domingo, agosto 25, 2024

BIODIVERSIDAD: colcha de retazos sobre el tema y la importancia de su valoración

 Cuando estábamos comenzando la pandemia generada por el Covid-19, la Comisión de la Verdad en su serie  "Futuro en Tránsito", dió a la luz el texto titulado DIVERSIDAD, para el cual me invitaron a escribir el artículo que a continuación transcribo y que en mi caso particular, constituye una colcha de retazos de artículos que sobre el tema de la Biodiversidad había escrito y publicado a lo largo de varios años.(Sea la oportunidad para reiterarles mis agradecimientos a Francisco de Roux y a los demás integrantes de esa Comisión)

No me vano me reconozco como descendiente del mono-temático y cada vez que es pertienente, en lugar de escribir artículos nuevos, reciclo aquellos que para bien -y a veces para mal- conservan su validez.


Aquí pueden descargar completa la publicación

Elogio de las colchas de retazos

Por distintas razones describo este artículo como una colcha de retazos: no solo porque el diccionario define retazo como «fragmento de un discurso o de un escrito» (y eso es lo que van a encontrarse), sino porque a pesar de que han sido tan estigmatizadas (como los cuellos de botella o las ovejas negras), las colchas de retazos suelen ser expresiones tangibles y coloridamente bellas, de una cultura en la cual resulta inconcebible el desperdicio de lo que todavía tiene utilidad; de una cultura que busca satisfacer, sin derroches innecesarios, las necesidades cotidianas, no por avaricia sino por responsabilidad; de una cultura que valora enormemente la imaginación y el trabajo manual de quienes–mujeres por lo general– se dedican a juntar trozos de telas que se quedaron sin vender en el almacén, o que sobrevivieron a la pérdida de una prenda, de un cubrelecho o de un mantel que por algún motivo dejaron de existir. Fragmentos en los que sigue vivo algún textil que alguna vez formó parte de la memoria y por ende de la identidad familiar. 

La memoria –así sea en retazos– es tan importante para los territorios, para las comunidades y para las familias, como lo es para cada persona a nivel individual. La pérdida de la memoria es una de las principales causas de vulnerabilidad. 

A través de los efectos de la crisis climática y de la pandemia del covid-19, la Tierra nos está obligando por las malas –porque por las buenas no quisimos entender– que debemos cambiar la manera de concebir, planificar, llevar a la práctica y evaluar, eso que hoy llamamos «desarrollo», y que se basa en el consumo compulsivo, en la producción excesiva de residuos, en la destrucción de los ecosistemas, en la sobreexplotación de los suelos y sobre todo en el desconocimiento de los derechos de todos los seres vivos, incluyendo muchas veces los derechos de los mismos seres humanos: uno de ellos el derecho a la diversidad sobre la imposición de la uniformidad.

Cuando decimos «biodiversidad», nos estamos refiriendo a la multiplicidad de maneras como se expresa la vida en la Tierra, y que incluye a la enorme diversidad de los seres humanos y de las culturas a las cuales, nos demos cuenta o no, pertenecemos.

Primer retazo: tenemos los mismos derechos porque somos distintos, no porque seamos «iguales»

En 1990 un grupo de organizaciones y personas de distintas regiones del país promovimos la llamada «Propuesta ambiental», con la cual pretendimos llevar la voz de la naturaleza a la Asamblea Nacional Constituyente, pero los votos que obtuvimos no nos alcanzaron para llegar.

(Nota: Hoy posiblemente formularíamos algunas de estas ideas con un lenguaje ligeramente distinto porque en los treinta años transcurridos desde entonces han sido mucho los aprendizajes y las reflexiones, pero estoy seguro de que en su contenido de fondo quienes impulsamos la «Propuesta ambiental» seguimos abordando, de igual manera, estos mismos temas.)

