sábado, junio 07, 2025

"YO SOY MI AMBIENTE" - Elementos para nuevas definiciones



¿Qué es el medio ambiente? o simplemente, ¿el ambiente? 

En términos generales se acepta que el ambiente es "el conjunto de todas las condiciones externas e influencias que afectan la vida y el desarrollo de los organismos". El diccionario de la Real Academia Española afirma: "Dicho de un fluido: Que rodea un cuerpo", quizás sin sospechar la trascendencia afortunada de incluir en la definición el sustantivo y el adjetivo "fluido”, que lleva implícito el concepto de avance, de flujo, de movimiento continuo. 

¿Y qué es ECOLOGIA, una palabra íntimamente ligada a la anterior? Los textos nos dirán que viene del griego oikos = hogar y logos = estudio, y que fue propuesta por primera vez en 1869 por el alemán ERNST HAECKEL, quien la definió como "el estudio de la economía de la naturaleza y la investigación de las relaciones de las plantas y los animales con los ambientes inorgánico y orgánico en que viven"

La ortodoxia académica dirá simplemente que "ECOLOGIA es el estudio de los ecosistemas", y de estos afirmara que son la "unidad funcional de la ecología, que incluye los seres vivos y el medio en el que viven con las interacciones reciprocas entre el medio y organismos". "La ecología ", según la enciclopedia de ciencia ambiental de MCGRAW HILL, podría describirse en pocas palabras como "biología ambiental" o, siguiendo a Odum, como "el estudio de la estructura y función de la naturaleza".

De AMBIENTAL dirán textualmente los diccionarios que es "aquello perteneciente o relativo al ambiente, circunstancias que rodean a las personas o cosas"

Todas las definiciones anteriormente citadas parten de la premisa de que existe una clara diferenciación, una delimitación nítida, entre el individuo y el ambiente que ocupa. De hecho, se acepta que uno de los pasos cruciales y prerrequisito hacia la posterior aparición de la vida, se cumplió cuando "enjambres" de moléculas denominadas "coacervados lograron coagularse, o sea, separarse de la solución acuosa-el medio ambiente- en donde se encontraban inmersas. En el origen de la vida, ese pilar clásico de la moderna biología afirma, según Oparin que "únicamente esa aparición de los coacervados pudo crear la unidad dialéctica entre el organismo (sistema individual pluramolecular) y el medio, factor decisivo en el proceso de origen y desarrollo de la vida en la tierra". Sin desconocer la validez de la afirmación anterior, debo anotar que el concepto de que el individuo y su medio constituyen entidades totalmente diferenciadas y diferenciales, no resulta, sin embargo, una verdad eterna, excluyente ni absoluta. Morris Berman en "El reencantamiento del mundo" explica como no solamente han existido diferentes épocas de la humanidad en las cuales, según sus palabras, "el ego no cristalizaba" y como, por ejemplo en la edad media, " la gente se veía a sí misma como una prolongación del ambiente", sino que nos recuerda algo que muy bien conocen los sicólogos desde cuando Freud hablo del "narcisismo primario" que por lo menos durante sus tres primeros meses la vida del niño es "una prolongación del periodo intrauterino y este se comporta como límite común ". 

