos, extendidos y con efectos de largo plazo sobre el medio ambiente natural. Estas normas también forman parte del Derecho Internacional Humanitario.[10]

En el ejercicio de la gestión del riesgo y particularmente en acciones de preparación y de respuesta, deberán observarse disposiciones del DIH como la que prohibe la utilización de símbolos como la Cruz Roja para realizar acciones que no sean humanitarias, precisamente como uno de los medios de garantizar que se cumpla la obligación que tienen los actores armados de respetar al personal médico y paramédico y a los funcionarios y trabajadores de los organismos humanitarios y de socorro. Es decir, que en ningún momento puede darse lugar a confusiones entre las acciones humanitarias y las acciones armadas tendientes a conservar el orden público, así estas se lleven a cabo en ejercicio de la soberanía del Estado y con pleno cumplimiento de las normas vigentes.

 ¿Qué sucede en los hechos?

Cuando en Colombia se ha presentado la necesidad de atender un desastre en una zona de conflicto armado o que en términos reales se encuentre bajo el dominio de un actor por fuera de la ley, en la práctica se ha establecido una especie de “acuerdo tácito” en virtud del cual ese actor “se hace a un lado” temporalmente mientras duran las acciones de respuesta, e incluso mientras se llevan a cabo acciones de recuperación y de reconstrucción, sin renunciar a ese dominio. Por el contrario, se mantiene “vigilante” de las acciones que se llevan a cabo y les hace saber por distintos medios a quienes intervienen desde afuera, que su presencia en la zona es permanente.

Los actores externos, por su parte, saben que “la entrada” a la zona y la seguridad de su personal, dependen de que previamente se obtenga la autorización del actor ilegal armado y de que este se mantenga informado en detalle de las actividades que están siendo llevadas a cabo. La transparencia y la publicidad de los objetivos de cualquier actividad propia de la gestión del riesgo, constituyen requisitos tanto para el éxito de la misma, como para la seguridad de quienes la ejecutan. Quienes adelantan actividades de campo en zonas de conflicto armado, saben que no pueden manejar “discursos distintos” dependiendo de con quién se encuentren, sino que deben exponer de manera clara los objetivos de su presencia –y de la presencia de la institución que representan- en un determinado lugar.

Como se anotó anteriormente, cuando las comunidades locales están fuertemente organizadas y ejercen control real sobre el territorio, aún cuando este sea escenario de enfrentamientos armados (como es el caso de las comunidades indígenas, de muchas comunidades campesinas y de algunas urbanas), la principal protección para el personal externo proviene de esas mismas comunidades. En la práctica la “legitimidad” de un actor externo gubernamental o no gubernamental para trabajar en una región determinada, se deriva del reconocimiento y aceptación que le otorgue la comunidad local, y de la “seguridad” que esta esté en condiciones de ofrecerle frente a los actores por fuera de la ley. Esto lo saben perfectamente quienes por cualquier razón (y no solamente en actividades de gestión del riesgo), realizan trabajos de campo en zonas de conflicto armado. [11]

Para el caso de la gestión del riesgo y particularmente de las actividades de preparación y de respuesta en caso de desastre, posiblemente resulte más conveniente por ahora mantener ese statu quo según el cual si bien no se les reconoce oficialmente legitimidad a los actores armados por fuera de la ley, sí se reconoce su existencia real y su capacidad para imponer su dominio en un determinado territorio. Esto equivale al reconocimiento de esos “equilibrios precarios” a los cuales hicimos referencia en otra parte de este texto.

Lo anterior no obsta para que  desde el Estado y desde la sociedad civil, se les exija a los actores armados que cumplan rigurosamente el Derecho Internacional Humanitario, no exclusivamente para efectos de la gestión del riesgo sino, en general, en todas sus actuaciones en los escenarios del conflicto.

De allí la importancia de que tanto quienes se dedican a la gestión del riesgo en cualquiera de sus dimensiones o etapas, como la comunidad en general, conozcan el DIH y se apropien de él como lo que es: una conquista histórica de la humanidad en favor de los Derechos Humanos. El objetivo del Derecho Internacional Humanitario es que se respeten los Derechos Humanos aún en situaciones de guerra. Cuando afirmamos que el DIH constituye una conquista de la humanidad, no nos referimos a una humanidad en abstracto, sino a todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas que, como en el caso de Colombia, en una u otra forma resultamos afectados por la guerra.

 El fortalecimiento de la autonomía local

Uno de los objetivos de la gestión del riesgo en todas sus dimensiones o fases debe ser el fortalecimiento de la autonomía local, al igual que uno de los objetivos –quizá el principal- de la gestión ambiental para el desarrollo sostenible, debe ser la recuperación y el fortalecimiento de la homeostasis o capacidad de autorregulación de los ecosistemas. De hecho, cuando hablamos de autonomía local, nos referimos a la capacidad de autorregulación y a la sostenibilidad global del sistema comunidad y del sistema naturaleza-comunidad.