Sin embargo, con el apoyo de otros movimientos que sí llegaron, y particularmente de algunos constituyentes que los asumieron como compromiso político y personal, la mayor parte de los puntos de nuestra propuesta entraron a formar parte en 1991 de la nueva Constitución. Uno de esos puntos era «El reconocimiento constitucional de la diversidad».

Uno de los retazos del capítulo correspondiente, en ese momento decía:

Mientras tanta atención se le presta todavía a esa ficción jurídica y política que es el «derecho a la igualdad», nosotros rescatamos el derecho a la diversidad: el derecho a ser diferentes, a pensar distinto, a actuar distinto, a vivir distinto.

Luchamos para que la mujer tenga los mismos derechos y oportunidades que el hombre, no porque sea «igual» al hombre, sino precisamente porque es distinta, porque es mujer.

Luchamos para que el indígena y el negro tengan los mismos derechos y oportunidades que el blanco, no porque sean «iguales» al blanco, sino porque son indígenas y negros.

Para que el habitante de las zonas rurales no tenga que renunciar a su derecho a

ser campesino para tener acceso a los mismos servicios básicos y oportunidades que el habitante de la ciudad.

Para que el protestante y el judío y el musulmán puedan profesar un credo distinto del católico sin perjuicio de sus derechos ciudadanos.

En Colombia, a pesar de las múltiples agresiones centenarias, coexisten todavía distintas culturas, o más bien, distintos procesos culturales, y la nueva Constitución

deberá garantizar que cada uno de ellos pueda conservar su propio rumbo y su propia identidad sin perjuicio del respeto a los derechos de los demás.

El gran reto que tenemos los colombianos por delante es consolidar nuestra identidad como nación sobre la base del respeto a las diferencias y la valoración de nuestra diversidad.

Himno del Cauca

Lamentablemente la diversidad étnica y cultural sigue siendo en el Cauca y en otras partes de Colombia, un factor de conflicto y no de creatividad para la coevolución

Segundo retazo: la vida no se inventó el sexo como una forma de reproducción sino como una estrategia de diversificación

Transcribo aquí parcialmente –y con algunos remiendos necesarios por el paso del tiempo– un texto titulado «Sexo y Muerte, Biodiversidad y Singularidad» que elaboré cuando trabajaba con el Proyecto Biopacífico y que luego se difundió en otras publicaciones.

Revista Desastres y sociedad (La Red, enero-julio 1994, No.2 y en mi libro La letra con risa entra (Fondo FEN Colombia, 1996)

Imaginémonos una empresa donde el gerente y la secretaria y el contador y el tesorero y el conductor y el mensajero y todos los demás empleados, tengan entre sus elementos de dotación una caja de herramientas con el equipo indispensable

para realizar reparaciones de plomería, carpintería, mampostería, electricidad y todas las demás artes que exige el mantenimiento de un inmueble. Todos los empleados, menos uno, precisamente el encargado del mantenimiento, que tiene también una caja, pero solo con la mitad de las herramientas necesarias.

Algo tan absurdo sucede en nuestros cuerpos: todas nuestras células poseen la información genética necesaria para obtener reproducciones exactas de cada uno de nosotros, con excepción de unas, las células sexuales, las encargadas de la función reproductora, que poseen «en modo activo» solo la mitad del material genético. 

¿Por qué? Debido a que la vida quiere evitar reproducciones, fotocopias.

La vida quiere asegurarse de que cada nuevo individuo –y en general cada nueva generación– sea distinto de sus progenitores.

Hablamos erróneamente de «células reproductoras», de «sistema reproductor» y de «reproducirnos», cuando deberíamos hablar más acertadamente de «células diversificadoras », de «sistema diversificador» y de «diversificarnos». O de «divertirnos».

En el libro El punto crucial, de Fritjof Capra, aprendimos que el fenómeno que hace posible la diversificación –el sexo– apareció hace aproximadamente mil millones de años.