Es la fase que Erich Neuman denomina "cósmico anónima", y que Berman resume en la frase "YO SOY MI AMBIENTE" Las fronteras que supuestamente delimitan al individuo con respecto a su medio son mucho menos definidas y concretas que normalmente se piensa. En el caso del ser humano, por ejemplo, la piel más que un límite es una membrana de contacto, un sentido total que nos conecta con el medio, y uno de los órganos a través de los cuales intercambiamos con este materiales, energía e información. “La superficie del cuerpo con sus zonas erógenas" escribe Berman citando a Erice Neuman, " es la principal escena de la experiencia del niño tanto de sí mismo como de los demás; es decir, el niño pequeño aun experimenta todo en su propia piel”. Aunque el adulto no es siempre consciente de ello, el ambiente no solamente determina nuestras respuestas corporales a condiciones tales como temperatura y luminosidad, sino también nuestro estado anímico, nuestras tensiones nuestros sentimientos... y las somatizaciones de esos estados psicológicos. Cuando ante hechos eminentemente políticos como los secuestros o los asesinatos, afirmamos que "nos duele el país", estamos superando la metáfora para referirnos a un hecho textual: el dolor físico que nos produce ser testigos inmediatos de la historia. Entre el individuo y el ambiente existe más bien lo que podríamos llamar una "zona de transición", un "campo de fuerza" cuyo espesor varia de minuto a minuto dependiendo de las circunstancias. A la Pregunta de "donde termino yo y donde comienza mi ambiente?" no existe una respuesta definitiva. Lo anterior nos conduce a pensar que cuando hablamos de "lo ambiental" o de " la dimensión política de lo ambiental", nos estamos refiriendo a nosotros mismos, a nuestras propias vidas como individuos y comunidad, a nuestras propias condiciones de existencia. Podríamos afirmar con Berman que " nosotros somos nuestro ambiente". En consecuencia, y sobre ello tendremos que volver más adelante, EL DERECHO A LA VIDA y EL DERECHO AL AMBIENTE, son inseparables. Aun aceptando que se tratara de dos derechos diferentes, no se podría concebir en la práctica uno sin el otro. Para todos los efectos, entonces, vamos a partir de la base de que la realidad no es por un lado el ambiente y por el otro la comunidad que lo ocupa, sino un gran sistema dinámico y complejo conformado por elementos bióticos(vivos) y abióticos (teóricamente no vivos), y por las relaciones entre estos, y también por elementos inmateriales, pero igualmente reales, tangibles e identificables, como son las relaciones de poder, las instituciones formales y no formales que rigen la vida de la comunidad, los sentimientos, valores, aspiraciones, temores y prejuicios de sus miembros, etc. En otras palabras: la política, o lo político en la más amplia acepción de las palabras. En la medida en que el ser humano en lo concreto vive en sociedad, sus condiciones de existencia no solamente están determinadas por el aire que respira o por el agua que bebe o por la cantidad de luz que recibe del sol, sino sobre todo por las relaciones políticas (incluida dentro de esta categoría las condiciones sociales económicas, laborales y de todo tipo) que caracterizan su comunidad particular, es decir, lo que los ecólogos llamarían su "hábitat" o posición concreta en el sistema social, y su "nicho ecológico", o sea, el papel, la función que cumple en ese hábitat. Más aún: las interacciones con el medio que podríamos calificar como eminentemente ecológicas, como son por ejemplo respirar o alimentarse, en la sociedad humana se convierten en hechos fundamentalmente políticos, en la medida en que la calidad de aire que respiramos es consecuencia de unas determinadas relaciones y decisiones (o indecisiones) políticas, ya sea que nos encontremos en el centro de una sociedad contaminada o en las alturas de un parque natural. Y obviamente no solo la cantidad sino también la calidad de los alimentos que consumimos, así como la posibilidad o imposibilidad de acceder a los mismos, dependen de nuestra posición en esa red compleja de interacciones políticas, económicas y culturales que es la sociedad. La cantidad de luz solar que recibe un minero en las profundidades de su puesto de trabajo, o un campesino en su parcela, o un funcionario en su escritorio, también está determinada por esa red de interacciones, más que por factores de carácter natural. A partir del momento en que sobre los ecosistemas naturales-selva, paramos, ríos, mares, etc.- comienza a ejercer su influencia transformadora el ser humano, incluso las mismas condiciones de existencia de esos ecosistemas comienzan a depender de hechos políticos. Los intercambios de gas carbónico y oxigeno entre la atmósfera y la selva tropical, o entre la selva y el plancton marino dejan de depender de las relaciones puramente biológicas y pasan a depender de factores económicos, sociales y políticos: la tala de bosques, la contaminación atmosférica, las quemas, y hechos que subyacen tras estos fenómenos. Esa red de interacciones es compleja, ya lo dijimos, y no solamente actúa a través de relaciones lineales e inmediatas de causa-efecto sino a través de lo que Carl Jung llamaría "relaciones de sincronicidad", según las cuales la sutil alteración en un punto de la red puede ocasionar simultáneamente, o en el mediano o largo plazo, grandes consecuencias, a veces insospechadas, en un punto alejado de la misma. Había escrito arriba que resultaba afortunado que la academia de la lengua definiera el ambiente como un fluido, pues remite a la idea de que se trata no de algo estático y fijo, sino una realidad cambiante, dinámica en permanente movimiento. Coherentes con la afirmación de que "nosotros somos nuestro ambiente" y de las fronteras que supuestamente delimitan al individuo con respecto a su medio son mucho menos definidas y concretas de lo que normalmente se piensa, debemos aceptar que esa realidad dinámica, cambiante y en movimiento permanente que pregonamos del ambiente, es igualmente válida para los individuos como tales y para la comunidad que conformamos. El termino evolución ha sido desplazada en la biología y ecología por el término "coevo lución", que describe el proceso por el cual el individuo se transforma para adaptarse a los cambios del medio, pero en esa transformación altera el medio, el cual a su vez influye nuevamente sobre el individuo, y así sucesivamente. La coevolución es el proceso autoalimentado mediante el cual avanza el universo, y como parte de él la sociedad y su historia. Volvamos al termino ECOLOGIA que mencionamos al principio. Más allá de las definiciones citadas, hace algunos años propuse la siguiente descripción "política" de su objetivo: "El objeto de la ecología, entendida más como compromiso vital con la existencia que como disciplina académica, es comprender y preservar las condiciones del planeta Tierra que permiten, estimulan y favorecen la existencia de la vida; buscar un acceso equitativo de los seres vivos- en especial de los seres humanos- a la energía procedente del sol, directamente o a través de los intermediarios y canales energéticos, como el aire, el suelo, los combustibles, los bosques y los alimentos; lograr un acceso igualmente equitativo a las oportunidades de transformación constructiva del mundo, es decir a la Cultura Humana, uno de los principales logros de la vida; y crear las condiciones para que la red de múltiples intercambios de energía, materiales e información entre los seres humanos, entre éstos y otras especies vivas , y entre los seres vivos y el medio ambiente en general , continué favoreciendo la existencia y el progreso cualitativo de la vida sobre el planeta ". La concepción hoy predominante del mundo, que privilegia el análisis sobre la síntesis, solo se reconoce a la raíz griega "logos" una acepción: estudio. Pero Víctor Frank, el creador de la llamada "tercera escuela vienesa de psicoterapia", la logoterapia, cuando cuenta de donde extrajo el nombre de su nueva ciencia, nos explica que "logos" también significa "sentido", "significado" o " propósito", y más aún : "espíritu". Esta nueva acepción de la raíz le otorga nuevas-pero si sospechadas- dimensiones a la palabra ecología. Y valga la redundancia, nuevos sentidos. La ecología pasa de ser el estudio analítico de las relaciones entre los seres vivos y su entorno, para convertirse en el "significado', el "sentido", el "propósito" de esas relaciones. Lo cual, cuando está de por medio la sociedad humana, se convierte en un problema político. La ecología debería entenderse, además, como el espíritu de esas relaciones, el habitante " no culturizado de las selvas y los campos siempre ha entendido que una laguna, un páramo o un bosque son cualitativamente más que unos cuantos metros cúbicos de agua o de madera. De allí que les haya atribuido espíritus que los poseen y protegen: “ el duende", "el propio", " Sa Rashe", "Hawa", "Wai hacu masa". Colombia posee hoy por hoy una legislación ambiental considerada de las más avanzadas y acertadas del mundo, y pretendemos que sus principios fundamentales pasen a formar parte de la nueva constitución política colombiana. Ese es el principal objetivo de este trabajo. Sin embargo, somos conscientes que más allá de la letra escrita se requiere una relación "espiritual" que nos ligue a los seres humanos éticamente con el resto de la naturaleza, que nos permita apropiarnos de los valores que se resumen en el respecto a la vida y actuar cotidianamente de acuerdo con ellos. Kaj Arhem nos dice: "Tal sistema integral de ideas, valores y practicas nos lleva a lo que Naess ha llamado una "ecosofia": una filosofía de la naturaleza investida de valor normativo (...). Para el mundo industrializado y secularizado, tal vez haya aquí una lección por aprender: que el crecimiento ecológico debe ser investido de valor moral y poder emocional para motivar la acción social y guiar el comportamiento económico; el conocimiento debe llegar a formar parte de un modo de vida; El hombre industrial necesita para si una ecosofia que proteja los recursos básicos de los que depende y que asegure la supervivencia de todas las formas de vida de la tierra..." CAPITULO II LO "VERDE" Ética y política En su libro titulado "Política Verde: La promesa global", que versa sobre el movimiento ecologista en Europa y en especial en Alemania, Charlene Spretnak mencionan cuatro principios fundamentales que, en términos generales, inspiran a los miembros de ese partido. Esos postulados resultan ser una transferencia obvia del conocimiento ecológico, entendida tal y como la describimos en el capítulo anterior, al terreno de la política. De allí que con naturales variaciones y matices y con expresiones e interpretaciones particulares, enriquecidas según el tipo de país o sociedad en donde hayan surgido, partidos verdes y movimientos ecologistas o ambientalistas de todo el mundo, en términos generales, los compartan. No porque exista un equivalente al "Manifiesto Comunista", texto sagrado alrededor del cual se constituyó ese partido en el mundo, ni siquiera porque haya mediado un esfuerzo sistemático por adoptar y difundir esos principios, discutirlos y aprobarlos para edificar sobre ellos una plataforma ecológica única, con origen único, sino porque reflejan el modo de pensar y el querer actuar fundamentalmente espontáneos de una generación humana comprometida con la existencia y la calidad de vida de la tierra. Es probable incluso que muchos militantes de la causa ecologista los compartan a nivel vital, sin siquiera haberlos visto alguna vez formalmente expuestos como "principios ecológicos" de un partido o movimiento. En resumen, esos principios son: 0 La ecología como compromiso vital 1 Responsabilidad social 2 Democracia desde la base 3 No-violencia. Analicémoslos uno por uno no necesariamente desde el punto de vista de "los verdes" europeos, sino de nuestra propia experiencia: 1. LA ECOLOGIA COMO COMPROMISO VITAL Aproximación a la ecología como compromiso vital y como filosofía integradora, más que como disciplina de academia. Es decir, lo que podríamos llamar "Ecologismo", sobre el cual en 1982 escribí los siguientes conceptos, que me permitió transcribir porque considero que conservan actualidad y vigencia: "¿Cómo definir el ecologismo? Vale la pena definirlo o es más útil para todos invertir todos nuestros esfuerzos en vivirlos?. Y la llamada sociedad ecologista merece ser reducida a dos o tres frases de corte semántico, o más bien optamos por el camino que propone un ecologista español de jurar solemnemente de nunca tratar de definirla, ni los ecologistas tratar de definirse ellos mismos, " sino que más bien indefinirsen, que ya los definirán de sobra la policía, el Estado, la prensa y el fiscal de distrito?. Lo que si debemos dejar claro es que el ecologismo no es una ciencia, ni una ideología, ni un partido político, ni una nueva religión, ni mucho menos una moda pasajera, ni un negocio así contenga elementos extraídos voluntaria o involuntariamente, de buena o de mala fe, de cada uno de los fenómenos culturales mencionados y otros más que se nos escapan porque sería inoficioso enumerarlos. El ecologismo podría entenderse mejor como una ACTITUD determinada frente al mundo. Como una concepción filosófica, pero, además, como una conducta coherente con esa concepción que no entiende al mundo como un conjunto de conceptos relativamente abstractos y trascendentales, sino como una realidad palpable tanto en lo "cósmico" como en lo cotidiano tanto a nivel de "principios fundamentales" -si los hay- como comportamientos diarios y corrientes. Y ello incluye la actitud frente al llamado "desarrollo", frente al poder, las jerarquías, los convencionalismos y ritos sociales, el sexo, la lucha de clases, la ciencia y tecnología, Dios, dios, la política, el éxito, la paz, la naturaleza, etc., etc. El objetivo primordial del ecologismo, definitivamente, no es la conservación de los recursos naturales renovables, ni la supervivencia de las especies de flora y fauna en peligro de extinción, ni la pureza de los ríos, la atmósfera o el suelo. El objetivo del ecologismo, su razón de ser, es la construcción de una sociedad más grata para el ser humano, más justa, más verdadera, más estable. Para que esa sociedad exista, se necesita sí que el aire, el agua y el suelo sean limpios, que los recursos naturales no se agoten y que la felicidad humana no se dedique sobre la destrucción inmisericorde de otras formas de vida. Pero sobre todo, exige que la efímera prosperidad económica de unos no se logre mediante la explotación de otros, que el "desarrollo" de unos países no requiera del desangre de otros, que la construcción de la cultura humana no implique la destrucción del medio vital de esa humanidad. Cuando el problema de la naturaleza se reduce a sus expresiones bioquímicas, cuando se piensa que la contradicción entre naturaleza y desarrollo se resuelve con filtros y no mediante la construcción de una nueva sociedad, se cae en el "ecofacismo tecnoburucratico", descrito por la revista española "alfalfa" como el acaparamiento de la ecología por parte de la sociedad de consumo y sus gestores. Esa misma publicación de los ecologistas ibéricos nos aclara así el camino: "la lucha ecológica es la del altruismo contra el egoísmo, la de los que piensan en la colectividad y en el futuro contra los que solo piensan en sí mismos, la de la planificación contra la improvisación, de la naturaleza contra los robots, de la autonomía contra la opresión y de la biofilia contra la necrofilia. Es el proyecto de los que quieren vivir en un mundo a escala humana, gobernando personalmente sus vidas. De los que no quieren ser amos ni esclavos". El ecologismo implica entonces la ruptura con un camino que unilateralmente se le ha impuesto al ser humano dentro de la sociedad capitalista regido por la dictadura de la producción y el consumo, o dentro del capitalismo de estado, el social-imperialismo , bajo la égida de los burócratas que administran la revolución. 