En las zonas que no son de conflicto armado y en donde existe una verdadera presencia y “soberanía” institucional, es claro que el núcleo de esa autonomía local es el gobierno municipal en cabeza del alcalde, quien a su vez preside el Comité Local para la Prevención y Atención de Desastres en los términos de fija la ley. Fortalecer a los actores locales significa fortalecer la autoridad municipal, y fortalecer las organizaciones de la comunidad, al igual que fortalecer su cultura, su identidad, su capacidad de comprender y de convivir en armonía con el entorno, en fin, fortalecer todos aquellos hilos de la telaraña que dibujamos en la gráfica número 1. Más allá de cualquier otra consideración, el objetivo de la gestión del riesgo debe ser el fortalecimiento de las instituciones legítimas, estatales o comunitarias. La creación de organizaciones paralelas y “de bolsillo”, que les resulten funcionales a los actores externos pero que debiliten los procesos endógenos de las comunidades, acaban por debilitar el tejido social y en consecuencia, hacen más vulnerable a la comunidad.

En las zonas de conflicto armado se presentan dificultades especiales, pues si bien el objetivo sigue siendo el fortalecimiento de los actores locales para que estén en capacidad de asumir de manera más activa y eficaz el protagonismo de la gestión del riesgo, muchas veces esos actores locales no se encuentran en condiciones para hacerlo. Tal es el caso de los municipios cuyos alcaldes y concejales gobiernan desde el exilio como consecuencia de las amenazas de los actores armados y en general, de las zonas en donde la comunidad busca mantener el más bajo perfil posible como estrategia de supervivencia.

En estos casos la tentativa de constituir un comité local para la prevención y atención de desastres con las mismas características de los que operan en zonas exentas de guerra, no solamente sería inútil, sino que expondría al promotor de la iniciativa y a quienes eventualmente asumieran ese reto a alejarse de esos que hemos denominado “equilibrios precarios” en virtud de los cuales logran su supervivencia.

En las zonas de conflicto armado, sin embargo, existen múltiples formas de organización de la sociedad civil surgidas de manera orgánica y endógena como mecanismos de superación de las dificultades que se oponen a la vida. Tal es el caso de los movimientos de resistencia ciudadana existentes en muchas comunidades indígenas y campesinas de Colombia; de las organizaciones de mujeres empeñadas en hacer posible la cotidianidad en medio de la guerra; de las múltiples experiencias de educación a través de las cuales la comunidad educativa (docentes, padres y madres de familia, estudiantes, autoridades locales, organizaciones no gubernamentales) se empeñan en defender el derecho a la educación de sus hijos e hijas; de los movimientos tendientes a garantizar la seguridad alimentaria (y a partir de allí la seguridad territorial) de muchas comunidades que padecen de manera permanente la amenaza del desplazamiento, en fin, de la enorme cantidad de experiencias surgidas y sostenidas desde la base misma de la sociedad, gracias a las cuales, a pesar de la guerra, ni el país naufraga ni se da por perdida la esperanza.

En esos casos, nuestro papel es aportarles a esas comunidades la gestión del riesgo como una herramienta que les permita fortalecerse y que les contribuya a enfrentar de manera más eficaz los retos cotidianos.

Con toda seguridad, dichas comunidades se van a dar cuenta de que lo que hacen diariamente es, precisamente, gestión participativa del riesgo. La prueba de su eficacia es que logran permanecer allí y seguir luchando y resistiendo a pesar de las múltiples amenazas y de los riegos consecuentes. Y que logran recuperarse de los desastres que los azotan, tales como la destrucción de los pueblos o el asesinato de los líderes.

Es decir, que a esas comunidades no les estaríamos enseñando nada nuevo, sino ayudándoles a hacer conciencia y a sistematizar y fortalecer una serie de estrategias que ellas mismas han desarrollado. Repito lo que escribí hace varios años en un libro, en el sentido de que el objetivo de la educación ambiental no es necesariamente que la gente sepa cosas nuevas, sino que la gente sepa que sabe. Que haga conciencia de lo que sabe y del enorme conocimiento acumulado en la memoria colectiva.

Magnífico si ya existe o es posible contribuir a conformar un comité local para la prevención y atención de desastres en municipio en zona de conflicto armado. Pero si no existen las condiciones que lo permitan, lo importante es “sembrar en el ambiente” la semilla de la gestión del riesgo, que ella misma se encargará de encontrar y germinar en suelo fértil. Aún cuando no sea posible establecer un comité local para la prevención y atención de desastres con todas las características formales que la ley establece, deben buscarse espacios más o menos formales que asuman esos mismos objetivos y que además faciliten la comunicación entre las comunidades y el Estado. De allí la importancia de que en esos espacios participen tanto representantes de la sociedad civil como de las instituciones del Estado presentes en la zona. En los “mapas” de sostenibilidad y de “seguridad” que incluimos en este documento, aparecen claramente los vínculos entre las organizaciones comunitarias y las instituciones, como parte integral de ese tejido del cual dependen la sostenibilidad y la seguridad de una sociedad.