Recordemos que la vida lleva casi cuatro mil millones de años en la Tierra. Es decir, que durante más de dos terceras partes de su existencia sobre el planeta, la vida evolucionó sin la presencia del sexo. Y sin la presencia de la muerte, al menos tal y como hoy la concebimos.

«A pesar de que la muerte es un aspecto central de la vida –escribe Capra– no todos los organismos mueren. Los organismos unicelulares simples, como las bacterias y las amebas, se reproducen por división celular, de suerte que siguen viviendo en su progenie. Las bacterias que existen hoy son esencialmente las mismas que poblaron la Tierra hace millones de años…»

De hecho, a partir de que todos y cada uno de los organismos surgidos como resultado del intercambio de genes –la sexualidad– por definición ya no descienden de un solo progenitor sino de dos, y de que sus características genéticas sean el resultado de una recombinación más o menos aleatoria, nace la individualidad: la singularidad.

Cada organismo es único, singular e irrepetible. Por eso, si una ameba, genéticamente «igual» (siempre entre comillas) a todas las demás amibas de su progenie, muere, seguirán existiendo múltiples reproducciones –múltiples fotocopias exactas– de sí misma.

¿Qué justifica, se preguntan los biólogos, la existencia del sexo y de su contraparte dialéctica, la muerte?

«Ningún organismo en sus cabales optaría por el sexo con otros organismos. Genéticamente hablando, el autosacrificio es demasiado costoso», explica la bióloga JoAnn C. Gutin en la revista Discover. Gutin, JoAnn C., (1992). «Why brother?», en: Revista Discover,

Vamos a un ejemplo personal, a partir del cual, sin ser biólogo, he logrado entender estos procesos: cuando yo era un niño y mi mamá me compraba ropa, regresaba siempre a la casa alabando, entre otros aspectos que hablaban de la buena calidad de las prendas adquiridas, que tuvieran «de dónde soltarles». Es decir, que hubieran sido fabricadas con suficientes dobladillos para que a medida que yo fuera creciendo, la ropa siguiera creciendo conmigo. Así unos pantalones le duraban a uno durante meses, a veces años, a pesar de estar en edad de crecimiento acelerado. Uno se iba alargando o engordando, y con uno los pantalones se iban también estirando y ensanchando. 

Y cualquiera podía seguir, por las diferentes tonalidades de los dobladillos desbaratados, el ritmo de nuestro propio desarrollo. Hasta que llegaba un momento cuando ya los pantalones no daban para más, cuando ya no quedaba más de donde soltarles. El alivio era grande y nos compraban entonces unos nuevos pantalones… con sus dobladillos intactos. Y volvía y jugaba.

Así, cada organismo –cada generación– aparece con sus propios «dobladillos evolutivos»: un rango de cambios dentro del cual es posible evolucionar, adaptarse a los cambios ambientales. Y, así, a cada generación le llega un momento a

partir del cual se agota su capacidad de transformarse. Pero se espera que para entonces ya haya procreado una nueva generación con sus «dobladillos» intactos.

Richard Michod, profesor de Ecología y Biología de la Evolución de la Universidad de Arizona citado por J. Gutin, lo expresa en los siguientes términos:

«Al asegurar que la descendencia sea ligeramente distinta de sus progenitores, el sexo incrementa las posibilidades de que las especies produzcan modelos nuevos y mejorados, capaces de sobrevivir a los cambios del ambiente o de superar a sus predadores rivales».5

Aunque no sé si para cuando estas páginas sean publicadas y distribuidas, ya habremos superado la pandemia del covid-19, es importante que intentemos entender esto.

Vuelvo al retazo que venía transcribiendo:

Los biólogos parecen inclinarse por la teoría de que la llamada recombinación genética, ha sido la manera más exitosa de combatir el ataque de los organismos patógenos, es decir las infecciones […]

Si todos los seres humanos fuéramos idénticos, los agentes patógenos, o sea, los microorganismos que nos amenazan, descifrarían fácilmente la estrategia de defensa de nuestros sistemas inmunológicos, y todas las personas seríamos igualmente débiles o vulnerables frente a los mismos ataques.