2. RESPONSABILIDAD SOCIAL Según Spretnak y Capra este el principio que mayor discrepancias genera por su interpretación concreta entre las diferentes tendencias de "los verdes" europeos, que van desde los espiritualistas hasta los socialistas radicales. Para mí personalmente resulta claro que si aceptamos que medio ambiente y sociedad confluyen para lograr un gran sistema cuyos elementos interconectados, por definición interactúan de manera dinámica y permanente formando una compleja red de relaciones, debemos colegir que cualquier actuación individual o de grupo, necesariamente producirá efectos sobre otros grupos o individuos, o sobre el ambiente y los recursos y las relaciones que lo conforman. Como consecuencia surge la necesidad de derivar al menos tres principios. a) Valoración y protección del fenómeno vital: Reconocimiento de que la vida, en cualquiera de sus manifestaciones constituye el valor por excelencia. De que si bien estadística y filosóficamente suponemos que en otros lugares del universo deben existir otras formas de vida o civilizaciones, el único planeta en donde con certeza sabemos que hay vida es la tierra, y nosotros mismos somos parte de ella. Albert Schweitzer, un hombre profundamente religioso escribió lo que considero el fundamento de una ética civil basada en el respeto a la vida y no en el temor, el formalismo o el pecado: "El bien consiste en mantener, promover e incrementar la vida, y el mal consiste en aniquilarla, perjudicarla y ponerle trabas. La ética, consiste por lo tanto, en vivir de acuerdo con la obligación de hacer concurrir en el mismo respeto por la vida toda voluntad de vida con la vida propia". b) Concepción humanista del desarrollo: Normalmente se sindica a los ecologistas de ser " enemigos del progreso". Lo cierto es que si en los inicios del movimiento ecologista mundial se pensó que el desarrollo y conservación ecológica eran incompatibles, y algunos años después se aceptó que podían "convivir", hoy sabemos que al menos en los países del llamado tercer mundo el desarrollo es prerrequisito de la conservación, en el sentido de que la destrucción del medio ambiente y sus recursos es, la mayoría de las veces, el resultado de la ausencia de oportunidades económicas para una masa creciente de pobladores marginados de las zonas urbanas y rurales que como la única forma de supervivencia, transfieren al ambiente la cotidiana degradación vital de que son víctimas. Así mismo, debemos reconocer que la conservación ecológica es a su vez el prerrequisito del verdadero desarrollo pues no puede existir desarrollo real y a largo plazo con base en la destrucción del medio vital y, en consecuencia, de la calidad de vida de los seres humanos. Según Manfred Max-Neef existen dos concepciones opuestas sobre el desarrollo: "Una visión economicista del desarrollo, a través de indicadores agregados como el producto interno bruto(PIB), que considera como positivos, sin discriminación, todos los procesos donde ocurren transacciones de mercados sin importar si estas son productivas improductivas o destructivas. Resulta así que la depredación indiscriminada de un recurso natural hace aumentar el PIB, tal como lo hace una población enferma cuando incrementa su consumo de drogas farmacéuticas o de servicios hospitalarios". Otro ejemplo evidente y actual de lo que menciona Max Neef, es la guerra como factor de desarrollo, a al menos de aumento de PIB, para países en los que no se llevan a cabo las acciones bélicas, pero que producen las armas, equipos, municiones, uniformes, vituallas, bolsas para cadáveres y demás elementos que consumen los soldados en combate. La otra concepción, propuesta por Max Neef y denominada "Desarrollo a Escala Humana", corresponde a esa "otra racionalidad cuyo eje axiológico no sea ni la acumulación indiscriminada, ni el mejoramiento de indicadores económicos convencionales que poco dicen del bienestar de los pueblos, ni una eficiencia divorciada de la satisfacción de las necesidades humanas. Esta otra racionalidad se orienta por el mejoramiento de la calidad de vida de la población y se sustenta en el respeto de la diversidad y en la renuncia a convertir a las personas en instrumentos de otras personas y a los países en instrumentos de otros países (...) A una lógica económica, heredera de la razón instrumental que impregna la cultura moderna, es preciso imponer una idea ética del bienestar. Al fetichismo de las cifras, debe oponerse el desarrollo de las personas". “Una sociedad sana debe plantearse el desarrollo conjunto de todas las personas y de toda persona". c) Revaloración de la Vida humana: "Hoy más que nunca se hace indispensable para nuestra supervivencia como comunidad, el desarrollo de una ética de la vida cotidiana, de una ética activa que, con base en la comprensión de los procesos biológicos e históricos de los cuales somos parte y producto, nos permita participar en la transformación del mundo circundante, del aquí y del ahora. La búsqueda de valores éticos y la construcción de una visión coherente de la realidad, que nos permita al menos tratar de transformarla, no constituye una ejercicio intelectual abstracto, sino un imperativo de supervivencia. Una posibilidad en contra de los múltiples miedos que nos asedian. Una rebelión del ciudadano desarmado que se niega a aceptar como irremediable el signo fatal de la violencia. Todo lo que se diga o se haga a favor de una convivencia más pacífica entre la comunidad y la naturaleza en Colombia, incluida la educación ecológica y la protección de la sociedad contra desastres resulta irrelevante si no se tiene como prioritaria la revaloración de la Vida Humana, y si no se adquiere conciencia del hecho lamentable de que, en nuestra sociedad, la violencia y el horror se han convertido en procesos autoalimentados y auto justificados, cada vez más lejanos de las causas sociales y económicas que supuestamente lo explican. Mientras no construyamos "una sociedad donde quepamos todos y cumplamos todos", donde todos tengamos los mismos derechos y oportunidades, no porque seamos iguales o nos acerquemos a un patrón ideal preestablecido, sino, precisamente, porque somos diferentes ( y debemos darle cabida a la diversidad como fuente de riqueza cultural y evolutiva); mientras no logremos "una sociedad donde se le den facilidades al amor", seguiremos atrapados entre la incertidumbre y el sino recurrente de los miedos. 3. DEMOCRACIA DESDE LA BASE Las tres concreciones que transcribo a continuación, fueron formuladas por mí en un texto sobre manejo comunitario de desastres. Las reitero por considerar que en las ultimas le Ecologismo no busca otra cosa que la construcción de una democracia real, en la cual también tengan cabida y respeto los derechos de los demás seres vivos del planeta y el planeta mismo como hábitat global de nuestra especie humana. a) Convicciones sobre las posibilidades del nivel local: Como una consecuencia lógica del enfoque de redes o sistemas aplicado a la sociedad humana, surge el carácter fundamental del principio de descentralización. En una concepción ecologista, las estructuras verticales de poder jerárquico deben ser sustituidas por estructuras no lineales de comunicación y "de servicio", en las cuales se permita el flujo de información, y en consecuencia el de decisión, en diferentes direcciones; en las cuales los distintos niveles puedan, por una parte, conservar su identidad y autonomía, mientras por otra parte puedan integrarsen al sistema del cual forman parte, mediante vínculos de pertenencia y propósito común. El concepto de jerarquía como instancia de mando, se reemplaza por el de jerarquía como nivel de complejidad y de organización. Al respecto escribe Fritjof Capra: “El símbolo tradicional para los sistemas de dominación y control en donde las decisiones siempre fluyen de arriba hacia abajo, ha sido la pirámide. En contraste, la mayoría de sistemas vivos presentan patrones de organización de niveles múltiples, caracterizados por los diversos e intrincados canales por donde las señales de información y transacción fluyen de manera no lineal entre los diferentes niveles, ascendiendo y descendiendo. Es por eso que he invertido la pirámide y la he transformado en un árbol , un símbolo apropiado para la naturaleza ecológica de la estratificación de los sistemas vivos. Tal como un árbol real toma sus nutrientes por igual de las raíces que de las hojas, así el poder en un árbol de sistemas fluye en ambas direcciones, sin que ningún extremo adquiera supremacía sobre los demás; todos los niveles interactúan de manera interdependiente en beneficio del funcionamiento total". Esta concepción alternativa del poder obliga necesariamente a revisar, entre otros, el papel del líder frente a su comunidad, el del administrador frente a su programa, el del educador frente a sus alumnos y el del agente externo frente a los procesos en los cuales interviene. b) La recuperación del hacer político Mucho más allá del derecho formal "a elegir y ser elegido" en que se concreta - y al cual se limita- a la experiencia política para la mayoría de los ciudadanos, el hacer político de cada individuo debe incluir su participación activa y critica en la vida de la comunidad, la recuperación del derecho a tomar las riendas de su propia existencia, la creación de las condiciones que permitan y estimulen la autogestión, la generación de valores alternativos para redefinir los rumbos de la sociedad, la defensa del derecho a un medio ambiente física y espiritualmente sano, el cuestionamiento de los papeles y guiones sociales que nos son asignados, la negativa a asumir un futuro y unos estereotipos de vida preestablecidos, la conquista del acceso al conocimiento científico y a los medios de comunicación, la posibilidad de hacer de la existencia un ejercicio creativo y no un mero acto de reiteración. En medios como el nuestro, la política se confunde con la actividad de los partidos y la mecánica electoral; el compromiso político con la adhesión a un caudillo; y la meta política con el acceso de los cargos oficiales. La política-o lo que se conoce como tal- constituye entonces, exclusivamente, el ejercicio profesional de los políticos, pero no una vivencia inherente a la vida en sociedad. Si aceptamos que el hábitat humano está configurado tanto por relaciones estricta mente ecológicas, como por interacciones sociales-incluidas las políticas- debemos aceptar igualmente que un programa educativo formal o no formal, con enfoque ecologista, debe comprender tanto las primeras como las segundas. La reforma constitucional colombiana de 1986 fortalece el nivel local y consagra la participación activa de las comunidades en la dirección de sus propios municipios, mediante actos que van desde la elección popular hasta la constitución de junta Administrativas locales en las comunas y corregimientos en que esta dividido cada municipio. En cierta forma convierte el hacer político en una obligación ciudadana. Si bien la reforma comenzó a regir con éxito, su absoluta efectividad requiere de un proceso largo de fortalecimiento de la sociedad civil y aprendizaje político por parte de los ciudadanos, el cual debe iniciar desde la infancia misma. 4. NO VIOLENCIA Creo que a nadie le cabe la duda de que hoy en el país la principal amenaza contra la vida y contra la calidad integral de vida contra los colombianos es la violencia. Las estadísticas mismas demuestran que las enfermedades cardiovasculares le cedieron la homicidio el primer puesto en la lista de causas de mortalidad de adultos entre los 20 y los 35 años, lo cual solo corrobora que el ambiente inmediato en que se desarrolla nuestra existencia está plagado de amenazas y temores hasta el punto en que algún graffitero lucido forjo el concepto de "MIEDO AMBIENTE" en lugar de "Medio Ambiente". Las causas de la violencia en Colombia son diversas y a veces contradictorias, y no corresponde a este trabajo el análisis de las mismas. Cabe así comentar que aunque definitivamente el nuestro es un país de grandes desigualdades sociales y económicas, no necesariamente existe una relación directa de relaciones causa-efecto entre violencia y pobreza. Esta demostrado, por ejemplo, en el Cauca, en algunas de cuyas regiones la pobreza alcanza los peores extremos, que no son esas regiones las más violentas. Además de las causas objetivas que existen, pero no son suficientes para explicar la creciente violencia que impera en Colombia, existen causales subjetivas, enquistadas en nuestros mismos patrones culturales, en nuestros valores imperantes, en nuestra visión del mundo, a las cuales debemos acudir para tratar de entender ese proceso autoalimentado y en cierta forma autojustificado que esta desangrando el país. Junto con las manifestaciones más espectaculares de la violencia terrorista, las masacres reiteradas, los asesinatos de altas personalidades del periodismo y la política, los asaltos guerrilleros y las desapariciones y los secuestros con fines económicos o de presión, para citar solo algunos de los ejemplos que todavía atraen la atención de la prensa, coexisten formas de violencia más útiles pero igualmente atentatorias contra la calidad de vida: Las pequeñas o grandes violencias cotidianas que ejercen el estado contra la sociedad civil, la autoridad contra el ciudadano, el profesional contra el lego, el cacique político contra el empleado público, el hombre contra la mujer, el adulto contra el niño. Una forma especialmente grave de violencia es aquella que se ejerce contra la naturaleza y el medio ambiente natural, pues no es solo contra las selvas y las aguas, sino contra las futuras generaciones y su posibilidad de vivir con calidad y dignidad. Ya sea que se exprese en voladuras de oleoductos con fines terroristas, en prácticas inveteradas de explotación de los recursos del medio, o en lo que alguna vez denomine: "plusvalía ecológica", para expresar el hecho de apoderarse con fines lucrativos de recursos y condiciones que pertenecen a toda la comunidad, la violencia contra la naturaleza esta presente a todo lo largo y ancho del país y constituye un atentado contra el derecho a la vida. La filosofía de la no violencia en nuestro medio necesariamente debe ir acompañada de una práctica cotidiana de tolerancia, de convivencia, de respeto al otro y al derecho del otro, de valoración de la diversidad, de ampliación de los espacios de dialogo como medio eficaz para la solución de conflictos, de renuncia a los estereotipos y prejuicios que nos impiden descubrir a los seres humanos detrás de los rótulos con que descalificamos a priori las posiciones ajenas. Estos postulados que inspiran la política ecologista, mal podrían ser ajenos al principio de que "todo está ligado a todo... y viceversa". La visión totalizante y comprometida de la ecología, la responsabilidad social, la democracia desde la base y la no violencia, son aspectos interconectados e interdependientes y cada uno esta contenido y contiene a los demás. En la práctica, como ya se dijo, todo confluye hacia la construcción de una democracia real donde la vida se respete y se valore, como fenómeno único, en toda su diversidad.