Es posible que la necesidad de enfrentar de manera colectiva una amenaza que puede afectar por igual a distintos sectores de una misma comunidad, o de responder adecuadamente a los retos de un desastre que de una u otra manera ha caído sobre toda la población, contribuya a establecer lazos de comunicación entre actores y sectores sociales enfrentados. En un libro recientemente publicado, Jürgen Habermas le afirma a su entrevistadora Giovanna Borradori, que “la espiral de violencia comienza con una espiral de la comunicación perturbada que –a través de la desconfianza recíproca no dominada- conduce a la interrupción de la comunicación”.

En esto radica nuestra esperanza de que si los distintos “bandos” existentes en una sociedad logran encontrar intereses comunes, retos comunes, e incluso amenazas, vulnerabilidades y riesgos comunes (por no decir elementos de identidad a partir de reconocer que forman parte de un mismo proceso histórico y que comparten unos elementos culturales y un territorio), entre esos grupos se puedan establecer puentes que les permitan remar en una misma dirección con miras a construir el futuro.[12]

 Los desplazamientos como consecuencias y fenómenos generadores de riesgos

Como dijimos atrás, la violencia no solamente es una amenaza, sino que en sí misma es una vulnerabilidad, un riesgo y un desastre, y rebasaríamos las intenciones de este documento si nos dedicáramos a explorar las múltiples amenazas que tienen su origen en la guerra entre actores armados y en la violencia que estos ejercen sobre la población civil.

Sin embargo no queremos dejar de llamar la atención sobre los enormes retos que surgen para la gestión del riesgo a partir de los desplazamientos y de las condiciones especiales de vulnerabilidad en que se encuentran las poblaciones desplazadas.

Así mismo, como la experiencia nos lo ha demostrado, las vulnerabilidades de unos actores y de unos sectores sociales se convierten muy fácilmente en amenazas contra otros sectores sociales, al igual que los ecosistemas vulnerables constituyen la principal fuente de amenazas contra las comunidades que interactúan con ellos.

Difícil encontrar una vulnerabilidad mayor que la de una comunidad que pierde su seguridad territorial y es expulsada de los escenarios a los cuales se encuentra adaptada, y se ve obligada a asentarse (siempre en condiciones de precariedad e interinidad) en un nuevo territorio cuyos “códigos” desconocen y en donde difícilmente son bienvenidos.

En los múltiples aprendizajes que la gestión del riesgo ha adquirido a través de los años existen herramientas que pueden resultarles útiles a quienes tienen a su cargo el manejo de los efectos de los desplazamientos. Y así mismo, en los procedimientos que se han venido desarrollando para manejar estas crisis, existen múltiples herramientas que pueden ser aprovechadas por la gestión del riesgo.

El Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres debe establecer canales de comunicación permanentes con sistemas como el de “alertas tempranas” para desplazamientos y el de atención a desplazados que manejan programas e instituciones como la Red de Solidaridad y la Defensoría del Pueblo, de manera que sin invadirse mutuamente los campos de acción y sin que ninguno de ellos asuma responsabilidades que les corresponden a los otros, se identifiquen y desarrollen estrategias comunes y sobre todo coherentes, que le permitan a la sociedad colombiana avanzar de manera más integral hacia el desarrollo sostenible.

                                                                                                     GUSTAVO WILCHES-CHAUX

Bogotá, Enero 2008

Invitación a pasar por estos blogs:

Resiliencia

Derechos de personas y comunidades afectadas o susceptibles de ser afectadas por desastres

La salud emocional, afectiva y cultural en los desastres

La comunicación un compromiso político

Notas de pie de página

[1] En este texto vamos a hablar de gestión del riesgo, en sentido amplio, como sinónimo de gestión ambiental para el desarrollo sostenible, y en sentido restringido, como las actividades tendientes a evitar que se produzca un desastre, a reducir sus efectos, a responder adecuadamente a una emergencia y a facilitar la recuperación de las comunidades afectadas. 

 [2] Este documento se elaboró como material de discusión para un taller sobre el tema llevado a cabo en Bogotá a fines de 2003.

[3] Londoño, Beatriz y Rojas R. Manuel, "LA PROMOCIÓN DE LA PARTICIPACIÓN DE LAS CORPORACIONES AUTÓNOMAS REGIONALES", Material didáctico (Módulo 3) del Primer taller de capacitación para consejeros representantes de los alcaldes y las organizaciones de la sociedad civil ante los consejos directivos de las corporaciones autónomas regionales. Marsella, Mayo de 1998.

[4] De allí que consideremos que la gestión del riesgo en las condiciones descritas constituye una acción humanitaria y como tal debe ser respetada por los actores armados.

 [5] Partimos del supuesto de que los actores locales conocen la manera de “moverse” sin alterar esos equilibrios precarios, prueba de lo cual es que logran permanecer y subsistir en el lugar a pesar de los conflictos armados. Estas recomendaciones están dirigidas, sobre todo, a los actores externos que intervienen cuando ocurre un desastre.