(Sea el momento para resaltar que también hay millones de microorganismos que nos benefician y que se asocian con nuestras células para que podamos estar vivos y sanos, y también que las únicas razones que hacen que una persona o un grupo social sean más vulnerables, por ejemplo, frente al covid-19, que otros, no dependen solamente del sistema inmunológico de cada individuo.)

Biodiversidad y autorregulación de los ecosistemas

Así como la biodiversidad genética interna de los individuos constituye la base de su sistema inmunológico, así la biodiversidad de especies animales y vegetales, de microorganismos, y por su puesto de genes, y la diversidad de múltiples interacciones entre todos ellos, constituyen la base de los procesos de autorregulación de los ecosistemas, lo cual es especialmente evidente en esta parte del planeta en donde se encuentra Colombia, que llamamos la «franja intertropical» o más comúnmente «el Trópico».

Y a su vez, en la diversidad de ecosistemas –y de interacciones entre ecosistemas– se fundamenta la capacidad de autorregulación de todo el planeta Tierra.

El que precisamente en este momento, está generando el llamado «cambio climático» como respuesta a la manera como lo seres humanos estamos llevando a cabo el «desarrollo».

Esta parte del planeta se caracteriza –a diferencia de las llamadas «zonas templadas» que comienzan al norte y al sur del llamado Trópico de Cáncer y Trópico de Capricornio respectivamente– por la enorme biodiversidad existente y que incluye manifestaciones que van desde la escala de los ecosistemas, de los cuales, de acuerdo con el Sistema de Información Ambiental de Colombia (Mapa de ecosistemas), en nuestro país existen «91 tipos de ecosistemas generales (marinos, acuáticos, terrestres e insulares) de los cuales 70 corresponden a ecosistemas naturales y 21 a transformados» , hasta la escala de los microorganismos que existen en los suelos de todos esos ecosistemas, pasando por la enorme cantidad de especies de plantas y animales que el Instituto Humboldt calcula en cerca de 56.343, sin contar a los microorganismos.(Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humbold -11 de septiembre de 2017- Biodiversidad colombiana: números para tener en cuenta.)

La multitud de interrelaciones que se entretejen entre todas esas especies y entre los ecosistemas de los cuales forman parte, y entre todas estas y la gran cantidad de culturas humanas (cada una con su historia de vida) existentes en nuestros territorios rurales y urbanos, constituyen lo más valioso que tenemos para enfrentar desafíos provenientes de la crisis climática, de nuevas amenazas como el covid-19 y de otras posibles amenazas previsibles o desconocidas.

El deterioro de nuestra biodiversidad nos va volviendo tan vulnerable como país, de la misma manera como se va volviendo cada vez más vulnerable una persona a la que se le debilita su sistema inmunológico.

Tercer retazo: quiénes somos

En 1998 me invitaron a escribir un mensaje a nombre de las organizaciones ambientalistas de América del Sur que estarían presentes en una reunión de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN).

El resultado fue «América del Sur: un kaleidoscopio de ecosistemas compartidos y cosmovisiones encontradas».

Incluyo algunos apartes de ese texto en esta colcha de retazos, porque si poseemos muchos argumentos para considerar a Colombia como un resumen del mundo, con mucha mayor razón nos podemos considerar un resumen de América del Sur. Basta con sustituir algunos nombres de picos, de ríos, de desiertos o de lagos, por nombres colombianos.         

Nosotros somos el agua congelada en los picos más altos de los Andes y el aliento espeso, saturado de verde, de las selvas tropicales, y las aguas rugientes del Iguazú, y las aguas celestes del Titicaca, y las aguas negras y blancas de los ríos del Amazonas, y las aguas metálicas del Río de la Plata, y la lluvia torrencial y eterna sobre el Chocó biogeográfico, y las aguas fugaces que hacen florecer de vez en cuando el desierto de Atacama.

