CUATRO PRIORIDADES PARA EL DESARROLLO DE COLOMBIA: EL PAÍS SÍ TIENE CON QUÉ
No
voy a decir en este artículo nada que no haya dicho múltiples veces en Twitter,
o en conferencias, o en otros artículos, o en mis blogs: la prioridad de Colombia
en este momento de la historia planetaria y humana, debe ser fortalecer
integralmente la resiliencia
de nuestros territorios, es decir, su capacidad para absorber sin traumatismos
los efectos de los múltiples, complejos y profundos cambios de todo tipo que
está experimentando la Tierra y que serán cada día más fuertes a medida que
avancen los tiempos, que aumente la población y que se profundicen las
inequidades (o iniquidades) entre países y seres humanos. Y también la
capacidad de los territorios –es decir: de sus ecosistemas, de sus comunidades
y de sus instituciones- para recuperarse oportuna y adecuadamente cuando no se
haya logrado evitar un desastre.
Resiliencia: la capacidad de la telaraña para aguantar un balonazo y la capacidad de la araña para volver a tejer la telaraña después de un gol
Me
refiero, claro, a la necesidad de afrontar las amenazas generadas por el cambio
climático, pero no exclusivamente a esas (sobre las cuales volveremos más
adelante). Me refiero a la que la Directora del Fondo Monetario Internacional
anuncia, día de por medio, como un colapso inminente del sistema financiero
internacional. En una declaración difundida por los medios internacionales a mediados de diciembre,
advertía la señora Lagarde sobre el riesgo de una depresión como la de los años
30, que como sabemos se terminó “resolviendo” años después con la Segunda
Guerra Mundial (esto último lo traigo a la memoria yo, no la señora Lagarde). ¿Nuevas amenazas de guerra mundial? El Espectador Febrero 2, 2012
Me
refiero también a la crisis alimentaria que hoy afecta de manera muy grave a varios
países, principalmente del África, pero frente a la cual ningún país “en
desarrollo” del mundo, puede considerarse inmune, especialmente en un escenario
de cambio climático global. En su informe de octubre 2011 sobre “Perspectivas de cosechas y situación alimentaria”, tras
presentar un cuadro optimista sobre la producción de cereales en el mundo,
afirma la FAO que “a pesar de estas perspectivas positivas para la producción,
su impacto en la seguridad alimentaria mundial sigue siendo incierto dada la
actual desaceleración económica internacional. El empeoramiento de las
perspectivas de recuperación de la economía mundial y el riesgo acentuado de
una recesión pueden determinar un aumento del desempleo y una disminución de
los ingresos, particularmente para las personas pobres y vulnerables de los
países en desarrollo.”
Y
claro, me refiero a la crisis climática, que de acuerdo con el Informe sobre
Desarrollo Humano IDH 2011 del PNUD, puede
tener un impacto negativo muy grande sobre los factores que determinan la
calidad de vida de los seres humanos. Ese impacto negativo se prevé mayor,
obviamente, en la medida en que sea mayor lo que el informe llama “desafío
medioambiental” y “desastre medioambiental”, con efectos más graves sobre los
países con un IDH menor y sobre los sectores más pobres de los países con IDH más
alto.
Colombia,
entonces, debería dirigir todas sus políticas públicas, las políticas de
responsabilidad social de sus empresas y las expectativas de sus comunidades y de
sus movimientos sociales, a lograr cuatro objetivos interdependientes entre sí
(cada uno de los cuales está contenido en los demás):
Primero:
Garantizar la disponibilidad y el acceso
al agua en la cantidad y con la calidad necesarias para satisfacer las necesidades
de los hoy casi 50 millones de habitantes del país, las necesidades de la
producción y las necesidades de los miles de especies no humanas que también
forman parte integral del territorio colombiano y de las cuales dependen la
integridad y la biodiversidad de los ecosistemas. Tarde o temprano el país
deberá retornar a la discusión sobre el
agua como derecho fundamental, lo cual no se limita al discutido “mínimo
vital gratuito” sino que debe incluir el derecho a la conservación de los
ecosistemas estratégicos de los cuales depende su disponibilidad. El país sí tiene con qué.
Segundo: Fortalecer
la resiliencia climática de todos
los territorios colombianos que, como antes dijimos, comprenden ecosistemas,
comunidades e institucionalidad. Los efectos de las lluvias casi
ininterrumpidas que desde 2010 vienen cayendo sobre el país, demuestran que
somos incapaces de convivir sin traumatismos con las dinámicas climáticas,
particularmente con estas extremas atribuibles a La Niña o al cambio climático.