 [6] Tomado, entre otros textos, del Acta final de la Conferencia Internacional de Derechos Humanos, Teherán, 22 de abril a 13 de mayo de 1968, Naciones Unidas, New York, 1968, respecto de los derechos humanos en los conflictos armados. Resolución XXIII adoptada por la Conferencia Internacional de Derechos Humanos.

 [7] Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949 relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional (Protocolo II)

http://www.icrc.org/icrcspa.nsf/22615d8045206c9b41256559002f7de4/847e60eb673a8a36412565d7003c99a5?OpenDocument#5

 [8] En Colombia existen tres causas principales de desplazamiento de comunidades: desastres de origen natural, obras de infraestructura y conflicto armado (o aspiraciones territoriales que se expresan en conflictos armados o en violencia contra la población local).

 [9] Convention on the Prohibition of Military or Any Other Hostile Use of Environmental Modification Techniques (ENMOD).

 [10] Wilches-Chaux, Gustavo, “Nuestro Compromiso Político con el Cosmos”. Corporación “Viva la Ciudadanía” (Popayán – Bogotá, 1998)

 [11] Ha habido casos, sin embargo, en los cuales las comisiones encargadas de, por ejemplo, la evaluación de daños después de un vendaval en un sector “caliente” de una zona urbana, acuden al sitio fuertemente custodiadas por el ejército nacional.  Pero como en términos prácticos ese tipo de protección solamente es efectivo para el cumplimiento de algunas acciones puntuales y no sería sostenible en el largo plazo un proceso que requiriera una protección armada permanente, creemos que estos casos no alteran el principio general.

[12] En esta misma convicción se basa la esperanza de que la planeación participativa con visión prospectiva, se reconozca y adopte como herramienta para la construcción de una paz sostenible.


domingo, agosto 25, 2024

BIODIVERSIDAD: colcha de retazos sobre el tema y la importancia de su valoración

 Cuando estábamos comenzando la pandemia generada por el Covid-19, la Comisión de la Verdad en su serie  "Futuro en Tránsito", dió a la luz el texto titulado DIVERSIDAD, para el cual me invitaron a escribir el artículo que a continuación transcribo y que en mi caso particular, constituye una colcha de retazos de artículos que sobre el tema de la Biodiversidad había escrito y publicado a lo largo de varios años.(Sea la oportunidad para reiterarles mis agradecimientos a Francisco de Roux y a los demás integrantes de esa Comisión)

No me vano me reconozco como descendiente del mono-temático y cada vez que es pertienente, en lugar de escribir artículos nuevos, reciclo aquellos que para bien -y a veces para mal- conservan su validez.


Aquí pueden descargar completa la publicación

Elogio de las colchas de retazos

Por distintas razones describo este artículo como una colcha de retazos: no solo porque el diccionario define retazo como «fragmento de un discurso o de un escrito» (y eso es lo que van a encontrarse), sino porque a pesar de que han sido tan estigmatizadas (como los cuellos de botella o las ovejas negras), las colchas de retazos suelen ser expresiones tangibles y coloridamente bellas, de una cultura en la cual resulta inconcebible el desperdicio de lo que todavía tiene utilidad; de una cultura que busca satisfacer, sin derroches innecesarios, las necesidades cotidianas, no por avaricia sino por responsabilidad; de una cultura que valora enormemente la imaginación y el trabajo manual de quienes–mujeres por lo general– se dedican a juntar trozos de telas que se quedaron sin vender en el almacén, o que sobrevivieron a la pérdida de una prenda, de un cubrelecho o de un mantel que por algún motivo dejaron de existir. Fragmentos en los que sigue vivo algún textil que alguna vez formó parte de la memoria y por ende de la identidad familiar. 

La memoria –así sea en retazos– es tan importante para los territorios, para las comunidades y para las familias, como lo es para cada persona a nivel individual. La pérdida de la memoria es una de las principales causas de vulnerabilidad. 

A través de los efectos de la crisis climática y de la pandemia del covid-19, la Tierra nos está obligando por las malas –porque por las buenas no quisimos entender– que debemos cambiar la manera de concebir, planificar, llevar a la práctica y evaluar, eso que hoy llamamos «desarrollo», y que se basa en el consumo compulsivo, en la producción excesiva de residuos, en la destrucción de los ecosistemas, en la sobreexplotación de los suelos y sobre todo en el desconocimiento de los derechos de todos los seres vivos, incluyendo muchas veces los derechos de los mismos seres humanos: uno de ellos el derecho a la diversidad sobre la imposición de la uniformidad.

Cuando decimos «biodiversidad», nos estamos refiriendo a la multiplicidad de maneras como se expresa la vida en la Tierra, y que incluye a la enorme diversidad de los seres humanos y de las culturas a las cuales, nos demos cuenta o no, pertenecemos.

Primer retazo: tenemos los mismos derechos porque somos distintos, no porque seamos «iguales»

En 1990 un grupo de organizaciones y personas de distintas regiones del país promovimos la llamada «Propuesta ambiental», con la cual pretendimos llevar la voz de la naturaleza a la Asamblea Nacional Constituyente, pero los votos que obtuvimos no nos alcanzaron para llegar.

