La principal característica de un desastre es que es un desastre, lo cual está quedando demostrado de manera dramática en la situación que vive Haití desde el 12 de enero pasado.
Los escombros de este último desastre se acumulan sobre las ruinas de todo tipo que han dejado siglos de dominación externa, unas veces en forma de colonialismo, otras, durante las últimas décadas, en la forma, seguramente bien intencionada, de “cooperación internacional”.
Foto: INTERNET
Entre las muchísimas reflexiones y preguntas que necesariamente surgen de esa catástrofe que nos está tocando presenciar, nos inquietan especialmente a quienes de una u otra manera andamos en el mundo de la “cooperación”, aquellas que tienen que ver con el verdadero impacto que ha tenido sobre ese país la presencia permanente de tantos actores internacionales, tanto en situaciones de “desastre formal” (como ocurrió después del paso de los huracanes Gustav, Fay, Hannah y Ike en 2008), en momentos de confrontación política (como después del derrocamiento de Aristide en 2004) o simplemente en condiciones de “normalidad”, cualquiera que sea el significado que pueda tener esa palabra en Haití.
Ayuda internacional después del huracán Gustav (2008)
Descifrar el significado que a lo largo de los años ha tenido la intervención internacional en el territorio haitiano no solamente es importante para tratar de entender cómo es posible que un país haya llegado a niveles tan altos de desinstitucionalización y vulnerabilidad, sino sobre todo para evitar que ese tsunami de ayuda y de presencia externa cuya necesidad y utilidad en este momento no voy a cuestionar, pueda llegar, en el mediano y largo plazo, a empeorar la situación.
Quizá la primera pregunta que nos debamos hacer es si existirá alguna posibilidad real de que el proceso de “reconstrucción” pueda servir en algo para crear una nueva realidad, en lo posible sin los factores de riesgo que condujeron al desastre de hoy. Porque, sobra decirlo, en este caso “reconstruir” no se puede entender como volver a construir lo que se perdió.
Destrucción en Puerto Príncipe - Foto: NASA EARTH OBSERVATORY
RIESGO (Y DESASTRE) =
AMENAZA x VULNERABILIDAD
Como bien se sabe, el impacto real de un desastre no depende solamente de la magnitud de la amenaza (en este caso un terremoto) sino también y muy especialmente, del tamaño de la vulnerabilidad. Es decir, de la incapacidad o debilidad del territorio (ecosistemas y comunidades) para absorber sin traumatismos los efectos de la amenaza.
Ningún país situado en las zonas de actividad sísmica del planeta está libre de un terremoto de las características del que a comienzos de este año destruyó gran parte de Haití. En cualquier lugar en donde ocurra un sismo así, seguramente va a provocar un gran desastre, pero no necesariamente de las proporciones tan catastróficas como el que está afectando a ese país.
Enero 24, 6:46 pm: Sismos recientes en la región, incluyendo uno grado 5.1 cerca a la isla de Guadalupe en las Antillas Menores (punto rojo a la izquierda) y uno grado 4.7 cerca a Bucaramanga (punto anaranjado), que se debe haber sentido suave porque fue relativamente profundo: 148 kms. El de Haití del 12 de Enero se produjo a una profundidad de 10 a 13 kilómetros. La misma temporada de huracanes que en el 2008 dejó 7 muertos en Cuba (una cantidad excepcionalmente grande para un país que ha aprendido la manera de que las pérdidas que causan estos fenómenos no incluyan vidas humanas), que en Jamaica y en Florida mató a 11 personas en cada lugar, y en República Dominicana a 10, en Haití produjo 793 muertes y 300 desapariciones. En 2004 el paso del huracán Jeanne ya había dejado alrededor de 2.500 personas muertas en Haití. Durante la temporada de huracanes 2005, que batió tantos records y que causó tanta destrucción en otros lugares, incluida la zona de New Orleans, los huracanes Dennis y Alpha también causaron algunas muertes, aunque comparativamente pocas en Haití.
El terremoto de Kobe (magnitud 6.9) produjo la muerte de 5.000 personas, también una cantidad muy grande para un país tan preparado para resistir los terremotos como es el Japón. El terremoto de Loma Prieta, que en 1989 azotó a California, tuvo una magnitud de 7.1 y 18 kilómetros de profundidad.
Mapa del Servicio Geológico de los Estados Unidos (USGS) que muestra la sismicidad de la zona aledaña a Puerto Príncipe entre 1990 y el presente
Como bien se sabe, el terremoto de Haití (cuya ocurrencia se esperaba con alta probabilidad para algún momento entre 2000 y 2030), tuvo una magnitud de 7 y una profundidad ligeramente menor que el de Loma Prieta (10-13 kilómetros el de Haití), lo cual efectivamente lo hace más destructivo. Sin embargo, mientras el de Loma Prieta produjo 62 muertos, se calcula que la pérdida de vidas en Haití puede llegar o aún pasar de 200.000.