Sin embargo, fenómenos como la interrupción de carreteras como las que unen al
centro con el occidente del país por La Línea o por el páramo de Letras, o a
Cali con Buenaventura, o a Cúcuta con Bucaramanga, o la ruptura del Canal del
Dique, no son nuevos, sino que se repiten con cierta frecuencia desde hace
muchas décadas, lo cual demuestra que no solamente estamos inadaptados al
cambio climático (entendido como lo “anormal”) sino también a la variabilidad
climática, es decir a esa característica propia y normal del clima que consiste
en que cambia de manera permanente. La resiliencia de los territorios depende
de su integridad y de su
biodiversidad. Esta última no es solamente biológica, sino que está
estrechamente ligada a la diversidad étnica y cultural, de la cual, de una u
otra manera, formamos parte todos los habitantes del país. Recordemos que los
escenarios de cambio climático elaborados por IDEAM indican que muchos
territorios colombianos que hoy están inundados, serán afectados en el futuro
por la elevación de la temperatura ambiental, por fuertes y prolongadas sequías
y por todos los efectos derivados de ese desastre lento y continuado. El país sí tiene con qué.
Ver: La biodiversidad y el reto de vivir en un nuevo planeta #1 y #2
Tercero: Seguridad, soberanía
y autonomía alimentaria. Capacidad del territorio colombiano
para producir por lo menos los alimentos que los habitantes del país necesitamos
para garantizar una nutrición adecuada. Esto, como es obvio, está ligado a la
disponibilidad de agua, a la fertilidad de los suelos y a la capacidad de los
ecosistemas de ofrecer los demás recursos y servicios ambientales que requiere
la producción. Y por supuesto, requiere acceso de campesinos y pescadores al
suelo y a los cuerpos de agua, conocimientos necesarios para producir en
condiciones ambientales cambiantes, redes de comercialización y otras formas de
intercambio que están en vigencia en varias comunidades del país. No sería
admisible que con motivo de la caída de las bolsas asiáticas o europeas,
pasaran hambre los habitantes de los distintos territorios colombianos en sus
zonas urbanas y rurales. No estamos hablando de aislamiento ni de autarquía,
sino del control que Colombia debe ejercer sobre la producción y distribución
de los alimentos de los cuales depende su viabilidad como nación. El país sí tiene con qué.
Cuarto: Identidad. En
este término incluyo las condiciones objetivas y subjetivas que nos permitan a
quienes formamos parte del país, saber y sentir que, efectivamente,
pertenecemos al territorio y que el territorio nos pertenece (más allá del
concepto estricto de la propiedad privada sobre un predio determinado). Incluyo
también la existencia de condiciones que permitan que valores como la
solidaridad, la reciprocidad, la equidad, el respecto a la diversidad y la
responsabilidad en todos sus aspectos, sean ejercibles.
Oímos con frecuencia que hay que “enseñar valores” o “recuperar valores”, pero
lo cierto es que en la práctica se sanciona a quien los practica y se premia a
quien los viola. La construcción de identidad requiere recuperación y
valoración de la memoria individual y colectiva y cambios profundos en la
educación en todos los niveles, desde el pre-escolar hasta los postgrados
universitarios. Todas las universidades colombianas deberán redefinir el perfil
de sus egresados; todas las profesiones deberán ejercerse con verdadera y
eficaz responsabilidad frente al territorio y las generaciones presentes, y con
responsabilidad intergeneracional. El desastre que hoy vive el país es la
consecuencia, precisamente, de que durante muchas décadas se intervino sobre el
territorio sin una verdadera responsabilidad intergeneracional. La identidad
nos debe otorgar sentido histórico, sentido ético y político (posibilidad de
tener en la cabeza un modelo de país), capacidad de comprensión del momento y
de la crisis y, por supuesto, ganas de existir. El país sí tiene con qué.
La adaptación al cambio climático y en
general la resiliencia frente a las distintas dinámicas del mundo, es ante todo,
un reto, un derecho y un deber profundamente cultural. No me cabe duda alguna
de que la especie humana se encuentra hoy en un cruce de caminos tan desafiante, como el que tuvo que afrontar la
vida hace dos mil millones de años, cuando como resultado de la actividad de la
vida misma, irrumpió en la atmósfera el oxígeno gaseoso. Muchas especies
desaparecieron entonces vencidas por la “oxidación”. Otras se vieron obligadas
a pasar a la clandestinidad, a
lugares que todavía las protegen de la presencia del gas. Y otras, nuestras
antepasadas aeróbicas, no solamente se adaptaron a convivir con el oxígeno
gaseoso, sino que inventaron la respiración, ese ritual de la vida sin el cual
no podríamos existir.
Una
vez garanticemos agua, resiliencia climática, seguridad alimentaria e
identidad, que se venga lo que tenga que venir, pues estaremos en capacidad de aguantar
y de avanzar hacia un mundo ojalá con mejores condiciones para existir con
calidad y dignidad. El país sí tiene con
qué.
Bogotá, Diciembre 18 de 2011
Una versión de este artículo fue publicada en la revista Razón Pública el 8 de Enero de 2012
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