Gustavo Wilches-Chaux, “La Propuesta Ambiental”. 

Documento con que se sustentaron las propuestas de los ambientalistas ante la Asamblea Nacional Constituyente, las cuales quedaron incluidas, casi en su totalidad, en la Constitución Nacional de 1991. El texto se publicó posteriormente, entre otros, en el libro “La letra con risa entra”. FES, ECOFONDO, FONDO FEN COLOMBIA (Bogotá, 1996)

viernes, febrero 21, 2025

La Gestión del Riesgo en escenarios de conflicto armado

 Nota introductoria de Febrero 21 de 2025:

Subo hoy este artículo escrito en 2008, no sin lamentar que casi dos décadas después no solamente sigan vigentes las reflexiones que aquí se comparten, sino que las codiciones generadas por desastres de origen natural -particularmente las relacionadas con la crisis climática- trenzadas estrechamente en muchos casos, con el conflicto armado, sean hoy mucho peores que las que existían cuando el artículo se escribió.

De acuerdo con un artículo publicado en El Espectador el pasado 17 de Febrero, "La crisis humanitaria en Catatumbo refleja la problemática que azota otras regiones como Chocó, Cauca, sur de Bolívar y Nariño. Más de 55.000 personas han sido desplazadas en lo que va del 2025." 

Y así como esa cifra de desplazamientos sigue creciendo todos los días, también lo son las estadísticas que hacen referencia a los asesinatos de líderes y liderezas; reclutamiento forzado de menores de edad por parte de los grupos armados ilegales; emergencias humanitarias por acciones de gruos armados ilegales y otros flagelos productos de la guerra.

Mientras tanto, como ya se dijo, aumentan también los desastres desatados por extremos climáticos.

Ese panorama desolador implica entender que el continuum Gestión Ambiental - Gestión del Riesgo de Desastres - Gestión Climática no constituye solamente un desafío académico ni una cuestión tecnocrática, sino un requisito ineludible para la habitabilidad del territorio colombiano y para que los ecosistemas y los seres humanos que formamos parte de él podamos ejercer efectivamente el Derecho a la Vida con calidad y dignidad.