(Nota: Hoy posiblemente formularíamos algunas de estas ideas con un lenguaje ligeramente distinto porque en los treinta años transcurridos desde entonces han sido mucho los aprendizajes y las reflexiones, pero estoy seguro de que en su contenido de fondo quienes impulsamos la «Propuesta ambiental» seguimos abordando, de igual manera, estos mismos temas.)

Sin embargo, con el apoyo de otros movimientos que sí llegaron, y particularmente de algunos constituyentes que los asumieron como compromiso político y personal, la mayor parte de los puntos de nuestra propuesta entraron a formar parte en 1991 de la nueva Constitución. Uno de esos puntos era «El reconocimiento constitucional de la diversidad».

Uno de los retazos del capítulo correspondiente, en ese momento decía:

Mientras tanta atención se le presta todavía a esa ficción jurídica y política que es el «derecho a la igualdad», nosotros rescatamos el derecho a la diversidad: el derecho a ser diferentes, a pensar distinto, a actuar distinto, a vivir distinto.

Luchamos para que la mujer tenga los mismos derechos y oportunidades que el hombre, no porque sea «igual» al hombre, sino precisamente porque es distinta, porque es mujer.

Luchamos para que el indígena y el negro tengan los mismos derechos y oportunidades que el blanco, no porque sean «iguales» al blanco, sino porque son indígenas y negros.

Para que el habitante de las zonas rurales no tenga que renunciar a su derecho a

ser campesino para tener acceso a los mismos servicios básicos y oportunidades que el habitante de la ciudad.

Para que el protestante y el judío y el musulmán puedan profesar un credo distinto del católico sin perjuicio de sus derechos ciudadanos.

En Colombia, a pesar de las múltiples agresiones centenarias, coexisten todavía distintas culturas, o más bien, distintos procesos culturales, y la nueva Constitución

deberá garantizar que cada uno de ellos pueda conservar su propio rumbo y su propia identidad sin perjuicio del respeto a los derechos de los demás.

El gran reto que tenemos los colombianos por delante es consolidar nuestra identidad como nación sobre la base del respeto a las diferencias y la valoración de nuestra diversidad.

Himno del Cauca

Lamentablemente la diversidad étnica y cultural sigue siendo en el Cauca y en otras partes de Colombia, un factor de conflicto y no de creatividad para la coevolución

Segundo retazo: la vida no se inventó el sexo como una forma de reproducción sino como una estrategia de diversificación

Transcribo aquí parcialmente –y con algunos remiendos necesarios por el paso del tiempo– un texto titulado «Sexo y Muerte, Biodiversidad y Singularidad» que elaboré cuando trabajaba con el Proyecto Biopacífico y que luego se difundió en otras publicaciones.

Revista Desastres y sociedad (La Red, enero-julio 1994, No.2 y en mi libro La letra con risa entra (Fondo FEN Colombia, 1996)

Imaginémonos una empresa donde el gerente y la secretaria y el contador y el tesorero y el conductor y el mensajero y todos los demás empleados, tengan entre sus elementos de dotación una caja de herramientas con el equipo indispensable

para realizar reparaciones de plomería, carpintería, mampostería, electricidad y todas las demás artes que exige el mantenimiento de un inmueble. Todos los empleados, menos uno, precisamente el encargado del mantenimiento, que tiene también una caja, pero solo con la mitad de las herramientas necesarias.

Algo tan absurdo sucede en nuestros cuerpos: todas nuestras células poseen la información genética necesaria para obtener reproducciones exactas de cada uno de nosotros, con excepción de unas, las células sexuales, las encargadas de la función reproductora, que poseen «en modo activo» solo la mitad del material genético. 

¿Por qué? Debido a que la vida quiere evitar reproducciones, fotocopias.

La vida quiere asegurarse de que cada nuevo individuo –y en general cada nueva generación– sea distinto de sus progenitores.

Hablamos erróneamente de «células reproductoras», de «sistema reproductor» y de «reproducirnos», cuando deberíamos hablar más acertadamente de «células diversificadoras », de «sistema diversificador» y de «diversificarnos». O de «divertirnos».

En el libro El punto crucial, de Fritjof Capra, aprendimos que el fenómeno que hace posible la diversificación –el sexo– apareció hace aproximadamente mil millones de años.

Recordemos que la vida lleva casi cuatro mil millones de años en la Tierra. Es decir, que durante más de dos terceras partes de su existencia sobre el planeta, la vida evolucionó sin la presencia del sexo. Y sin la presencia de la muerte, al menos tal y como hoy la concebimos.

«A pesar de que la muerte es un aspecto central de la vida –escribe Capra– no todos los organismos mueren. Los organismos unicelulares simples, como las bacterias y las amebas, se reproducen por división celular, de suerte que siguen viviendo en su progenie. Las bacterias que existen hoy son esencialmente las mismas que poblaron la Tierra hace millones de años…»

De hecho, a partir de que todos y cada uno de los organismos surgidos como resultado del intercambio de genes –la sexualidad– por definición ya no descienden de un solo progenitor sino de dos, y de que sus características genéticas sean el resultado de una recombinación más o menos aleatoria, nace la individualidad: la singularidad.