Nosotros somos esa pieza del rompecabezas que la tectónica de placas separó del África y que el tráfico de humanos esclavizados unió otra vez al África.

Nosotros somos los incas y los muiscas y los araucanos y las tribus de cazadores y recolectores que todavía se desplazan por la selva amazónica. Nosotros somos los europeos que cortaron su ombligo con Europa para llamarse americanos.

Nosotros somos una telaraña de heridas todavía no sanadas.

Nosotros somos la tentativa fallida de encerrar la vida en un orden importado.

Nosotros somos la vida surgiendo a la fuerza por entre las costuras de la historia.

Nosotros somos la vida convertida en mil veces mil especies y en mil veces mil ardides para oponerse a las adversidades.

Nosotros somos la vida que gana la partida en aguas imposibles saturadas de azufre y en barrios tuguriales en las grandes ciudades.

Nosotros somos las posibilidades de la vida en contra de todas las evidencias aniquiladoras y la obligación de hacer conscientes esas posibilidades.

Nosotros somos el reto ineludible de conocernos y reconocernos de reconstruir nuestros caminos olvidados a partir de los fragmentos dispersos en la geografía y en el tiempo.

Nosotros somos la necesidad imperativa de la convivencia entre nosotros mismos y con las demás especies y procesos que comparten con nosotros este trozo de planeta.

Nosotros somos el deber de comprender y asumir que somos menos americanos y menos dignos y menos viables como seres humanos, cada vez que en nuestro continente desaparece un dialecto o una cultura o una leyenda o una especie animal o vegetal o una mancha de bosque o un ojo de agua.

Nosotros somos las preguntas que nos hemos demorado cinco siglos en hacernos y que ya no aguantan más esperas, y somos también todas las posibles alternativas de respuesta.

Nosotros somos los sueños que no nos hemos atrevido a soñar por vivir en función de pesadillas ajenas.

Nosotros somos todos los verbos inéditos que esperan por nosotros para ser conjugados: el verbo volcán, el verbo manglar, el verbo arrecife de coral, el verbo pampa, el verbo páramo, el verbo laguna, el verbo cóndor, el verbo oso de anteojos, el verbo rana, el verbo vicuña, el verbo llama, el verbo mariposa de Muzo, el verbo delfín rosado, el verbo pirarucú, el verbo danta, el verbo maíz, el verbo maní, el verbo yuca, el verbo desierto, el verbo iceberg, el verbo cielos estrellados, el verbo Machu Pichu, el verbo Bolívar, el verbo San Martín, el verbo Che Guevara, el verbo América del Sur, el verbo América...

Estamos aquí para garantizar que cada palabra se convierta en acciones contundentes e inmediatas.

Venimos a verbalizar la certeza de que si pretendemos que conceptos como sociedad civil, como participación, como conservación, como política ambiental y como desarrollo sostenible, que hoy forman parte obligada de toda agenda de gestión (e incluso si queremos que conceptos aparentemente más obvios como el de país y el de región), tengan un sentido orgánico, real y viable en nuestro continente, sus significados se tienen que reconstruir y que trenzar entre sí a la luz del kaleidoscopio de prismas de nuestras biodiversidades y de los procesos que las reflejan y encarnan.

Cuarto retazo: miremos a nuestro alrededor

Cuando podamos volver a circular por las calles y las plazas, sin temor al contagio del covid-19, y a recorrer por carretera este resumen de la Tierra que llamamos Colombia; cuando nos podamos volver a juntar sin tapabocas en el transporte colectivo y en espacios privados y públicos, cuando podamos ejercer de nuevo el poder sanador del abrazo, e incluso ahora, cuando estamos aprendiendo a transmitir no solamente información sino también afectos y sensaciones, y a llenar de calor humano los espacios virtuales, miremos a nuestro alrededor y confirmemos que Biodiversidad es lo que somos (2014)

Hay regiones y ciudades sí, en las cuales la diversidad étnica y cultural está más presente y es más evidente que en otras, pero en cualquier lugar en donde estemos basta con agudizar los sentidos para descubrir expresiones tangibles de ese kaleidoscopio de ecosistemas compartidos y cosmovisiones encontradas.