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La Gestión del Riesgo en escenarios de conflicto armado

Resulta obvio que además de las dificultades propias de la gestión participativa del riesgo [1] en condiciones “normales” (tales como el predominio de un modelo de desarrollo generador de riesgos, la ausencia de voluntad política por parte de las autoridades y en general de los encargados de tomar decisiones, la falta de motivación, de organización y de participación de los actores de la sociedad civil, la ausencia o baja jerarquía del tema en las agendas gubernamentales, políticas y sociales, la insuficiencia de recursos, etc), en condiciones de conflicto armado se incrementan el número y la complejidad de esas dificultades.

El objetivo de este documento es invitar a la reflexión sobre las posibilidades y las limitaciones para gestión participativa del riesgo en escenarios caracterizados por la violencia y particularmente por el enfrentamiento entre actores armados, en medio de los cuales queda atrapada la población civil; al igual que en escenarios y territorios que, en los hechos, se encuentran bajo el control de actores armados por fuera de la ley.

Así mismo se invita a explorar, así sea de manera superficial, las posibilidades que eventualmente podría ofrecer la gestión participativa del riesgo (entendida como una expresión de la gestión ambiental participativa) como un tema de encuentro entre sectores sociales e institucionales enfrentados, y en consecuencia como un “germen de futuro” para la construcción de la paz.

Pese a lo anterior, tanto en la Dirección General para la Prevención y Atención de Desastres de Colombia DGPAD (hoy en 2025 UNGRD: Unidad Nacional para la Gestión del Riesgo de Desastres), como en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo PNUD [2], existe claridad en el sentido de que el manejo del orden público en el país tiene unos responsables claros en la estructura del Estado. En consecuencia, no se trata de que a través de la gestión participativa del riesgo se pretendan asumir responsabilidades que corresponden a otros actores.

La gestión del riesgo

Para efectos de este documento vamos a entender la gestión del riesgo, de manera general, como una expresión (e incluso como un sinónimo) de la gestión ambiental para el desarrollo sostenible, es decir, como el conjunto de decisiones y de acciones que una sociedad debe tomar para evitar que la dinámica de la naturaleza se convierta en una amenaza contra las comunidades humanas, y que la dinámica de las comunidades humanas se convierta en una amenaza contra los ecosistemas.

En términos más específicos, se considera la gestión del riesgo como el conjunto de actividades organizadas que realizamos con el fin de reducir o eliminar los riesgos o hacer frente a una situación de emergencia en caso de que esta se presente.

La gestión del riesgo comprende distintas dimensiones (y actividades), desde la planificación del desarrollo de manera que incorpore como un elemento intrínseco del mismo la prevención, reducción o, de ser posible, eliminación de las amenazas existentes en el entorno, y la reducción de los factores de vulnerabilidad de los ecosistemas y las comunidades frente a esas amenazas, hasta la preparación para responder mejor a las emergencias, la respuesta misma cuando estas se presentan, y las actividades de mediano y largo plazo posteriores a la ocurrencia de un desastre, tales como la recuperación, la reubicación de comunidades, la restauración de ecosistemas afectados, la reconstrucción de la infraestructura y de la “normalidad” perdidas, la planificación y “ejecución” del desarrollo sostenible, etc., etc.

Uno de los propósitos que perseguimos con este documento, es reflexionar sobre si verdaderamente es posible llevar a cabo una verdadera gestión integral y participativa del riesgo, que incluya las actividades de prevención de amenazas, mitigación de factores de vulnerabilidad, preparación para la respuesta, reconstrucción y planificación del desarrollo sostenible; o si en el mejor de los casos a lo más que podemos aspirar es a una adecuada preparación y respuesta en caso de emergencias o desastres.

Esto, sin lugar a dudas, nos haría retroceder a la concepción estrecha según la cual la gestión del riesgo se limitaría a lograr una adecuada respuesta en caso de emergencias o desastres (es decir: que la limita a una adecuada planificación y actuación en el terreno logístico), dejando de lado todos aquellos aspectos que tienen que ver con la reducción de la “vulnerabilidad global” de las comunidades en situaciones de riesgo.

Sin embargo, en términos realistas, no le podemos pedir a la gestión del riesgo que en los escenarios de conflicto armado se haga cargo de una serie de problemas, la mayoría de los cuales son estructurales, cuya solución depende de la acción concertada de una serie de actores institucionales y sociales, y de una serie de decisiones de política nacional (y muchas veces internacional) que, si bien son posibles y algún día tendrán que tomarse para que verdaderamente podamos acceder a la paz, escapan al ámbito limitado de nuestro objetivo.

La gestión del riesgo como gestión ambiental para el desarrollo sostenible

En su dimensión ideal, la gestión del riesgo (al igual que la gestión ambiental para el desarrollo sostenible) debe intentar eliminar o reducir las amenazas cuando ello sea posible (y lo es cuando en la generación de las mismas intervienen de manera decisoria las actividades humanas), al igual que intentar reducir o eliminar los factores de vulnerabilidad, de manera tal que se fortalezca la capacidad del tejido social para “aguantar un balonazo”, ya se trate de la ocurrencia de un fenómeno natural (como un terremoto o una erupción volcánica), de un fenómeno socio-natural (como una inundación o un deslizamiento causado por el manejo inadecuado de una cuenca hidrográfica o de una ladera), o por un fenómeno de origen claramente antrópico, como un ataque armado o una crisis económica por el derrumbe de los precios de un determinado producto en los mercados o por la quiebra en cadena de las instituciones financieras.

Las complejas interconexiones entre los distintos factores de vulnerabilidad/sostenibilidad (ver gráfica número 1) constituyen una “telaraña” que entendemos como sinónimo de “tejido social”. Como ya dijimos, la resistencia del mismo para “aguantar el balonazo” (resistencia) o para recuperarse después de ocurrido (resiliencia), constituyen la sostenibilidad del sistema comunidad/naturaleza.


Gráfica # 1
 
El caso particular de la violencia

Sin lugar a duda alguna, la amenaza que más desastres provoca en Colombia (en términos de pérdida de vidas y oportunidades, y en muchos casos en términos de pérdidas económicas y de infraestructura), es la violencia y en particular el conflicto armado, especialmente cuando este se expresa en ataques a poblaciones civiles desarmadas, en el secuestro como forma de presión política o como fuente de ingresos, o en enfrentamientos en medio de los cuales quedan atrapadas la población civil, su hábitat y sus medios de producción y subsistencia. O cuando conduce a esa forma de pérdida de la “seguridad territorial” de una comunidad que es el desplazamiento forzado.

En este caso particular no funciona el esquema según el cual para que una amenaza se convierta en riesgo es necesario que confluya con una situación de vulnerabilidad (AMENAZA X VULNERABILIDAD = RIESGO), ni la definición según la cual el “desastre es igual a un riesgo no manejado”, pues la violencia constituye de por sí -y de manera simultánea- una amenaza, una vulnerabilidad, un riesgo y un desastre.

El principal factor de insostenibilidad de una comunidad es la guerra y en consecuencia el principal objetivo de largo plazo de la gestión del riesgo y de la gestión para el desarrollo sostenible, debe ser la obtención de una paz cimentada sobre bases objetivas y subjetivas reales y duraderas.

Sin embargo, como dijimos antes, y para no caer en el círculo inmovilizador según el cual mientras no exista paz no podemos hablar de desarrollo sostenible y mientras no cambie el modelo de desarrollo no podemos hablar de paz, es necesario explorar qué campo de acción está disponible –o se le puede abrir- a la gestión del riesgo, y de que manera, desde ese “germen de futuro” se puede contribuir al direccionamiento y fortalecimiento de procesos de más largo plazo con miras a la construcción de paz y sostenibilidad.

Lo anterior sin olvidar lo que se dijo de manera expresa al principio de este documento, en el sentido de que las acciones militares tendientes al control del “orden público”, tienen unos responsables propios en la estructura del Estado.

Las posibles contribuciones de la gestión del riesgo a la “seguridad ciudadana” se pueden encontrar en los “mapas” siguientes.

Gráfica # 2

Gráfica # 3

La participación en la gestión ambiental tiene la posibilidad de contribuir a la que se ha denominado "desbarbarización de la sociedad", a través de la cual "pueda hacerse visible la potencialidad de la concertación como estrategia a través de la cual todos podríamos ganar, con la condición de que los distintos y distantes se reconozcan en sus derechos e intereses y estén en disposición de ceder parte de sus demandas inmediatas en aras de acuerdos estratégicos e intereses comunes de largo plazo (...) La participación dentro de este marco sería sinónimo de integración e inclusión de todos en la construcción de una sociedad viable para todos." [3]



No se debe perder de vista el “mapa general” de la gestión del riesgo, de manera tal que toda decisión que se tome y toda acción que se ejecute, constituyan en lo posible, escalones por los cuales se pueda avanzar hacia una gestión del riesgo más integral, es decir, hacia la construcción futura de unas condiciones que verdaderamente contribuyan a la sostenibilidad de las relaciones entre grupos humanos y entre estos y los ecosistemas de los cuales forman parte.