Eso es lo que, frente a amenazas más o menos similares, causa una mayor vulnerabilidad.
LA SEGURIDAD TERRITORIAL
Desde hace varios años vengo promoviendo y aplicando en distintos escenarios de reflexión y ante retos concretos, el concepto de seguridad territorial, que desde el punto de vista del desarrollo se puede entender como la capacidad de un territorio para ofrecerles a sus habitantes humanos las condiciones de “estabilidad” necesarias para avanzar de manera efectiva en el aprovechamiento integral de sus capacidades; y a los ecosistemas las condiciones de “estabilidad” necesarias para que puedan conservar su integridad y biodiversidad y, en consecuencia, para que puedan existir y evolucionar de acuerdo con su propia naturaleza.
Desde el punto de vista de la llamada gestión del riesgo, la seguridad territorial se entiende como la capacidad de evitar que las dinámicas de la Naturaleza se conviertan en amenazas contra las comunidades humanas, y que las dinámicas de estas se conviertan en amenazas contra los ecosistemas.
En general, estamos hablando del derecho que tienen las personas y los ecosistemas que conforman un territorio, para que el mismo les ofrezca seguridad integral frente a una gama muy amplia de amenazas. (Puede sonar extraña la idea de que los ecosistemas y sus componentes sean sujetos de derechos, tema que no vamos a discutir aquí, más allá de mencionar que los derechos de la Naturaleza quedaron expresamente consagrados en la nueva Constitución del Ecuador).
Puede ampliar haciendo click sobre la gráfica
La seguridad territorial depende de la mayor o menor fortaleza de una serie de factores (“clavos”) y de la existencia y de la fortaleza de las interacciones entre esos factores (“hamacas”). Unos y otros se describen en la figura de abajo: una “red” de interacciones, de cuya fortaleza depende la capacidad para resistir una amenaza y para recuperarse de los efectos de un desastre.
PREFÉTE DUFFAUT
Volvamos a una de las preguntas que nos planteamos atrás: ¿por qué ni la administración interna del país ni la cooperación internacional han logrado en tantos años construir allá cierta seguridad territorial?
Exploremos, en términos muy generales y como un mero muestreo, la situación de esos “clavos” y de esas “hamacas” en Haití, país clasificado como el más pobre de América y que ocupa la posición 146 en la lista del Índice de Desarrollo Humano - IDH. (Colombia ocupa la posición 75.)
JAQUES GESLIN
Comencemos por la seguridad ecológica: de acuerdo con los datos del 2005 que utiliza el PNUD, solamente el 3.8% de la superficie de Haití está cubierta de bosques (Colombia: 58.5%). Esto explica en gran medida por qué el territorio del país ha perdido casi totalmente su capacidad para resistir los efectos de los huracanes que, cada vez que pasan, generan deslizamientos, inundaciones, dolor y destrucción. Las causas de la deforestación se remontan a la época colonial, cuando la gran mayoría de los entonces abundantes bosques haitianos, fueron reducidos a madera y llevados a Europa. Y continúan después de la independencia, cuando Francia obligó al país caribeño a pagarle una indemnización de 150 millones de francos-oro de la época (1814). Parte de esa, la llamada "deuda francesa", que Haití sólo terminó de saldar en 1938, se pagó en madera o con dinero derivado de su explotación. Como más de la mitad de la población actual (5.5 millones de personas de un total aproximado de 10) carecen de acceso a la electricidad, una de sus fuentes de energía es el carbón vegetal, que por supuesto sale de los poquísimos bosques restantes. El territorio ha sido históricamente incapaz de defender el derecho de sus selvas a existir, lo cual se ha convertido para las comunidades humanas en factor simultáneo de amenaza y de vulnerabilidad.
Y así podríamos seguir “clavo” por “clavo” y “hamaca” por “hamaca”. Por ejemplo, el hecho de que solamente el 54% de la población tenga acceso a una “fuente de agua mejorada” (2002/2004) y el 30% a “saneamiento mejorado”, muestra una enorme debilidad en la “hamaca” que vincula lo ecológico con los institucional. Y que el 46% de la población total presente signos de desnutrición, indica una gran debilidad del “clavo” de la seguridad alimentaria y de sus interacciones con todos los demás.
Refugiados haitianos en busca de mejores oportunidades de vida (2009).
Ver dos artículos de Eduardo Galeano que explican la pobreza de Haití.
La debilidad del “clavo” económico se expresa a través de múltiples indicadores, entre otros el que muestra que antes del terremoto, entre el 70% y el 80% de la población vivía por debajo del nivel de la pobreza, y que el 60% del presupuesto dependía de la cooperación internacional y el 30% de las remesas que enviaban los haitianos residentes en el exterior. El llamado Coeficiente de Gini, que indica el grado de desigualdad entre los más ricos y los más pobres de la población (0= Igualdad perfecta / 100= Desigualdad perfecta) es de 59.2 en Haití (y de 58.6 en Colombia. En eso no estamos muy lejos de Haití) ¿Cómo quedarán esos indicadores DDT (después del terremoto)?