Cada organismo es único, singular e irrepetible. Por eso, si una ameba, genéticamente «igual» (siempre entre comillas) a todas las demás amibas de su progenie, muere, seguirán existiendo múltiples reproducciones –múltiples fotocopias exactas– de sí misma.

¿Qué justifica, se preguntan los biólogos, la existencia del sexo y de su contraparte dialéctica, la muerte?

«Ningún organismo en sus cabales optaría por el sexo con otros organismos. Genéticamente hablando, el autosacrificio es demasiado costoso», explica la bióloga JoAnn C. Gutin en la revista Discover. Gutin, JoAnn C., (1992). «Why brother?», en: Revista Discover,

Vamos a un ejemplo personal, a partir del cual, sin ser biólogo, he logrado entender estos procesos: cuando yo era un niño y mi mamá me compraba ropa, regresaba siempre a la casa alabando, entre otros aspectos que hablaban de la buena calidad de las prendas adquiridas, que tuvieran «de dónde soltarles». Es decir, que hubieran sido fabricadas con suficientes dobladillos para que a medida que yo fuera creciendo, la ropa siguiera creciendo conmigo. Así unos pantalones le duraban a uno durante meses, a veces años, a pesar de estar en edad de crecimiento acelerado. Uno se iba alargando o engordando, y con uno los pantalones se iban también estirando y ensanchando. 

Y cualquiera podía seguir, por las diferentes tonalidades de los dobladillos desbaratados, el ritmo de nuestro propio desarrollo. Hasta que llegaba un momento cuando ya los pantalones no daban para más, cuando ya no quedaba más de donde soltarles. El alivio era grande y nos compraban entonces unos nuevos pantalones… con sus dobladillos intactos. Y volvía y jugaba.

Así, cada organismo –cada generación– aparece con sus propios «dobladillos evolutivos»: un rango de cambios dentro del cual es posible evolucionar, adaptarse a los cambios ambientales. Y, así, a cada generación le llega un momento a

partir del cual se agota su capacidad de transformarse. Pero se espera que para entonces ya haya procreado una nueva generación con sus «dobladillos» intactos.

Richard Michod, profesor de Ecología y Biología de la Evolución de la Universidad de Arizona citado por J. Gutin, lo expresa en los siguientes términos:

«Al asegurar que la descendencia sea ligeramente distinta de sus progenitores, el sexo incrementa las posibilidades de que las especies produzcan modelos nuevos y mejorados, capaces de sobrevivir a los cambios del ambiente o de superar a sus predadores rivales».5

Aunque no sé si para cuando estas páginas sean publicadas y distribuidas, ya habremos superado la pandemia del covid-19, es importante que intentemos entender esto.

Vuelvo al retazo que venía transcribiendo:

Los biólogos parecen inclinarse por la teoría de que la llamada recombinación genética, ha sido la manera más exitosa de combatir el ataque de los organismos patógenos, es decir las infecciones […]

Si todos los seres humanos fuéramos idénticos, los agentes patógenos, o sea, los microorganismos que nos amenazan, descifrarían fácilmente la estrategia de defensa de nuestros sistemas inmunológicos, y todas las personas seríamos igualmente débiles o vulnerables frente a los mismos ataques.

(Sea el momento para resaltar que también hay millones de microorganismos que nos benefician y que se asocian con nuestras células para que podamos estar vivos y sanos, y también que las únicas razones que hacen que una persona o un grupo social sean más vulnerables, por ejemplo, frente al covid-19, que otros, no dependen solamente del sistema inmunológico de cada individuo.)

Biodiversidad y autorregulación de los ecosistemas

Así como la biodiversidad genética interna de los individuos constituye la base de su sistema inmunológico, así la biodiversidad de especies animales y vegetales, de microorganismos, y por su puesto de genes, y la diversidad de múltiples interacciones entre todos ellos, constituyen la base de los procesos de autorregulación de los ecosistemas, lo cual es especialmente evidente en esta parte del planeta en donde se encuentra Colombia, que llamamos la «franja intertropical» o más comúnmente «el Trópico».

Y a su vez, en la diversidad de ecosistemas –y de interacciones entre ecosistemas– se fundamenta la capacidad de autorregulación de todo el planeta Tierra.

El que precisamente en este momento, está generando el llamado «cambio climático» como respuesta a la manera como lo seres humanos estamos llevando a cabo el «desarrollo».