 ¿Qué hacer?

En vista del panorama descrito y de la imposibilidad de que desde la gestión del riesgo (en sentido restringido) se puedan llevar a cabo los cambios que requiere el modelo de desarrollo para tender hacia la sostenibilidad, debemos concluir que muy posiblemente sea necesario limitarnos por ahora a establecer los “principios orientadores” y las estrategias necesarias para garantizar que, ante un desastre inminente en zonas de conflicto armado, se puedan proteger en lo posible los derechos fundamentales de los pobladores de esas zonas (empezando por el derecho a una vida con calidad y dignidad), al igual que sus propiedades y sus medios de producción.[4]

Lo anterior sin perder de vista el “mapa general” de la gestión del riesgo, de manera tal que toda decisión que se tome y toda acción que se ejecute, constituyan en lo posible, escalones por los cuales se pueda avanzar hacia una gestión del riesgo más integral, es decir, hacia la construcción futura de unas condiciones que verdaderamente contribuyan a la sostenibilidad de las relaciones entre grupos humanos y entre estos y los ecosistemas de los cuales forman parte.

Es decir, que nos encontramos ante el reto de otorgarle sentido global y de largo plazo a las actividades puntuales, sin que por ello, necesariamente, tengamos que pedirles que produzcan efectos globales.

Los “equilibrios precarios” en las zonas de conflicto armado

En las zonas de conflicto armado las comunidades lograr sobrevivir con base en una serie de “equilibrios precarios” con los agentes armados por fuera de la ley, al igual que con las fuerzas militares y de policía pertenecientes al Estado.

Las comunidades sólidamente organizadas (como las comunidades indígenas, varias comunidades campesinas y algunas urbanas), logran “mantener a raya” a los actores armados, entre otras formas, evitando alinearse con cualquiera de ellos y haciendo valer su autonomía. Pese a lo anterior, no existe comunidad alguna que, a pesar de haberse autodeclarado como “comunidad de paz” o similar, se encuentre libre del conflicto o que no haya pagado esa decisión de autonomía con la vida de muchos de sus líderes.

Un primer “principio orientador” que proponemos, es que la gestión del riesgo en zonas de conflicto armado debe evitar, en lo posible y de manera conciente, que se alteren esos “equilibrios precarios” como consecuencia de la intervención de agentes externos en la zona de conflicto, ya sea antes o después de la ocurrencia de un evento capaz de desencadenar un desastre. [5]

La gestión del riesgo en cualquiera de sus expresiones, debe tener como objetivo fortalecer la autonomía de las comunidades y en general de los actores locales, no entendida esa autonomía de manera teórica o genérica, sino en las condiciones reales y concretas de cada comunidad específica frente a los actores armados. La DGPAD ha establecido protocolos que buscan evitar que las intervenciones externas en un escenario de desastre, en lugar de fortalecer a los actores locales los debiliten o suplanten. En el caso de las intervenciones en zonas de conflicto armado esos protocolos y los principios que los inspiran, adquieren especial importancia.

Como un corolario de lo anterior, encontramos otro “principio orientador”, consistente en que si la gestión del riesgo no logra solucionar o reducir los conflictos existentes en la zona, por lo menos debe intentar no profundizarlos. Un ejemplo de esto fue la política adoptada por la Corporación NASA KIWE después del terremoto del Páez, en el sentido de no comprar para las comunidades que necesitaban reubicación, tierras que estuvieran siendo solicitadas por otras comunidades indígenas o campesinas de la región, aún cuando el INCORA no tuviera la compra de esas tierras dentro de sus planes. Aunque en este caso no se trataba de un escenario de conflicto armado, sí se han dado casos en el Cauca de enfrentamientos sangrientos entre comunidades indígenas, cuando el gobierno adquiere para una comunidad un predio que venía siendo solicitado por otra.

Ver: Estrategias institucionales y comunitarias para responder al desastre de Páez en 1994 - YouTube

La gestión del riesgo como acción humanitaria

Una de las razones por las cuales resulta especialmente útil e interesante la iniciativa de la Dirección General para la Prevención y Atención de Desastres DGPAD y el PNUD consistente en explorar estrategias para la gestión del riesgo en zonas de conflicto armado, radica en que hasta donde el autor de estas líneas esté enterado, no existen normas internacionales que establezcan específicamente los principios que las partes en conflicto deben observar para garantizar la protección de la población civil y del patrimonio cultural de una comunidad, en caso de que ocurra un desastre o de que se presente como inminente una amenaza de origen natural o socionatural en una zona de guerra.

Debido a lo anterior, es necesario aplicar por extensión los principios contenidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en los distintos instrumentos internacionales que contienen y desarrollan el Derecho Internacional Humanitario (DIH), el cual se fundamenta en la convicción de que “los principios humanitarios deben prevalecer incluso en épocas de conflicto armado”. [6]

De acuerdo con lo anterior, consideramos que ponerle obstáculos a la protección de la población civil que pueda resultar o que de hecho resulte afectada por un desastre, equivale a una infracción al Derecho Internacional Humanitario, equivalente a infringir cualesquiera de las prohibiciones que el DIH les establece a los actores armados con respecto a la población civil. [7]

 Artículo 13. Protección de la población civil:

1. La población civil y las personas civiles gozarán de protección general contra los peligros procedentes de operaciones militares. Para hacer efectiva esta protección, se observarán en todas las circunstancias las normas siguientes.

2. No serán objeto de ataque la población civil como tal, ni las personas civiles. Quedan prohibidos los actos o amenazas de violencia cuya finalidad principal sea aterrorizar a la población civil.

3. Las personas civiles gozarán de la protección que confiere este Título, salvo si participan directamente en las hostilidades y mientras dure tal participación.

Artículo 14. Protección de los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil

Queda prohibido, como método de combate, hacer padecer hambre a las personas civiles. En consecuencia, se prohibe atacar, destruir, sustraer o inutilizar con ese fin los bienes indispensables para la supervivencia de la población civil, tales como los artículos alimenticios y las zonas agrícolas que los producen, las cosechas, el ganado, las instalaciones y reservas de agua potable y las obras de riego.

Artículo 15. Protección de las obras e instalaciones que contienen fuerzas peligrosas

Las obras o instalaciones que contienen fuerzas peligrosas, a saber las presas, los diques y las centrales nucleares de energía eléctrica, no serán objeto de ataques, aunque sean objetivos militares, cuando tales ataques puedan producir la liberación de aquellas fuerzas y causar, en consecuencia, pérdidas importantes en la población civil.

Artículo 16. Protección de los bienes culturales y de los lugares de culto

Sin perjuicio de las disposiciones de la Convención de La Haya del 14 de mayo de 1954 para la Protección de los Bienes Culturales en caso de Conflicto Armado, queda prohibido cometer actos de hostilidad dirigidos contra los monumentos históricos, las obras de arte o los lugares de culto que constituyen el patrimonio cultural o espiritual de los pueblos, y utilizarlos en apoyo del esfuerzo militar.

Artículo 17. Prohibición de los desplazamientos forzados

1. No se podrá ordenar el desplazamiento de la población civil por razones relacionadas con el conflicto, a no ser que así lo exijan la seguridad de las personas civiles o razones militares imperiosas. Si tal desplazamiento tuviera que efectuarse, se tomarán todas las medidas posibles para que la población civil sea acogida en condiciones satisfactorias de alojamiento, salubridad, higiene, seguridad y alimentación.

2. No se podrá forzar a las personas civiles a abandonar su propio territorio por razones relacionadas con el conflicto.

¿Qué sucede si, por ejemplo, un actor armado obstaculiza el suministro de ayuda humanitaria a la comunidad afectada por un desastre o impide las acciones que adelanta el Estado para poner a salvo a quienes se encuentran en condiciones de vulnerabilidad frente a una amenaza determinada?

¿Qué sucede si un actor armado obstaculiza acciones de mantenimiento necesarias para garantizar la estabilidad de una determinada obra de infraestructura (como una presa para generación hidroeléctrica), cuyas fallas pueden constituir una fuente de amenazas?

