jueves, septiembre 22, 2011

LA BIODIVERSIDAD Y EL RETO DE VIVIR EN UN NUEVO PLANETA (II)


La clave de la adaptación del territorio colombiano al cambio climático está en las distintas expresiones de nuestra biodiversidad: desde la diversidad de climas y ecosistemas, hasta la diversidad étnica y cultural, pasando por la diversidad de especies animales y vegetales y la riqueza genética que se expresa en todas las anteriores. La biodiversidad es un patrimonio inalienable del país y de sus habitantes. Nuestra posibilidad de existir en el futuro no lejano, depende de nuestra biodiversidad. ANIMACIONES

Las noticias de prensa de diciembre 14 de 2009(1) cuentan que en el marco de la conferencia de Copenhague, el señor Jacques Diouf, Director General de la FAO, ha reiterado que el incremento del hambre en el mundo será el principal de los efectos negativos del cambio climático debido a las amenazas que el calentamiento de la Tierra y sus efectos van a generar sobre la agricultura y especialmente sobre la producción de alimentos.

Fuente mapa

Sobra decir que ningún líder mundial se atrevería a contradecir dicha afirmación, e inclusive condicionan las medidas contra el cambio climático a que se respete el carácter prioritario de la lucha contra el hambre. El portavoz de la organización Intermón Oxfam, José Antonio Hernández, afirmó que “no nos podemos permitir que de Copenhague salga un acuerdo que reduzca las emisiones mundiales de CO2 con recortes para la agricultura, pero que ponga en peligro la seguridad de la cadena alimentaria y la producción de los países más pobres.”

La lucha contra el hambre es, pues, una prioridad. Pero lo es desde mucho antes de la reunión de Copenhague, e incluso de que el cambio climático tuviera el rating que ha alcanzado hoy. Muy seguramente el hambre en el mundo se va a agravar, pero la causa de la misma no es el cambio climático. Desde 2006 se viene diciendo que “a nivel internacional, lo más urgente en estos momentos es conseguir los fondos económicos suficientes para poder paliar la crisis alimentaria de los países menos avanzados. La ONU estimó en más de 2.500 millones de dólares los importes necesarios. En este marco, el pasado 20 de marzo el Programa Mundial de Alimentos lanzó una petición extraordinaria a los países donantes para conseguir 500 millones de dólares extra y paliar el impacto de los precios en sus cuentas. Igualmente el Banco Mundial prepara un plan de choque de 1.200 millones de dólares con el fin de reforzar la agricultura de los 40 países más afectados por la subida de precios y con menos recursos."(2)

Esos 2.500 millones de dólares que de acuerdo con Naciones Unidas se necesitan para resolver el problema del hambre en el mundo (cifra que no tiene en cuenta el impacto del cambio climático), contrastan con los 3.3 millones de millones de dólares que, este mismo año 2009, de manera efectiva “soltaron” los gobiernos de Estados Unidos y de Europa para conjurar los efectos de la crisis financiera internacional.

Ver "Proporciones y Desproporciones"

Pero no nos alejemos del tema: a lo dicho por el Director de la FAO es necesario agregar que el problema el incremento del hambre como consecuencia del cambio climático, está estrechamente ligado con la reducción del acceso al agua “utilizable” y en general a la pérdida de las condiciones que hacen habitables y productivos a muchos ecosistemas del planeta. Esto será causa de nuevos y más complejos conflictos, que se sumarán a los ya existentes y que son suficientemente graves aun sin que esté de por medio el cambio climático.

Tanto la productividad de los ecosistemas y de los cultivos humanos, como la oferta y la disponibilidad de agua en un territorio, están estrechamente vinculadas con la biodiversidad. Ambas –productividad, y oferta y disponibilidad de agua- dependen de la integridad de los ecosistemas, es decir, de la “sanidad” de los factores que los conforman y de las interacciones entre ellos. Cuando hablamos de factores “vivos” (flora, fauna, microorganismos y claro, los seres humanos), estamos hablando de biodiversidad.

Los páramos, esos ecosistemas de los cuales depende el agua que permite la vida de varios millones de habitantes de nuestro país, son el resultado de la evolución conjunta entre una gran cantidad de plantas entre las que se destacan los frailejones y los musgos, y múltiples especies animales que van desde insectos y algunos anfibios y reptiles, hasta varias especies de mamíferos y aves. Estos seres vivos han aprendido a vivir en temperaturas muy bajas, sometidos a condiciones particulares de radiación solar, en medio de una frecuente “lluvia horizontal” (neblina) de donde proviene gran parte de la humedad que el páramo absorbe y guarda, y que después libera gradualmente para beneficio de las tierras más bajas.

Lo mismo sucede con ecosistemas de otros pisos térmicos, como los bosques de niebla y las selvas tropicales, que también cumplen una función de primera importancia en la conservación de los suelos y las aguas y en el mantenimiento de los sutiles “equilibrios” entre especies, que impiden que cualquiera de ellas en cualquier momento, se pueda convertir en una plaga. Cuando desaparecen o se deterioran esos ecosistemas, y con ellos las interacciones descritas, es necesario reemplazar con productos químicos el “servicio ambiental” de autorregulación / control de plagas que presta la biodiversidad. Y los productos químicos contribuyen al incremento de los gases de efecto invernadero que generan el cambio climático.