Esta parte del planeta se caracteriza –a diferencia de las llamadas «zonas templadas» que comienzan al norte y al sur del llamado Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio respectivamente– por la enorme biodiversidad existente y que incluye manifestaciones que van desde la escala de los ecosistemas, de los cuales, de acuerdo con el Sistema de Información Ambiental de Colombia (Mapa de ecosistemas), en nuestro país existen «91 tipos de ecosistemas generales (marinos, acuáticos, terrestres e insulares) de los cuales 70 corresponden a ecosistemas naturales y 21 a transformados» , hasta la escala de los microorganismos que existen en los suelos de todos esos ecosistemas, pasando por la enorme cantidad de especies de plantas y animales que el Instituto Humboldt calcula en cerca de 56.343, sin contar a los microorganismos.(Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humbold -11 de septiembre de 2017- Biodiversidad colombiana: números para tener en cuenta.)

La multitud de interrelaciones que se entretejen entre todas esas especies y entre los ecosistemas de los cuales forman parte, y entre todas estas y la gran cantidad de culturas humanas (cada una con su historia de vida) existentes en nuestros territorios rurales y urbanos, constituyen lo más valioso que tenemos para enfrentar desafíos provenientes de la crisis climática, de nuevas amenazas como el covid-19 y de otras posibles amenazas previsibles o desconocidas.

El deterioro de nuestra biodiversidad nos va volviendo tan vulnerable como país, de la misma manera como se va volviendo cada vez más vulnerable una persona a la que se le debilita su sistema inmunológico.

Tercer retazo: quiénes somos

En 1998 me invitaron a escribir un mensaje a nombre de las organizaciones ambientalistas de América del Sur que estarían presentes en una reunión de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

El resultado fue «América del Sur: un kaleidoscopio de ecosistemas compartidos y cosmovisiones encontradas».

Incluyo algunos apartes de ese texto en esta colcha de retazos, porque si poseemos muchos argumentos para considerar a Colombia como un resumen del mundo, con mucha mayor razón nos podemos considerar un resumen de América del Sur. Basta con sustituir algunos nombres de picos, de ríos, de desiertos o de lagos, por nombres colombianos.         

Nosotros somos el agua congelada en los picos más altos de los Andes y el aliento espeso, saturado de verde, de las selvas tropicales, y las aguas rugientes del Iguazú, y las aguas celestes del Titicaca, y las aguas negras y blancas de los ríos del Amazonas, y las aguas metálicas del Río de la Plata, y la lluvia torrencial y eterna sobre el Chocó biogeográfico, y las aguas fugaces que hacen florecer de vez en cuando el desierto de Atacama.

Nosotros somos esa pieza del rompecabezas que la tectónica de placas separó del África y que el tráfico de humanos esclavizados unió otra vez al África.

Nosotros somos los incas y los muiscas y los araucanos y las tribus de cazadores y recolectores que todavía se desplazan por la selva amazónica. Nosotros somos los europeos que cortaron su ombligo con Europa para llamarse americanos.

Nosotros somos una telaraña de heridas todavía no sanadas.

Nosotros somos la tentativa fallida de encerrar la vida en un orden importado.

Nosotros somos la vida surgiendo a la fuerza por entre las costuras de la historia.

Nosotros somos la vida convertida en mil veces mil especies y en mil veces mil ardides para oponerse a las adversidades.

Nosotros somos la vida que gana la partida en aguas imposibles saturadas de azufre y en barrios tuguriales en las grandes ciudades.

Nosotros somos las posibilidades de la vida en contra de todas las evidencias aniquiladoras y la obligación de hacer conscientes esas posibilidades.

Nosotros somos el reto ineludible de conocernos y reconocernos de reconstruir nuestros caminos olvidados a partir de los fragmentos dispersos en la geografía y en el tiempo.

Nosotros somos la necesidad imperativa de la convivencia entre nosotros mismos y con las demás especies y procesos que comparten con nosotros este trozo de planeta.

Nosotros somos el deber de comprender y asumir que somos menos americanos y menos dignos y menos viables como seres humanos, cada vez que en nuestro continente desaparece un dialecto o una cultura o una leyenda o una especie animal o vegetal o una mancha de bosque o un ojo de agua.

Nosotros somos las preguntas que nos hemos demorado cinco siglos en hacernos y que ya no aguantan más esperas, y somos también todas las posibles alternativas de respuesta.

Nosotros somos los sueños que no nos hemos atrevido a soñar por vivir en función de pesadillas ajenas.

Nosotros somos todos los verbos inéditos que esperan por nosotros para ser conjugados: el verbo volcán, el verbo manglar, el verbo arrecife de coral, el verbo pampa, el verbo páramo, el verbo laguna, el verbo cóndor, el verbo oso de anteojos, el verbo rana, el verbo vicuña, el verbo llama, el verbo mariposa de Muzo, el verbo delfín rosado, el verbo pirarucú, el verbo danta, el verbo maíz, el verbo maní, el verbo yuca, el verbo desierto, el verbo iceberg, el verbo cielos estrellados, el verbo Machu Pichu, el verbo Bolívar, el verbo San Martín, el verbo Che Guevara, el verbo América del Sur, el verbo América...

Estamos aquí para garantizar que cada palabra se convierta en acciones contundentes e inmediatas.