¿Qué “cuidados” especiales requiere la decisión de evacuar una comunidad de una zona de riesgo, cuando entre las causas del conflicto armado está el interés de uno de los bandos de apoderarse de ese mismo territorio? [8]

Por otra parte, los actores armados de la guerra en Colombia deberán acoger y observar la “Convención sobre prohibición de usos militares y de uso hostil de cualquier técnica de modificación ambiental” (ENMOD) [9], así como los “protocolos adicionales” de la Convención de Ginebra, en virtud de los cuales se prohibe la utilización de medios de guerra dirigidos a causar daños severos, extendidos y con efectos de largo plazo sobre el medio ambiente natural. Estas normas también forman parte del Derecho Internacional Humanitario.[10]

En el ejercicio de la gestión del riesgo y particularmente en acciones de preparación y de respuesta, deberán observarse disposiciones del DIH como la que prohibe la utilización de símbolos como la Cruz Roja para realizar acciones que no sean humanitarias, precisamente como uno de los medios de garantizar que se cumpla la obligación que tienen los actores armados de respetar al personal médico y paramédico y a los funcionarios y trabajadores de los organismos humanitarios y de socorro. Es decir, que en ningún momento puede darse lugar a confusiones entre las acciones humanitarias y las acciones armadas tendientes a conservar el orden público, así estas se lleven a cabo en ejercicio de la soberanía del Estado y con pleno cumplimiento de las normas vigentes.

 ¿Qué sucede en los hechos?

Cuando en Colombia se ha presentado la necesidad de atender un desastre en una zona de conflicto armado o que en términos reales se encuentre bajo el dominio de un actor por fuera de la ley, en la práctica se ha establecido una especie de “acuerdo tácito” en virtud del cual ese actor “se hace a un lado” temporalmente mientras duran las acciones de respuesta, e incluso mientras se llevan a cabo acciones de recuperación y de reconstrucción, sin renunciar a ese dominio. Por el contrario, se mantiene “vigilante” de las acciones que se llevan a cabo y les hace saber por distintos medios a quienes intervienen desde afuera, que su presencia en la zona es permanente.

Los actores externos, por su parte, saben que “la entrada” a la zona y la seguridad de su personal, dependen de que previamente se obtenga la autorización del actor ilegal armado y de que este se mantenga informado en detalle de las actividades que están siendo llevadas a cabo. La transparencia y la publicidad de los objetivos de cualquier actividad propia de la gestión del riesgo, constituyen requisitos tanto para el éxito de la misma, como para la seguridad de quienes la ejecutan. Quienes adelantan actividades de campo en zonas de conflicto armado, saben que no pueden manejar “discursos distintos” dependiendo de con quién se encuentren, sino que deben exponer de manera clara los objetivos de su presencia –y de la presencia de la institución que representan- en un determinado lugar.

Como se anotó anteriormente, cuando las comunidades locales están fuertemente organizadas y ejercen control real sobre el territorio, aún cuando este sea escenario de enfrentamientos armados (como es el caso de las comunidades indígenas, de muchas comunidades campesinas y de algunas urbanas), la principal protección para el personal externo proviene de esas mismas comunidades. En la práctica la “legitimidad” de un actor externo gubernamental o no gubernamental para trabajar en una región determinada, se deriva del reconocimiento y aceptación que le otorgue la comunidad local, y de la “seguridad” que esta esté en condiciones de ofrecerle frente a los actores por fuera de la ley. Esto lo saben perfectamente quienes por cualquier razón (y no solamente en actividades de gestión del riesgo), realizan trabajos de campo en zonas de conflicto armado. [11]

Para el caso de la gestión del riesgo y particularmente de las actividades de preparación y de respuesta en caso de desastre, posiblemente resulte más conveniente por ahora mantener ese statu quo según el cual si bien no se les reconoce oficialmente legitimidad a los actores armados por fuera de la ley, sí se reconoce su existencia real y su capacidad para imponer su dominio en un determinado territorio. Esto equivale al reconocimiento de esos “equilibrios precarios” a los cuales hicimos referencia en otra parte de este texto.

Lo anterior no obsta para que  desde el Estado y desde la sociedad civil, se les exija a los actores armados que cumplan rigurosamente el Derecho Internacional Humanitario, no exclusivamente para efectos de la gestión del riesgo sino, en general, en todas sus actuaciones en los escenarios del conflicto.

De allí la importancia de que tanto quienes se dedican a la gestión del riesgo en cualquiera de sus dimensiones o etapas, como la comunidad en general, conozcan el DIH y se apropien de él como lo que es: una conquista histórica de la humanidad en favor de los Derechos Humanos. El objetivo del Derecho Internacional Humanitario es que se respeten los Derechos Humanos aún en situaciones de guerra. Cuando afirmamos que el DIH constituye una conquista de la humanidad, no nos referimos a una humanidad en abstracto, sino a todos y cada uno de los ciudadanos y ciudadanas que, como en el caso de Colombia, en una u otra forma resultamos afectados por la guerra.

 El fortalecimiento de la autonomía local

Uno de los objetivos de la gestión del riesgo en todas sus dimensiones o fases debe ser el fortalecimiento de la autonomía local, al igual que uno de los objetivos –quizá el principal- de la gestión ambiental para el desarrollo sostenible, debe ser la recuperación y el fortalecimiento de la homeostasis o capacidad de autorregulación de los ecosistemas. De hecho, cuando hablamos de autonomía local, nos referimos a la capacidad de autorregulación y a la sostenibilidad global del sistema comunidad y del sistema naturaleza-comunidad.

En las zonas que no son de conflicto armado y en donde existe una verdadera presencia y “soberanía” institucional, es claro que el núcleo de esa autonomía local es el gobierno municipal en cabeza del alcalde, quien a su vez preside el Comité Local para la Prevención y Atención de Desastres en los términos de fija la ley. Fortalecer a los actores locales significa fortalecer la autoridad municipal, y fortalecer las organizaciones de la comunidad, al igual que fortalecer su cultura, su identidad, su capacidad de comprender y de convivir en armonía con el entorno, en fin, fortalecer todos aquellos hilos de la telaraña que dibujamos en la gráfica número 1. Más allá de cualquier otra consideración, el objetivo de la gestión del riesgo debe ser el fortalecimiento de las instituciones legítimas, estatales o comunitarias. La creación de organizaciones paralelas y “de bolsillo”, que les resulten funcionales a los actores externos pero que debiliten los procesos endógenos de las comunidades, acaban por debilitar el tejido social y en consecuencia, hacen más vulnerable a la comunidad.

En las zonas de conflicto armado se presentan dificultades especiales, pues si bien el objetivo sigue siendo el fortalecimiento de los actores locales para que estén en capacidad de asumir de manera más activa y eficaz el protagonismo de la gestión del riesgo, muchas veces esos actores locales no se encuentran en condiciones para hacerlo. Tal es el caso de los municipios cuyos alcaldes y concejales gobiernan desde el exilio como consecuencia de las amenazas de los actores armados y en general, de las zonas en donde la comunidad busca mantener el más bajo perfil posible como estrategia de supervivencia.

En estos casos la tentativa de constituir un comité local para la prevención y atención de desastres con las mismas características de los que operan en zonas exentas de guerra, no solamente sería inútil, sino que expondría al promotor de la iniciativa y a quienes eventualmente asumieran ese reto a alejarse de esos que hemos denominado “equilibrios precarios” en virtud de los cuales logran su supervivencia.

En las zonas de conflicto armado, sin embargo, existen múltiples formas de organización de la sociedad civil surgidas de manera orgánica y endógena como mecanismos de superación de las dificultades que se oponen a la vida. Tal es el caso de los movimientos de resistencia ciudadana existentes en muchas comunidades indígenas y campesinas de Colombia; de las organizaciones de mujeres empeñadas en hacer posible la cotidianidad en medio de la guerra; de las múltiples experiencias de educación a través de las cuales la comunidad educativa (docentes, padres y madres de familia, estudiantes, autoridades locales, organizaciones no gubernamentales) se empeñan en defender el derecho a la educación de sus hijos e hijas; de los movimientos tendientes a garantizar la seguridad alimentaria (y a partir de allí la seguridad territorial) de muchas comunidades que padecen de manera permanente la amenaza del desplazamiento, en fin, de la enorme cantidad de experiencias surgidas y sostenidas desde la base misma de la sociedad, gracias a las cuales, a pesar de la guerra, ni el país naufraga ni se da por perdida la esperanza.

En esos casos, nuestro papel es aportarles a esas comunidades la gestión del riesgo como una herramienta que les permita fortalecerse y que les contribuya a enfrentar de manera más eficaz los retos cotidianos.