En los establecimientos comerciales en donde ofrecen comidas o música, o en las conversaciones callejeras que nos llegan a los oídos cuando los mantenemos alertas (chismosos, dirán otros), o en el diálogo con el taxista a quien sorprendemos

con la pregunta «¿usted es de tal parte, cierto?», porque hemos comenzado a imaginarnos una historia de vida a partir del acento, o en una entrevista por televisión, o en una conferencia, o muchas veces en un simple comentario transmitido por Twitter, también podemos darnos cuenta cotidianamente de que biodiversidad es lo que somos.

Si por una parte es fácil enumerar una larga lista de avances que ha realizado la cultura humana en todos los campos científicos y tecnológicos en las últimas décadas, no resulta igualmente fácil realizar siquiera una lista corta de avances éticos que hayamos logrado, mucho menos aun si exigimos que en esa lista aparezcan los que no se han quedado escritos en el libro de las buenas intenciones, sino que se hayan convertido en una manera de ser, de pensar y de hacer de los seres humanos en la Tierra, y en esa porción que somos quienes formamos parte del paisaje colombiano. 

Un avance indudable es que, al menos legal y teóricamente, nos hemos comenzado a volver más respetuosos con la diferencia; con quienes, por distintas razones voluntarias o involuntarias, se salen de los que antes constituían «patrones oficiales» o «patrones convencionales»: de lo que, hasta hace no mucho tiempo, se consideraba «lo normal».

Y, al negarse a seguir ese guion muchas veces preasignado desde antes de nacer, entran en eso que, también, hasta no hace mucho tiempo, era el terreno de «lo marginal» (así en muchos casos «lo marginal» fuera lo mayoritario).

Hombres y mujeres de distintas edades, incluyendo niñas y niños, por el mero hecho de ser como eran, solían ser objeto de discriminación, exclusión y matoneo, a veces disfrazado de «humor», pero casi siempre traumático (de lo cual los apodos suelen ser una expresión, cuando no son motivados por la ternura sino por la discriminación y la crueldad).

Hoy, por lo menos formalmente, de dientes para afuera, la discriminación y el matoneo se rechazan y socialmente se condenan, lo cual no ha impedido que crezcan los feminicidios y los crímenes contra la población LGBTQ+ e incluso los crímenes contra la infancia.

Hoy se hacen llamados a la tolerancia que, para ser franco, es un término que me molesta, porque me suena a: «Esa persona es distinta a mí, pero yo soy tan buena persona que le doy derecho a existir a pesar de que seamos diferentes».

Pienso que el desafío frente a la diversidad no es la tolerancia, sino la capacidad de valorarla en todo cuanto significa. De comprender y de sentir que ella nos enriquece en todos los sentidos a quienes somos expresiones de ella.

Esto no quiere decir que no tengamos el deber de la intolerancia frente a todo lo que signifique una violación de los derechos humanos y de los derechos de todos los demás seres vivos, entre los cuales no dudo en incluir a los no humanos y al agua que, al igual que nosotros, forman parte de esa red de interdependencias que le otorgan a la Tierra su carácter de ser vivo. 

Así sea por «egoísmo de especie», no olvidemos que la posibilidad de garantizar condiciones que permitan el ejercicio efectivo de los derechos humanos, depende de que, a la naturaleza, comenzando por el agua, le reconozcamos efectivamente su derecho a existir y a partir de allí, todos sus derechos fundamentales.  

Otros artículos sobre el tema:

La biodiversidad y el reto de vivir en un nuevo planeta (2009)

Parte I y  Parte II

TEODIVERSIDAD (2024)