No, perdón: esto no es en Haití. Esto es en Tumaco (Nariño - Colombia)
Desde el año 2004 el control efectivo político y militar del país se encontraba en manos de una “Misión de Estabilización” de Naciones Unidas, que intentó en vano construir algo de gobernabilidad (o de eso que en la gráfica llamamos Seguridad Jurídica e Institucional) en un país que a pesar de haber sido la segunda nación americana en proclamar su independencia (hecho al cual las potencias europeas del momento nunca se resignaron), ha estado marcado, casi desde su nacimiento, por la inestabilidad política: presidentes con aspiraciones vitalicias, invasiones de Haití a República Dominicana, insurrecciones y derrocamientos, invasión de Estados Unidos a Haití de 1915 a 1934, dictadura macabra de Duvalier padre e hijo de 1957 a 1986; varios golpes de Estado desde esa fecha hasta 2004… Y ahora, control militar-humanitario por parte de unos 10 mil marines norteamericanos.
Foto: INTERNET
¿RECONSTRUCCIÓN O LIQUIDACIÓN?
Desde mucho antes del terremoto del 12 de enero se oye decir que Haití es un país “sin esperanza”, “sin viabilidad”.
¿Crea el desastre una oportunidad de transformar esa situación?
¿O la puede empeorar hasta el punto de que lo que alguna vez fue una república independiente, pase de nuevo a formar parte de alguna potencia o de una serie de países que se repartan el territorio con habitantes y todo? Muchas veces ha ocurrido eso en la historia y no existe a la vista garantía alguna de que no vaya a suceder en Haití.
¿De qué depende que la cooperación internacional para la reconstrucción, que ya es grande y que va a ir aumentando con el tiempo, contribuya al fortalecimiento de Haití como república independiente, democrática, equitativa y capaz de ofrecerles seguridad integral a sus habitantes, y no que propicie la liquidación total del país?
PIERRE FERNAND
Bajo los escombros que han dejado este terremoto y los siglos anteriores de inestabilidad e inequidad interna y de dominio internacional, están vivas las brasas de lo que personalmente considero que puede ser la clave para la construcción de un nuevo país. Me refiero a la CULTURA, entendida en su sentido más amplio y como resumen de todo el potencial existente en las comunidades haitianas, de todos los GÉRMENES DE RESILIENCIA que en la conciencia y en el inconsciente colectivo, y en las redes y en los movimientos sociales, y en los procesos que bien que mal le han permitido a la población sobrevivir en ese estado de calamidad permanente que era la “normalidad” antes del terremoto, le pueden permitir a esa sociedad salir adelante con calidad de vida y con dignidad. No hay razón para suponer que la pobreza económica y la inseguridad institucional, automáticamente significan empobrecimiento cultural. Más bien puede ser todo lo contrario.
Resulta especialmente importante y significativo que en el llamado “CrisisCamp Haití–Bogotá” llevado a cabo el 23 de enero en Bogotá y convocado por las organizaciones IMMap Colombia, el Instituto de Estudios Humanitarios - IEH, la Red Enredo, y la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios - OCHA, con el apoyo de la Organización Panamericana de la Salud – OPS, para explorar la utilización de las nuevas herramientas de comunicación y de gestión de información frente a desastres como el de Haití, se haya reconocido como una tarea prioritaria poner esas herramientas al servicio de la identificación, visibilización y fortalecimiento de actores, redes formales e informales, movimientos sociales y procesos y recursos de resiliencia y de auto-organización existentes en ese país, con el objeto de conjurar ese imaginario equivocado, según el cual en la zona afectada por el desastre no existe tejido social alguno y las “víctimas impotentes” carecen de capacidad de acción y de reflexión, y por ende de capacidad de decisión.
REYNALD JOSEPH
Si esta vez la cooperación internacional enfoca de verdad toda su acción hacia el fortalecimiento de esos actores y de esos procesos y recursos locales, la reconstrucción seguramente avanzará por el camino adecuado. Los haitianos y haitianas son los dueños del terremoto y están asumiendo la mayor parte del precio humano de la destrucción. Ellos y ellas son o deben ser los primeros en reconocer en sí mismos, en sus propias reservas culturales (que muchas veces a los de afuera nos cuesta trabajo entender), los gérmenes de otros futuros posibles.
Pero si más allá de los discursos que afirman lo contrario, la acción externa limita su eficacia arrasadora a la reconstrucción física y al desarrollo económico (tal y como lo entendemos en la “cultura occidental”), pero dejando en la práctica a los actores locales como meros espectadores o como “extras”, “ayudantes” o “actores de reparto”, el altísimo precio pagado por los haitianos por cuenta del desastre se habrá desperdiciado. Tanto dolor, tanto muerto y tanta ayuda externa no habrán servido para nada.