Con toda seguridad, dichas comunidades se van a dar cuenta de que lo que hacen diariamente es, precisamente, gestión participativa del riesgo. La prueba de su eficacia es que logran permanecer allí y seguir luchando y resistiendo a pesar de las múltiples amenazas y de los riegos consecuentes. Y que logran recuperarse de los desastres que los azotan, tales como la destrucción de los pueblos o el asesinato de los líderes.

Es decir, que a esas comunidades no les estaríamos enseñando nada nuevo, sino ayudándoles a hacer conciencia y a sistematizar y fortalecer una serie de estrategias que ellas mismas han desarrollado. Repito lo que escribí hace varios años en un libro, en el sentido de que el objetivo de la educación ambiental no es necesariamente que la gente sepa cosas nuevas, sino que la gente sepa que sabe. Que haga conciencia de lo que sabe y del enorme conocimiento acumulado en la memoria colectiva.

Magnífico si ya existe o es posible contribuir a conformar un comité local para la prevención y atención de desastres en municipio en zona de conflicto armado. Pero si no existen las condiciones que lo permitan, lo importante es “sembrar en el ambiente” la semilla de la gestión del riesgo, que ella misma se encargará de encontrar y germinar en suelo fértil. Aún cuando no sea posible establecer un comité local para la prevención y atención de desastres con todas las características formales que la ley establece, deben buscarse espacios más o menos formales que asuman esos mismos objetivos y que además faciliten la comunicación entre las comunidades y el Estado. De allí la importancia de que en esos espacios participen tanto representantes de la sociedad civil como de las instituciones del Estado presentes en la zona. En los “mapas” de sostenibilidad y de “seguridad” que incluimos en este documento, aparecen claramente los vínculos entre las organizaciones comunitarias y las instituciones, como parte integral de ese tejido del cual dependen la sostenibilidad y la seguridad de una sociedad.

Es posible que la necesidad de enfrentar de manera colectiva una amenaza que puede afectar por igual a distintos sectores de una misma comunidad, o de responder adecuadamente a los retos de un desastre que de una u otra manera ha caído sobre toda la población, contribuya a establecer lazos de comunicación entre actores y sectores sociales enfrentados. En un libro recientemente publicado, Jürgen Habermas le afirma a su entrevistadora Giovanna Borradori, que “la espiral de violencia comienza con una espiral de la comunicación perturbada que –a través de la desconfianza recíproca no dominada- conduce a la interrupción de la comunicación”.

En esto radica nuestra esperanza de que si los distintos “bandos” existentes en una sociedad logran encontrar intereses comunes, retos comunes, e incluso amenazas, vulnerabilidades y riesgos comunes (por no decir elementos de identidad a partir de reconocer que forman parte de un mismo proceso histórico y que comparten unos elementos culturales y un territorio), entre esos grupos se puedan establecer puentes que les permitan remar en una misma dirección con miras a construir el futuro.[12]

 Los desplazamientos como consecuencias y fenómenos generadores de riesgos

Como dijimos atrás, la violencia no solamente es una amenaza, sino que en sí misma es una vulnerabilidad, un riesgo y un desastre, y rebasaríamos las intenciones de este documento si nos dedicáramos a explorar las múltiples amenazas que tienen su origen en la guerra entre actores armados y en la violencia que estos ejercen sobre la población civil.

Sin embargo no queremos dejar de llamar la atención sobre los enormes retos que surgen para la gestión del riesgo a partir de los desplazamientos y de las condiciones especiales de vulnerabilidad en que se encuentran las poblaciones desplazadas.

Así mismo, como la experiencia nos lo ha demostrado, las vulnerabilidades de unos actores y de unos sectores sociales se convierten muy fácilmente en amenazas contra otros sectores sociales, al igual que los ecosistemas vulnerables constituyen la principal fuente de amenazas contra las comunidades que interactúan con ellos.

Difícil encontrar una vulnerabilidad mayor que la de una comunidad que pierde su seguridad territorial y es expulsada de los escenarios a los cuales se encuentra adaptada, y se ve obligada a asentarse (siempre en condiciones de precariedad e interinidad) en un nuevo territorio cuyos “códigos” desconocen y en donde difícilmente son bienvenidos.

En los múltiples aprendizajes que la gestión del riesgo ha adquirido a través de los años existen herramientas que pueden resultarles útiles a quienes tienen a su cargo el manejo de los efectos de los desplazamientos. Y así mismo, en los procedimientos que se han venido desarrollando para manejar estas crisis, existen múltiples herramientas que pueden ser aprovechadas por la gestión del riesgo.

El Sistema Nacional para la Prevención y Atención de Desastres debe establecer canales de comunicación permanentes con sistemas como el de “alertas tempranas” para desplazamientos y el de atención a desplazados que manejan programas e instituciones como la Red de Solidaridad y la Defensoría del Pueblo, de manera que sin invadirse mutuamente los campos de acción y sin que ninguno de ellos asuma responsabilidades que les corresponden a los otros, se identifiquen y desarrollen estrategias comunes y sobre todo coherentes, que le permitan a la sociedad colombiana avanzar de manera más integral hacia el desarrollo sostenible.

                                                                                                     GUSTAVO WILCHES-CHAUX

Bogotá, Enero 2008

Invitación a pasar por estos blogs:

Resiliencia

Derechos de personas y comunidades afectadas o susceptibles de ser afectadas por desastres

La salud emocional, afectiva y cultural en los desastres

La comunicación un compromiso político

Notas de pie de página

[1] En este texto vamos a hablar de gestión del riesgo, en sentido amplio, como sinónimo de gestión ambiental para el desarrollo sostenible, y en sentido restringido, como las actividades tendientes a evitar que se produzca un desastre, a reducir sus efectos, a responder adecuadamente a una emergencia y a facilitar la recuperación de las comunidades afectadas. 

 [2] Este documento se elaboró como material de discusión para un taller sobre el tema llevado a cabo en Bogotá a fines de 2003.

[3] Londoño, Beatriz y Rojas R. Manuel, "LA PROMOCIÓN DE LA PARTICIPACIÓN DE LAS CORPORACIONES AUTÓNOMAS REGIONALES", Material didáctico (Módulo 3) del Primer taller de capacitación para consejeros representantes de los alcaldes y las organizaciones de la sociedad civil ante los consejos directivos de las corporaciones autónomas regionales. Marsella, Mayo de 1998.

[4] De allí que consideremos que la gestión del riesgo en las condiciones descritas constituye una acción humanitaria y como tal debe ser respetada por los actores armados.

 [5] Partimos del supuesto de que los actores locales conocen la manera de “moverse” sin alterar esos equilibrios precarios, prueba de lo cual es que logran permanecer y subsistir en el lugar a pesar de los conflictos armados. Estas recomendaciones están dirigidas, sobre todo, a los actores externos que intervienen cuando ocurre un desastre.

 [6] Tomado, entre otros textos, del Acta final de la Conferencia Internacional de Derechos Humanos, Teherán, 22 de abril a 13 de mayo de 1968, Naciones Unidas, New York, 1968, respecto de los derechos humanos en los conflictos armados. Resolución XXIII adoptada por la Conferencia Internacional de Derechos Humanos.

 [7] Protocolo adicional a los Convenios de Ginebra del 12 de agosto de 1949 relativo a la protección de las víctimas de los conflictos armados sin carácter internacional (Protocolo II)

http://www.icrc.org/icrcspa.nsf/22615d8045206c9b41256559002f7de4/847e60eb673a8a36412565d7003c99a5?OpenDocument#5

 [8] En Colombia existen tres causas principales de desplazamiento de comunidades: desastres de origen natural, obras de infraestructura y conflicto armado (o aspiraciones territoriales que se expresan en conflictos armados o en violencia contra la población local).

 [9] Convention on the Prohibition of Military or Any Other Hostile Use of Environmental Modification Techniques (ENMOD).

 [10] Wilches-Chaux, Gustavo, “Nuestro Compromiso Político con el Cosmos”. Corporación “Viva la Ciudadanía” (Popayán – Bogotá, 1998)

 [11] Ha habido casos, sin embargo, en los cuales las comisiones encargadas de, por ejemplo, la evaluación de daños después de un vendaval en un sector “caliente” de una zona urbana, acuden al sitio fuertemente custodiadas por el ejército nacional.  Pero como en términos prácticos ese tipo de protección solamente es efectivo para el cumplimiento de algunas acciones puntuales y no sería sostenible en el largo plazo un proceso que requiriera una protección armada permanente, creemos que estos casos no alteran el principio general.

[12] En esta misma convicción se basa la esperanza de que la planeación participativa con visión prospectiva, se reconozca y adopte como herramienta para la construcción de una paz sostenible.