Ver SISTEMAS COMPLEJOS, TERMOSTATOS DAÑADOS.

Desde hace varias décadas los estudiosos del tema han expresado su preocupación por el hecho de que menos de 20 especies vegetales suministren el 90 por ciento de la alimentación mundial, y de que más de la mitad de ese porcentaje esté representado por sólo tres especies: arroz, trigo y maíz. (3)

A lo largo de los años, los seres humanos hemos seleccionado las variedades de estos cultivos que resultan más rentables desde el punto de vista económico, mientras que las menos rentables han pasado al olvido o “a la clandestinidad”.

En un escenario de población creciente y clima cambiante, en donde lo único seguro es la incertidumbre, esa dependencia de tan pocas especies y variedades de plantas se traduce en una enorme vulnerabilidad.

Hoy ya se sabe que, por ejemplo, cuando la temperatura sube más allá de un determinado nivel, se reduce notablemente la productividad del maíz, y que la evolución climática de las tierras cafeteras se va a traducir en que estas muy posiblemente perderán las condiciones óptimas para el cultivo del café. Se necesitarán entonces especies capaces de producir con otros requerimientos de temperatura, de radiación solar y de humedad.

Sabemos de la existencia de cerca de 80 mil especies potencialmente comestibles, pero a lo largo de la historia los seres humanos solamente hemos utilizado unas tres mil. De esas sólo unas 150 se han cultivado de manera sistemática.(4) Tenemos a disposición una enorme central de abastos, pero sobrevivimos con unas cuantas galletas que encontramos al pié de la caja registradora. Lo peor es que un porcentaje creciente de la humanidad pasa hambre porque ni siquiera tiene acceso a esas galletas.

En las zonas costeras se requerirán especies que puedan existir en suelos y aguas con mayor salinidad, manglares resistentes al incremento del nivel del mar, palmeras y otras plantas con estructuras y raíces que se adapten a vientos huracanados de mayor fuerza y velocidad.

En otros casos se requerirán variedades –por ejemplo de arroz- que puedan crecer y cosecharse más rápido, antes de que llegue una nueva inundación. O que sean capaces de convivir con la inundación.

En las zonas secas, desérticas y semidesérticas, tendremos que aprender mucho de las estrategias que ha desarrollado la vida para existir en condiciones de muy baja humedad. El problema de esas zonas secas no es necesariamente la falta de agua, sino el desconocimiento de las especies animales y vegetales capaces de vivir en las condiciones citadas.

Los seres humanos tenemos dos tipos de herramientas para enfrentar los nuevos retos: la ingeniería genética “de punta” que, mediante manipulaciones de laboratorio transformarán las características intrínsecas de las distintas especies para que se puedan adaptar a las nuevas condiciones del planeta, y el enriquecimiento genético de las especies existentes con los aportes de sus parientes “relegados”, muchos de los cuales se encuentran en los ecosistemas silvestres, en agroecosistemas indígenas y campesinos y, en algunos casos, en los bancos de genes de los institutos de investigación.

Muy seguramente la humanidad acudirá a una combinación de ambas herramientas, la de “tecnología de punta” y la que podríamos llamar “de tecnología popular”.

Lo importante, si de verdad queremos que esas herramientas se pongan al servicio de la adaptación (de la adaptación al cambio climático y en general a los retos de esta creciente humanidad), y no se conviertan en un nuevo factor de inadaptación, es que el conocimiento y su práctica se pongan de manera irrestricta al servicio de la humanidad. Que no se conviertan en una mercancía más.

En los cerca de 4 mil millones de años de existencia que lleva la Vida sobre el planeta Tierra, ha logrado transformarse para responder adecuadamente a los retos de un planeta en permanente transformación. El resultado de las estrategias exitosas de transformación es, precisamente, la biodiversidad.

Los cambios profundos que experimentará la Tierra como consecuencia del cambio climático, que como dice el título de este artículo la está convirtiendo en un nuevo planeta, conducirán a nuevas formas de biodiversidad. Eso va a ocurrir con o sin la presencia de los seres humanos. Nuestro interés, por supuesto, es que eso suceda con nosotros aquí, e intentar que esos cambios nos acerquen a esas metas de calidad de vida y de equidad (lo cual incluye la eliminación del hambre) que, hasta ahora, no hemos podido ni sabido alcanzar.

Gustavo Wilches-Chaux

wilcheschaux@etb.net.co

Artículo para el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos “Alexander von Humboldt, Dic. 2009

(1) http://www.milenio.com/node/339252

(2) Javier Sierra e Ignacio Atance, “Mercados agrícolas internacionales y políticas públicas”, “Economía Exterior” (N° 45 – Madrid, Verano 2008)

(3) “The GAIA Atlas of Planet Management”. Editor: Norman Myers (Londres, 1985)

(4) Ibidem.