Venimos a verbalizar la certeza de que si pretendemos que conceptos como sociedad civil, como participación, como conservación, como política ambiental y como desarrollo sostenible, que hoy forman parte obligada de toda agenda de gestión (e incluso si queremos que conceptos aparentemente más obvios como el de país y el de región), tengan un sentido orgánico, real y viable en nuestro continente, sus significados se tienen que reconstruir y que trenzar entre sí a la luz del kaleidoscopio de prismas de nuestras biodiversidades y de los procesos que las reflejan y encarnan.

Cuarto retazo: miremos a nuestro alrededor

Cuando podamos volver a circular por las calles y las plazas, sin temor al contagio del covid-19, y a recorrer por carretera este resumen de la Tierra que llamamos Colombia; cuando nos podamos volver a juntar sin tapabocas en el transporte colectivo y en espacios privados y públicos, cuando podamos ejercer de nuevo el poder sanador del abrazo, e incluso ahora, cuando estamos aprendiendo a transmitir no solamente información sino también afectos y sensaciones, y a llenar de calor humano los espacios virtuales, miremos a nuestro alrededor y confirmemos que Biodiversidad es lo que somos (2014)

Hay regiones y ciudades sí, en las cuales la diversidad étnica y cultural está más presente y es más evidente que en otras, pero en cualquier lugar en donde estemos basta con agudizar los sentidos para descubrir expresiones tangibles de ese kaleidoscopio de ecosistemas compartidos y cosmovisiones encontradas.

En los establecimientos comerciales en donde ofrecen comidas o música, o en las conversaciones callejeras que nos llegan a los oídos cuando los mantenemos alertas (chismosos, dirán otros), o en el diálogo con el taxista a quien sorprendemos

con la pregunta «¿usted es de tal parte, cierto?», porque hemos comenzado a imaginarnos una historia de vida a partir del acento, o en una entrevista por televisión, o en una conferencia, o muchas veces en un simple comentario transmitido por Twitter, también podemos darnos cuenta cotidianamente de que biodiversidad es lo que somos.

Si por una parte es fácil enumerar una larga lista de avances que ha realizado la cultura humana en todos los campos científicos y tecnológicos en las últimas décadas, no resulta igualmente fácil realizar siquiera una lista corta de avances éticos que hayamos logrado, mucho menos aun si exigimos que en esa lista aparezcan los que no se han quedado escritos en el libro de las buenas intenciones, sino que se hayan convertido en una manera de ser, de pensar y de hacer de los seres humanos en la Tierra, y en esa porción que somos quienes formamos parte del paisaje colombiano. 

Un avance indudable es que, al menos legal y teóricamente, nos hemos comenzado a volver más respetuosos con la diferencia; con quienes, por distintas razones voluntarias o involuntarias, se salen de los que antes constituían «patrones oficiales» o «patrones convencionales»: de lo que, hasta hace no mucho tiempo, se consideraba «lo normal».

Y, al negarse a seguir ese guion muchas veces preasignado desde antes de nacer, entran en eso que, también, hasta no hace mucho tiempo, era el terreno de «lo marginal» (así en muchos casos «lo marginal» fuera lo mayoritario).

Hombres y mujeres de distintas edades, incluyendo niñas y niños, por el mero hecho de ser como eran, solían ser objeto de discriminación, exclusión y matoneo, a veces disfrazado de «humor», pero casi siempre traumático (de lo cual los apodos suelen ser una expresión, cuando no son motivados por la ternura sino por la discriminación y la crueldad).

Hoy, por lo menos formalmente, de dientes para afuera, la discriminación y el matoneo se rechazan y socialmente se condenan, lo cual no ha impedido que crezcan los feminicidios y los crímenes contra la población LGBTQ+ e incluso los crímenes contra la infancia.

Hoy se hacen llamados a la tolerancia que, para ser franco, es un término que me molesta, porque me suena a: «Esa persona es distinta a mí, pero yo soy tan buena persona que le doy derecho a existir a pesar de que seamos diferentes».

Pienso que el desafío frente a la diversidad no es la tolerancia, sino la capacidad de valorarla en todo cuanto significa. De comprender y de sentir que ella nos enriquece en todos los sentidos a quienes somos expresiones de ella.

Esto no quiere decir que no tengamos el deber de la intolerancia frente a todo lo que signifique una violación de los derechos humanos y de los derechos de todos los demás seres vivos, entre los cuales no dudo en incluir a los no humanos y al agua que, al igual que nosotros, forman parte de esa red de interdependencias que le otorgan a la Tierra su carácter de ser vivo. 

Así sea por «egoísmo de especie», no olvidemos que la posibilidad de garantizar condiciones que permitan el ejercicio efectivo de los derechos humanos, depende de que, a la naturaleza, comenzando por el agua, le reconozcamos efectivamente su derecho a existir y a partir de allí, todos sus derechos fundamentales.  

Otros artículos sobre el tema:

La biodiversidad y el reto de vivir en un nuevo planeta (2009)

Parte I y  Parte II

TEODIVERSIDAD (2024)